Agustín Ortega. Este artículo tiene su raíz en la ponencia que realicé en Centro de Investigación Social Avanzada (Cisav Querétaro), con el título-temática “Libertad y liberación. Una aproximación a la filosofía y teología en América Latina” con motivo del viaje académico y de amistad que hice por primera vez a México para impartir diversas ponencias y conferencias en distintas universidades e instituciones como el Cisav. En dicha ponencia, traté de exponer el sentido y las claves de la libertad en su interrelación con la liberación integral como se ha ido desarrollando en la historia del pensamiento, de la filosofía y de la teología y tal como se ha ido actualizando y profundizando desde la cultura de América Latina. El pensamiento contemporáneo, como el personalismo o el crítico y latinoamericano, ha reflexionado y ahondado en estas cuestiones claves de la libertad y la liberación de una forma viva, cualificada y profunda. Un pensamiento que está en diálogo e inspirado por la fe bíblica, judía y cristiana-católica con su antropología teológica, su teología moral y su pensamiento social cristiano o la doctrina social de la iglesia que recoge lo más valioso de la historia del pensamiento sobre dichas cuestiones.
Frente a todo idealismo, individualismo burgués o espiritualismo desencarnado, es una filosofía y teología que se encarna en lo real, que se religa a la realidad humana, social e histórica con pasión y honradez. Y, por lo tanto, que enmarca estas cuestiones de la libertad y liberación en estos contextos y realidades humanas, sociales e históricas con las culturas, ideologías y estructuras o sistemas que dominan en el mundo. Desde este pensamiento que se hace cargo de la realidad, podemos discernir cómo en nuestra época moderna y contemporánea la libertad ha sufrido compresiones y prácticas sesgadas, inhumas e injustas. En dichas épocas, primeramente, la libertad padeció su tergiversación y manipulación impuesta por el liberalismo economicista con el capitalismo, como domina hoy con el neoliberalismo y capitalismo ya global. La libertad se redujo a un momento, ciertamente necesario pero del todo insuficiente, como es el de la libertad de elección y decisión, cayendo así en el individualismo burgués, posesivo e insolidario.
Se malogró así el sentido de la libertad que, como lo comprendió lo más valiosos de la filosofía o teología, se va realizando en la vital esfera antropológica, ética y moral con las experiencias, valores y sentimientos que orientan el auténtico significado de la libertad. Es el reduccionismo de la libertad al interés individual y propio provecho o lucro lo que dio lugar al mal de nuestra época, la perversión de la libertad con el individualismo egolátrico, posesivo, hedonista, relativista e insolidario que todo lo mide y valora según convenga a dichos intereses individualistas. Al contrario, el ser realmente libre se va logrando en el amor, entrega, servicio y responsabilidad con lo real, con los otros y con el Otro. Con Dios mismo que nos regala el don (gracia) de la libertad para que nos vayamos liberando de todo mal, pecado e injusticia, del egoísmo con sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y de la violencia; y salvando en este amor fraterno, servicial y solidario en el compromiso por la paz, por la justicia y la liberación integral de toda esclavitud u opresión.
Por tanto, frente al liberalismo y el capitalismo, es la libertad que nos rescata de toda opresión e injusticia. Y supone pues, de forma imprescindible, la liberación de toda esclavitud, dominación y mal con el bien común que promueve las condiciones sociales e históricas que aseguran la vida, dignidad y derechos humanos de toda persona. No hay realmente libertad allí donde no hay solidaridad, bien común ni justicia social-global que nos vaya liberando del mal e injusticia del hambre, miseria y pobreza, de la explotación laboral (trabajo basura e indecente) y del desempleo, de las guerras o violencias y de la destrucción ecológica, del machismo o del no respeto a la vida en todas sus fases, dimensiones y formas. Se deforma la libertad cuando, en su nombre, se producen o legitiman todas estas injusticias y ataques a la vida-dignidad de la personas.
Se pervierte la libertad si esta no se convierte en un proyecto o proceso para la vida del amor solidario, la militancia y lucha por la paz, por el bien común y la justicia liberadora con los pobres. La libertad siempre se va realizando en esta alteridad solidaria con los otros. En el amor interpersonal, social y público, la caridad política que en esta búsqueda del bien común y de la civilización del amor, de forma efectiva e inteligente, va transformando las causas de los problemas e injusticias. Con la liberación personal e integral de las relaciones inhumanas, las estructuras sociales de pecado, los sistemas políticos y económicos injustos, los mecanismos laborales, comerciales y financieros perversos.
Aunque, como impuso esa mala respuesta al capitalismo como fue el comunismo leninista y stalinista, tampoco podemos caer en la negación de la libertad por la búsqueda de una supuesta justicia e igualdad. Frente a todo elitismo partidista y burocracia estatalista, la justicia e igualdad se deben articular constitutivamente con la libertad y participación (autogestión) democrática, la democracia real en el protagonismo de los sujetos, personas y pueblos con los pobres de la tierra en su desarrollo, promoción y liberación integral. En realidad, como se observa, todos los totalitarismos caen en el individualismo y elitismo burgués. Ya que anteponen los ídolos del mercado-capital y del estado o partido a las personas, a los pueblos y a los pobres con su vida, dignidad y ser sujetos-protagonistas de los proyectos humanizadores, liberadores, espirituales y globales.
En este sentido, como hemos indicado, hacen falta unas claves antropológicas, valores éticos y principios sociales que promuevan toda esta libertad y liberación integral del ser humano. Como son el bien común y la subsidiariedad en la política con la democracia real, autogestionaria y ética para se vayan logrando las condiciones humanas, sociales e históricas que aseguren los derechos humamos. Lo que tiene su raíz en la civilización de la pobreza, esto es, la comunión solidaria de vida, de bienes y de luchas liberadoras por la justicia con los pobres que va cultivando una vida con sentido y felicidad; frente a la esclavitud, deshumanización y sinsentido de las idolatrías de la riqueza, del poder y la violencia. Esta vida, que antepone el ser persona en la solidaridad al tener y poseer, hace posible la paz justa y la ecología integral. Desde la espiritualidad o mística de comunión con Dios, con los otros, con los pobres y con esa casa común que es el planeta tierra. Extirpando así de raíz la codicia y poder que siempre producen las guerras, violencias y destrucción de la vida en todas sus formas.
Este eco-pacifismo integral está alimentado por la espiritualidad-ética del cuidado y de la vida que expresa, como símbolo real, lo femenino que debe orientar a toda política y economía. Es decir, la solidaridad, el protagonismo, dignidad e igualdad de la mujer para la liberación de la feminización de la pobreza, de la explotación laboral y exclusión sociopolítica de la mujer, de toda violencia que padezca la mujer. En oposición al machismo y patriarcado, en contra de todo terrorismo doméstico. Tal como nos está mostrando y testimoniando todo lo anterior la fe e iglesia con los papas como Francisco que nos transmiten al Dios liberador y de la justicia con los pobres, al Dios de la felicidad y vida realizada, plena-eterna.
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