Juan Pablo Espinosa ArceEl texto del encuentro de Zaqueo con Jesús narrado por el Evangelio de Lucas y perteneciente a una tradición particular del autor (Cf. Lc 19,1-10), es un bello relato en el encontramos un testimonio claro del proceso de conversión interior y comunitario que el personaje, Zaqueo, vive gracias al encuentro con el Maestro Jesús. Es un pasaje bíblico que, a mi entender, viene a dar sentido a una teología del encuentro. Dios en Jesús atraviesa por nuestros Jericó (Cf. 19,1), las multitudes se aglomeran, y el pequeño Zaqueo no puede ver al renombrado profeta que pasa por la, suponemos, calle central de su ciudad.

Las reflexiones que siguen a continuación, surgieron de un encuentro bíblico que organicé con una comunidad parroquial rural. En el encuentro leímos el texto de Zaqueo y, en el diálogo con los participantes, pude ir pensando las claves que a continuación presento. De ellas se desprende un aspecto fundamental para el trabajo teológico: el lugar indispensable de la comunidad pastoral a la cual uno sirve y acompaña. No hay teología sin un grupo humano con el cual dialogar, y el cual permite ir generando nuevas reflexiones. Hay tanto una teología del encuentro en la experiencia particular de Zaqueo como en la del teólogo que vive su sentido de Iglesia. En palabras de Raúl Berzosa, “la teología parte de una comunidad, contextual socio-culturalmente, y debe volver a esa misma comunidad y sociedad. Fe-eclesialidad-cientificidad-pastoralidad definen la verdadera teología”[1].

La multitud y el árbol: último recurso

No pretendo entrar en la totalidad de los detalles del texto. Anteriormente había reflexionado sobre algunos elementos de la narración lucana en un artículo en el que asumí la mirada como clave interpretativa para pensar el carácter eclesialmente situado de la fe cristiana[2]. Lo que sigue tampoco es una propuesta de exégesis bíblica. Es, ante todo, una lectura pastoral y eclesial del relato lucano.

El primer elemento que quisiera resaltar es la descripción narrativa que el autor realiza de uno de los personajes: la multitud. Es un personaje colectivo que cumple la función de impedir a Zaqueo ver a Jesús (Cf. Lc 19,3), porque era un gentío muy grande y él, un hombre de baja estatura. Es la misma muchedumbre que luego comenzará a murmurar contra Jesús que libremente decidió hospedarse en la casa del jefe de los publicanos (Cf. Lc 19,7).

Por más que Zaqueo intenta abrirse paso entre el gentío todos los esfuerzos son infructuosos. Y es por ello que decide –casi como último recurso– subirse a un sicomoro (que hasta hoy se puede ver) para poder ver a Jesús (Cf. Lc 19,4). El gesto de Zaqueo habla de curiosidad, de aquella que nace de haber escuchado cómo otras personas hablaban de Jesús. Jericó era una ciudad estratégica entre Galilea (provincia norte de Israel) y Jerusalén, capital política y religiosa de la nación. Jericó se ubica, hasta el día de hoy, en el camino que va entre ambas provincias. Todas las noticias que iban a Jerusalén debían pasar por la aldea de Zaqueo. Y por ello es que creemos que la curiosidad del publicano debía verse resulta. Y aparece el último recurso: el sicomoro.

Hoy en nuestras culturas, en nuestras comunidades, en nuestra Iglesia, aún hay personas que desean ver a Jesús pasar, que han escuchado de otros las palabras y testimonios de cómo Él propone algo nuevo para la vida. Hay mucha gente que sigue subiéndose al árbol para desde su altura ver al Señor que pasa. Esto exige de nuestra parte, como agentes de pastoral, como líderes de comunidades, una especial sensibilidad para ayudar a provocar el encuentro. No es que nosotros iniciemos el encuentro. No. El encuentro siempre es gratuidad, comienza en Dios que busca al ser humano. Y es que asumiendo dicha gratuidad es que es necesario crear espacios óptimos para que los hombres y las mujeres puedan tener experiencia de Jesús. No podemos ser como la multitud que impide a los Zaqueo ver al profeta.

