Recientemente se ha estrenado la nueva película sobre San Ignacio de Loyola, producida por la Jesuit Communications Foundation (JesCom), que está ligada a la Provincia Filipina de la Compañía de Jesús. Dirigida y escrita por el filipino Paolo Dy, que se formó en instituciones jesuitas, San Ignacio de Loyola es interpretado por el actor español Andreas Muñoz. Con motivo de este estreno, en este artículo vamos a exponer las claves y el legado que nos deja San Ignacio para nuestro tiempo. Un legado que tiene como principio la búsqueda sincera, honrada y apasionada por la verdad, la belleza y el bien. Esta búsqueda espiritual y moral le lleva a encontrarse con el Dios revelado en Jesús de Nazaret, testimoniado en sus seguidores como son los santos e iglesia. Es una búsqueda como respuesta al don de la llamada (vocación) que Dios nos hace a cada persona y que, en este camino de la vida e historia, se debe discernir para experienciar, acoger y responder al proyecto que Dios tiene para la humanidad.

Desde este Don (Gracia) del amor y vocación que Dios nos regala a toda persona, se trata de ir asumiendo y realizando un camino de conversión a Dios en el seguimiento de Jesús, a la vida de su comunidad o pueblo, la iglesia, y al servicio del otro con la fraternidad solidaria con los pobres. La vida de San Ignacio queda marcada por esta búsqueda de Dios en todas las cosas desde la unión con Cristo, por el sentir con la iglesia y por servir al otro, a los pobres y al bien más universal. Una existencia que, como nos mostró K. Rahner, vive de esta “mística de la vida cotidiana”, con la contemplación en la acción. Una espiritualidad del servicio de la fe y de la justicia en la opción liberadora por los pobres. Ignacio testimonió esa iglesia que sirve a la misión en salida hacia las periferias y fronteras, iglesia pobre con los pobres que va liberando de los ídolos de la riqueza-ser rico y del poder.

Frente a la globalización de la indiferencia y la cultura del descarte, Ignacio vive la experiencia católica de la fe en diálogo con la razón y con la cultura, en una nueva mirada renovada, profunda a todas las cosas, en la honradez con la realidad en sus diversas dimensiones o aspectos. Tal como aparece en su Autobiografía (A), con esa vivencia decisiva en el Cardoner (A 31). Es una experiencia honda y mirada renovada a lo real que bebe de la misma entraña del Dios cristiano, el Dios Comunión y Solidaridad, que contempla toda la realidad del mundo e historia asumiendo la vida y la muerte, la alegría y el mal, el bien y la injusticia. Y que como respuesta honrada a esa realidad, como aparece en los Ejercicios Espirituales (EE), Dios mismo en Cristo se encarna en la humanidad e historia, para regalar al mundo esta salvación en el amor y justicia que va liberando de todo mal e injusticia (EE 102-109).

El lugar y realidad de esta Encarnación de Dios en la realidad, que nos trae la salvación y liberación integral, es el amor y pobreza fraterna que nos libera de los ídolos de la riqueza-ser rico y del poder (cf. EE 102, 106-107). El Señor nascido en summa pobreza, y a cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí” (EE116). Es el “principio y fundamento” (EE 23), el ser libres ante estas idolatrías de las cosas, del tener y del poseer para que toda la realidad esté al servicio de la gloria de Dios y de los otros, con los frutos de santidad, reconciliación y justicia.

Como aparece en la dinámica de las “dos banderas” (EE 136-147), es la vida liberadora de la “pobreza contra riquezaoprobrio o menosprecio contra el honor mundano; humildad contra la soberuia; y destos tres escalones induzgan a todas las otras virtudes” (EE 146). De ahí que el seguimiento de Jesús nos lleva a esta vida de santidad y virtudes morales con la pobreza, humildad y verdadera libertad ante estos ídolos de la riqueza-ser rico, del tener y poder que nos dirigen al mal e injusticia. “Por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riquezaoprobrios con Cristo lleno dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo” (EE 167). Tal como se culmina en la segunda semana de los EE con la “tercera manera de humildad”, de amor pleno (EE 167-168), en una transformación de la vida donde nos liberemos de nuestro egoísmo e interés individualista (EE 189).

