Francisco José PérezHace años me comentaban que en un pueblo de La Rioja, rodeado de sierras y montañas, sus habitantes no podían ver el horizonte, lo que producía trastornos. Sea cierta o no, la anécdota sirve para reflejar la realidad que envuelve a la cuestión territorial, hoy simbolizada en el procés: parece un debate en el fondo de un valle, con pérdida de visión del horizonte, que trastorna nuestra conciencia hasta el punto de que para no escuchar los argumentos del otro, cada cual se envuelve en sus banderas, rebusca en los libros de historia supuestas legitimidades, se habla de sentimientos populares, se recurre a legalismos farisaicos que olvidan que “el sábado ha sido hecho para persona y no la persona para el sábado” o se trata de imponer un conjunto de principios, valores y convicciones, que en el fondo no son sino creencias ideológicas o partidistas, poco útiles para construir una convivencia en igualdad y libertad.

En este contexto se hace necesario elevarse para descubrir horizontes que nos ayuden a despejar la mente; escalar a alguna cima que nos permita ampliar el campo de visión para ver de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde queremos ir. A título de ejemplo señalo algunos.

  1. Teorías del derrame territorial

Desde esa altura, una cuestión que hemos de afrontar es si el problema nacional, por importante que sea, puede servir para ocultar el problema social (el conflicto social) que tiene que ver con las condiciones de vida y trabajo de la inmensa mayoría de las personas y con los derechos sociales básicos, hoy profundamente deteriorados, y que suponen un atentado contra la dignidad y la propia supervivencia de las personas y las familias.

Y, en este sentido, es necesario reconocer que no se puede supeditar la cuestión de los problemas sociales a una solución previa del problema nacional; que las “teorías del derrame” no funcionan ni en el tema nacional, ni en la economía, como señala el papa Francisco y, por ello, no logran provocar por sí mismos mayor equidad e inclusión social… y mientras tanto, los excluidos siguen esperando (Evangelii gaudium, 54).

Podríamos decir que nos hallamos ante una disyuntiva en la que tenemos que optar entre pueblo o nación; decidir si la acción política debe girar en torno al concepto de pueblo y su soberanía, o en torno al de nación y sus instituciones. La burguesía y la derecha optaron, hace tiempo, por la nación, pues su interés prioritario era salvaguardar la unidad y la seguridad del mercado; un estado-nación burgués basado en el egoísmo, que hoy se trasforma en formas de unión eminentemente económicas, como la Unión Europea. Menos claro es el posicionamiento de la izquierda, en un principio con una opción por el pueblo, agente y sujeto de su liberación, basada en la solidaridad, pues aparece una izquierda institucionalizada que parece decantarse por la nación.

Plantear esta cuestión no implica ignorar que realmente existe una grave crisis política, entre cuyas manifestaciones destaca una crisis institucional y, dentro de ella, una crisis constitucional especialmente relacionada con el modelo territorial del Estado de las Autonomías. Significa que hay que clarificar las opciones políticas, y que esta crisis no puede abordarse al margen del conflicto social sobre el que se levanta nuestra sociedad.

  1. Globalización y conciencia de localismo

Otra cuestión que surge en altura, es la necesidad de repensarnos en el marco de la globalización que envuelve nuestras vidas desde hace décadas, un sistema económico que, bajo la aplicación sistemática de la tecnología y la técnica, ha adquirido dimensión planetaria con hondas incidencias en la cultura, valores y modelo de persona. Rasgos de esa cultura son:

  • La desesperanza, que puede resumirse en ese concepto de “fin de la historia” que da lugar a una persona sin ideales ni esperanzas; lo que el poder global necesita para su consolidación y estabilidad.
  • La intrascendencia, una cultura tecnológica que reduce todo a medio o instrumento; que sólo valora lo útil, eficaz, rentable… hace que la realidad quede despojada de misterio y el ser humano, incapacitado para advertir su presencia, se refugie en la superficialidad de la vida, en la cultura de la satisfacción.
  • El relativismo y la indiferencia. Tiene que ver con la aparición de un mundo desacralizado y pluralista, cuando la religión dejar de ser centro de significación, y surgen diversas ideologías, cada una con su cosmovisión, que se ofertan como la única y mejor, lo que da lugar a una sensación de pérdida de identidad y seguridad, de un mundo fragmentado, de un individuo desarticulado, desvalido, fácilmente manipulable.
  • El individualismo hedonista y consumista, que sitúa en el centro de la vida moral y política a un individuo con deseos infinitos, abocado al consumo y cada vez más orientado hacia el hedonismo. Una preocupación por el bienestar y el goce inmediato que le hace insolidario, al pensar solo en sí mismo y no en ninguna salvación colectiva, lo que se relaciona con la pérdida de proyectos históricos; el vacío existencial…
  • La ética indolora. Lo anterior da lugar a una cultura en la que la felicidad se impone al mandamiento moral, los placeres a la prohibición, la seducción a la obligación”… y así, se va pasando del “deber” moral al “querer”.