La multitud que impide ver: pistas eclesiales y culturales

Y quizás la Iglesia ha tenido parte en este impedimento de visión. Sabemos que los últimos años no han sido fáciles para la comunidad eclesial ni para su jerarquía. Las encuestas son claras, y en el caso de Chile el número de católicos descendió drásticamente desde el 2006 con un 70% al 2016 en donde se contabilizó un 58%[3]. Es evidente que existe una falta de identificación con la institución eclesial. Y percibo en esa baja el que la multitud, a la que pienso desde la Iglesia, ha impedido que muchas veces Zaqueo vea a Jesús. Hemos pasado mucho tiempo desde la condena, la acusación y la mirada que divide. Los abusos sexuales nos han remecido y la confianza, consecuentemente, ha bajado. Creo que el texto de Zaqueo y de sus esfuerzos para ver a Jesús deben y de hecho nos brindan pistas para pensar cuáles han sido los grados de culpa en la privación de la visión y de la oportunidad de ver a Jesús.

La Iglesia tiene la misión de dar testimonio de Jesucristo vivo y resucitado (Cf. Mt 28,19-20). Pero pasa que ese testimonio viene muchas veces contaminado por usos viciados de poder, de manipulación de conciencias, de búsquedas de estatus sociales, religiosos, políticos o culturales, de distorsión del mensaje evangélico original. Estas son las cosas que el papa Francisco ha venido denunciando desde el primer día de Pontificado. El papa Bergoglio recuerda cómo es necesario ser Iglesia accidentada por anunciar a Jesús y su Evangelio y no transformarnos en una Iglesia anquilosada en prácticas que dividen y alejan a la gente. En nuestras comunidades cristianas aún hay hermanos que pretenden encerrar a Dios a sus propias medidas y darlo a conocer sólo a determinados grupos. Hay, incluso, quienes delimitan la acción salvadora de Dios, esa que busca a todos los hombres y mujeres porque es universal (Cf. 1 Tim 2,4-5). Tenemos la tentación de anunciar a Jesús de maneras parciales. Eso es ser como la multitud que impide que Zaqueo vea al Señor.

La Iglesia debe ser una señal que convoque a todos. Así lo comprendió el Concilio Vaticano II, cuando habló de la Iglesia como un sacramento (Cf. LG 1), o sea, signo visible de unión del género humano entre sí y del género humano con Dios. Pero pareciera ser que la comunidad creyente ha funcionado muchas veces más como señal de alejamiento que de cercanía y de prácticas de la ternura y de su revolución iniciadas en la Encarnación. Es allí donde se hace urgente el llamado del Señor a la conversión (Cf. Mc 1,14-15), conversión que también tocó el corazón de Zaqueo y que lo movió a cambiar drásticamente de vida. En palabras de Antonio Bentue “para que, a cara descubierta, pueda la Iglesia levantarse del banquillo de los acusados, tiene que dejar resueltamente el criterio del poder “eclesiástico” y convertirse al criterio del Reino proclamado por el Jesús de los evangelios, que vivió en el mundo de los hombres, pero cuyo poder no era el de este mundo”[4].

Hay que aprender a subir al árbol para ver al Señor que se hace el encontradizo. Es necesario volver a trepar el sicomoro y desde allí experimentar la mirada compasiva de Jesús que nos dice resueltamente: “es conveniente que hoy me quede en tu casa” (Lc 19,5). Y para ello es necesario plantar más árboles.

