Cristianisme i JustíciaEn el curso del cuarto aniversario del pontificado del Papa Francisco podemos hacer balance de los retos asumidos y de las posibilidades de reforma real de la Iglesia. Algunos son los frentes abiertos: el ministerio femenino, la acogida de personas divorciadas y homosexuales a la Iglesia, la lucha contra la pederastia… todos abordados con gran dificultad y de resultado final incierto. A todos ellos hemos querido dar un espacio en el blog este año.

Probablemente el hecho más relevante de este curso sea el aniversario de los 500 años de la reforma protestante. El acercamiento del Papa Francisco a la iglesia luterana ha sido un acierto, síntoma de una espíritu ecuménico real i de una humildad que la Iglesia católica necesita. Nosotros le hemos dedicado un cuaderno magníficamente escrito por Jaume Botey: “A 500 años de la reforma protestante”.

Y como no podía ser de otra manera no faltan reflexiones proféticas que nos recuerdan que la Iglesia es, sobre todo, la comunidad de creyentes reunidos en nombre de Jesús. Profetas que nos recuerdan los retos que tenemos todos los cristianos para acercarnos, cada vez más, a ser comunidad real de acogida, de misericordia, de pobreza y de comunión.

Iglesia

Imagen extraída de: Pixabay

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2 Comentarios

  1. Siempre que se habla de reformas de la Iglesia parece obligada la evocación del libro pionero de Yves Marie Congar. Ese y otros textos explicaron su salida intempestiva de Le Saulchoir, junto con otros compañeros de aquella rompedora facultad de teología dominicana. Lo que le indujo a un vehemente François Mauriac a proclamar que, con aquella medida de un maestro general español, habían matado el núcleo del catolicismo francés. No hubo tal. Los religiosos aceptaron con humildad la retirada de la venia docendi. Congar se marchó a Oxford a estudiar.
    En Oxford, en el Ian Ramsey, me encontraba aquel día de septiembre que eligieron a Bergoglio sucesor de Pedro. Al ser un centro dedicado a profundizar en las relaciones entre ciencia y fe, la noticia se recibió con alborozo porque, se dijo entonces, el Papa era químico. Fue la primera mentira de un rosario de ellas que se irían produciendo en el curso de los años. No era químico, si por tal se entiende el que ha seguido una carrera universitaria.
    Nunca, desde el cisma de Occidente, se había repetido con tanta insistencia como ahora que Francisco es el sucesor de Pedro y punto. Tal cual. ¿Por qué esa contundencia? No por la praxis pastoral, evidentemente. ¿Entonces? Por el descalabro doctrinal. Y por ciertas manifestaciones del entorno contrarias a la diafanidad evangélica. Vulgo, por mentir.
    Que la exhortación Amoris Laetitia es un compendio de errores, un manual de moral de situación, no se ha cuestionado objetivamente por nadie. Al margen de que tenga párrafos enteros de escritos de un teólogo autor de novelas de amor, y no es hipérbole. Se falsea a santo Tomás, se troncha la Veritatis Splendor, se contradice, se niega la existencia de una moral objetiva… Sabido es que unos cardenales, de cuya competencia nadie puede discutir, humildemente hablan de dudas. ¿Dudas? Disparates tout court. Ahí tenemos un auténtico reto: el descalabro de unas conferencias episcopales que dicen una cosa y el de otras que dicen lo contrario.
    He relatado aquí mismo las mentiras de bulto que rodearon la invitación a repensar el ministerio femenino. Hoy sabemos, además, que Muller, cardenal de la Congregación de la Doctrina de la Fe, se negó a presidir el bodrio que le presentaron, lo que irritó sobremanera a quien era su superior y podía descabalgarle. Y lo descabalgó. Dejemos aparte lo de Lutero y el amigo protestante, aupado a la dirección argentina de L´Osservatore Romano”. Todo testido del evangelio es santo. ¿Lutero a los altares?

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