En su recordada “carta a la comunidad de Padua”, San Ignacio nos enseña que “son tan grandes los pobres en la presencia divina, que principalmente para ellos fue enviado Jesucristo a la tierra: por la opresión del mísero y del pobre ahora – dice el Señor – habré de levantarme; y en otro lugar: para evangelizar a los pobres me ha enviado, lo cual recuerda Jesu Cristo, haciendo responder a san Juan: los pobres son evangelizados, y tanto los prefirió a los ricos que quiso Jesucristo elegir todo el santísimo colegio entre los pobres y vivir y conversar con ellos, dejarlos por príncipes de su Iglesia, constituirlos por jueces sobre las doce tribus de Israel, es decir, de todos los fieles. Los pobres serán sus asesores. Tan excelso es su estado. La amistad con los pobres nos hace amigos del Rey eterno. El amor de esa pobreza nos hace reyes aun en la tierra, y reyes no ya de la tierra, sino del cielo. Lo cual se ve, porque el reino de los cielos está prometido para después a los pobres, a los que padecen tribulaciones, y está prometido ya de presente por la Verdad inmutable, que dice: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos, porque ya ahora tienen derecho al reino… Si esto es verdad en los pobres no voluntarios, ¿qué diremos de los voluntarios? Los cuales, por no tener ni amar cosa terrena puedan perder, tienen una paz imperdurable y una suma tranquilidad en esta parte, mientras que los ricos están llenos de tempestades…Baste lo dicho para mutua consolación y exhortación mía y vuestra para amar la santa pobreza” (BAC, 701-104).

Como se observa, en el seguimiento de Jesús nos ponemos delante de Cristo Pobre-Crucificado (EE 53) y de los crucificados de la tierra por el mal, injusticia y pecado personal, social y estructural, el pecado del mundo. Con una comunión e identificación mística y solidaria con Jesús Crucificados y los crucificados por el mal e injusticia (EE 196-197), tal como es la experiencia mística de Ignacio en la Storta (A 96). En esta respuesta ante Cristo Crucificado que debo dar para la acción y el compromiso, como muy bien nos transmitió y testimonió el jesuita mártir I. Ellacuría desde toda esta espiritualidad ignaciana, se trata de bajar de la cruz a los pueblos crucificados e ir buscando todas estas mediaciones humanas, sociopolíticas, institucionales e históricas que posibilitan este servicio en el amor y justicia con los otros, con los pobres, en la defensa de la vida y dignidad de las personas.

Con la promoción de la civilización del trabajo y la pobreza en contra de la del capital y la riqueza. Una política y economía al servicio de las capacidades y necesidades de las personas, de los pueblos y de los pobres con un desarrollo liberador e integral, un trabajo digno con derechos como es un salario justo, por encima del capital, del lucro y beneficio. La vida austera y sobria con  la pobreza solidaria en comunión de vida, bienes y luchas liberadoras por la justicia con los pobres de la tierra que es lo que nos va dando sentido, realización y felicidad; frente a la idolatría de la riqueza-ser rico, del poseer y del tener que se impone sobre este ser solidario.

Efectivamente, la fe y santidad como la de San Ignacio nos propone una vida libre, feliz y espiritual en esta “contemplación para alcanzar amor” (EE 230-237) que se realiza en el servicio y acción por el bien más universal, por el bien común y solidario. En este compartir la vida, los bienes y la justicia con los pobres. Una vida de espiritualidad y mística de comunión con Dios, con los otros, con los pobres y con toda la creación, con todo el universo y cosmos que expresa toda una ecología integral como la que San Ignacio encarnó en su tiempo y realidad. Una vida humanizadora, espiritual, plena y eterna que alcanzó San Ignacio con su santidad en el amor y en la iglesia.

[Ilustración de Ignasi Flores]

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