Plantar más árboles: lugares de encuentro con Jesús

El árbol fue el último recurso para que Zaqueo pudiera ver a Jesús. La multitud impidió, y muchas veces impide, que los pequeños, los pecadores, los considerados distintos puedan acercarse y ver a Jesús. ¿Qué pasa si como Iglesia derribamoso o si la cultura derriba el último recurso de Zaqueo? Zaqueo no podría haber visto a Jesús y su curiosidad, o su fe –no lo sabemos, pero quizás por curiosidad llega a la fe o su fe lo hace trepar al árbol– no se hubiera visto satisfecha. No podemos seguir talando los “árboles” que son ese espacio privilegiado de encuentro con Jesús. Es necesario aprender a plantar más árboles, a propiciar más lugares de encuentro con Jesús. El Documento de la V Conferencia General de los Obispos de América Latina y el Caribe celebrada en Aparecida nos ofrece algunos de los lugares que son espacio de encuentro con Jesús: la eucaristía, la oración personal y comunitaria, la acción social, la lectura de la Biblia, la práctica de los sacramentos, la religiosidad popular (Cf. Aparecida 246-265).

Hay que aprender a hacer una Iglesia que provoca el encuentro con Jesús. Es necesario vivir pastorales de procesos de conversión y no sólo de acontecimientos. Como sostiene la teóloga Nancy Bedford, es necesario “plantar huertas sin dejar de escuchar a los árboles”[5]. Las huertas son los espacios sustentables en los cuales los creyentes y los no creyentes que buscan con sincero corazón la verdad, la justicia y el bien, pueden conocer y reconocer a Jesús de Nazaret. La experiencia de Zaqueo es una experiencia de sapiencialidad, de saber escuchar a los árboles, de saber discernir la presencia de Dios en distintos espacios, cruces y fronteras. Zaqueo reconoce el árbol como el espacio para ver a Jesús. La Iglesia de hoy ha de ser señal y signo del Dios en la historia. El testimonio humilde de los creyentes, de los miles de rostros que construyen día a día una Iglesia cualitativamente distinta, más profética, nazarena, discipular y misionera, debe motivarnos a buscar los espacios propicio para la plantación de los árboles y no derribarlos, de manera de subirnos y ver al Señor que pasa. Sólo así estaremos en condiciones de vivir una auténtica teología del encuentro.

***

[1] Raúl Berzosa, ¿Qué es teología? Una aproximación a su identidad y a su método (Desclée de Brouwer, Bilbao 1999) 185.

[2] Juan Pablo Espinosa Arce, “Y Jesús alzando la vista le dijo (Lc 19,5). La mirada como clave interpretativa de la eclesialidad de la fe”, en Revista Senderos 102 (Enero-Junio 2016), 12-23.

[3] Datos obtenidos en la Encuesta Bicentenario de la Pontificia Universidad Católica de Chile http://encuestabicentenario.uc.cl/wp-content/uploads/2016/11/Encuesta-bicentenario-2016-Religio%CC%81n.pdf [Recuperado el 24 de Septiembre 2017].

[4] Antonio Bentue, “La Iglesia en el banquillo”, Mensaje (2012), 532-536, 535.

[5] Nancy Bedford, “La subjetividad teológica en movimiento. Reflexiones desde una teología feminista en la migración”, en Azcuy, Bedford & García Bachmann, Teología feminista a tres voces (Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile 2016), 277-316, 285.

Zaqueo

Imagen extraída de: Huffington Post

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Chileno. Laico. Profesor de Religión y Filosofía. Magíster en Teología Fundamental. Diplomado en Docencia Universitaria. Académico Instructor Adjunto en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Académico de la Universidad Alberto Hurtado (perteneciente a la Compañía de Jesús). Imparte cátedras de Teología Fundamental, Antropología Teológica e Introducción a la lectura de la Biblia. Sus áreas de interés y trabajo investigativo y divulgativo son: la Antropología Teológica, el lugar de la mística en la vida humana y la teología de la Resurrección.
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1 COMENTARIO

  1. Es una preciosa y profunda reflexión. Esta clave de vivir en encuentro también debe ser correspondida con una búsqueda personal y con un abrir paso para que otros vean.

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