Sirva esta aproximación para poner de manifiesto algunas repercusiones sobre la conciencia del localismo, sobre todo de mano del pluralismo y el relativismo, que están provocando una sensación de pérdida de identidad cultural, de sentido y de seguridad, y acarrean una toma de conciencia del localismo como lugar de identidad, seguridad, de raíces y de hogar. Conciencia del localismo que da lugar a diversa reacciones:

  • Fundamentalismos: religiosos, ideológicos, científicos… cuando en la búsqueda de seguridad se recurre a las autoridades, los textos sagrados, las doctrinas, la historia…
  • Resurgimiento de los nacionalismos con actitudes xenófobas y racistas, frente a la homogeneización que todo lo unifica.
  • Fiebre comunitaria como búsqueda de protección y hogar. Es el tiempo de las sectas, de las comunidades y de los líderes que ofrecen calor y orientación.
  1. La fraternidad universal, base de una mundialización humanista

Esta globalización neoliberal plantea una urgente necesidad: tomar conciencia de que pertenecemos a una misma humanidad; que todas las personas somos ciudadanas del mismo mundo, compañeras de viaje en la misma nave. Y, antes de cualquier etiqueta que se pretenda aplicar, somos personas, presupuesto previo a cualquier división de razas, naciones, grupos…

Necesitamos cultivar una conciencia de fraternidad universal, liberándonos de la estrechez de los particularismos, para edificar juntos la tierra para todos, pero reconociendo y aceptando las diferencias enriquecedoras. Ello implica tomar conciencia del peligro que encierran los nacionalismos, los particularismos insolidarios y sectarios, la fragmentación… pues cuando lo local se convierte en absoluto se reproduce el espíritu de Babel: se crean nuevas barreras y fronteras que dividen y separan a las personas y los pueblos.

Se trata, en el marco de un nuevo proyecto, de pasar de la globalización neoliberal a una globalización, mundialización… humanista en la que:

  1. Frente al dominio de lo muerto sobre lo vivo (instituciones, leyes, programas, cosas… que gobiernan y dominan a la persona)
    1. Se defienda la dignidad de la persona, y de todas las personas, como valor primero.
    2. Desaparezca la explotación y el empobrecimiento “del hombre el hombre”.
    3. se valore la grandeza de una nación no por su poder económico, financiero, militar… sino por la calidad de las relaciones humanas, por su respeto de los derechos y libertades….
  2. Frente al dirigismo y elitismo, está el protagonismo del pueblo; el pasar de un «estado masa» al de «pueblo», mediante la participación lúcida. Aquí se podrían incluir el protagonismo del pueblo que, de modo muy débil, comienza a brotar; la conciencia cada vez más comunitaria; la democracia participativa, las coordinadoras; las asambleas… Pero ojo, hay que ser conscientes de que vivimos tiempos “débiles” en los que más que grandes profetas, surgen pequeños grupos y comunidades proféticas…
  3. Frente al particularismo cerrado, sectario, fragmentado, apostemos por el resurgir de una conciencia más comunitaria, solidaria, universal, mundial, planetaria, base de un ser planetario y ecológico, capaz de plantearse la opción de calidad de vida para todos, en solidaridad con las generaciones venideras, con los pueblos y con las clases expulsadas a la periferia del desarrollo; capaz de adoptar el punto de vista de la humanidad y del planeta…
  4. Frente al materialismo consumista y el dominio del tener sobre el ser, que ha secuestrado el espíritu y que ha destruido el poder soñar, está el resurgir la apertura al misterio, a lo vital, a lo contemplativo, apostando por una cultura de la fraternidad universal y por la cultura de la gratuidad, sin excluir la justicia, que incluye la igualdad, pues sólo en ella encuentra la persona su máxima realización y dicha.

Esta mundialización humanista, en un mundo herido por graves desigualdades, requiere retomar algunas convicciones/conversiones “fuertes”:

  • El reconocimiento en igualdad del débil, de la víctima, como piedra angular que debe regir la construcción de un mundo fraterno y feliz.
  • Conversión a la comunidad fraterna, sintiéndonos hermanos universales. Esto en nuestra situación concreta se traduce en “convertiros a una sociedad integradora de las diferencias”.
  • Saber convivir en la diversidad mediante el diálogo es el gran desafío que tiene planteado nuestro mundo y cada uno de nosotros. Esto supone iniciar un camino de “coparticipación” de todos hacia la construcción de un “nuevo nosotros”.
  • Pero este camino no será posible, si no se apoya en unos profundos motivos de ética social y en una nueva espiritualidad.
  • Tenemos necesidad urgente de educarnos para saber convivir en la diferencia mediante el diálogo. Es nuestra asignatura pendiente y que se ha enseñar desde la familia hasta la universidad, si queremos construir un mundo en paz.

***

Nota. En un siguiente artículo nos plantearemos “Cuestión territorial: bajar para concretar”; esto es, pistas para reflexionar cómo afrontar el problema territorial,  cómo entender y responder a la conciencia de localismo que nace con la globalización, cómo articularlo con la fraternidad universal…

discernir

Imagen extraída de: Pixabay

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Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales. Técnico de Calidad en la Universidad de Zaragoza. Actualmente Delegado Diocesano de Pastoral Obrera en la Diócesis de Zaragoza y coordinador de la Escuela de Diocesana de Formación Social. Comprometido con la formación impulsa, entre otras actividades un Seminario de Lectura de la Realidad, en colaboración con Cáritas y otro de Incidencia Social y Política, en colaboración con el Centro Pignatelli y Cvx de Zaragoza.
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