Josep F. Mària[Al cor del món/Pregaria.cat] Fran, un joven padre de familia catalán, estaba en la región de Bengala (NE de la India) donde supervisa la ONG «La casa de las niñas». Un día, en plena calle, presenció atónito como una mujer daba a su hijo recién nacido a unos hombres, que le pagaban un fajo de billetes. Fran no pudo evitar decir a la mujer, en inglés: «¿Qué estás haciendo?». Ella, que no hablaba inglés, lo miró, le enseñó el dinero, señaló seis niños y niñas cerca de él y se puso los dedos cerrados de la mano en la boca. Fran calló, comprendiendo el mensaje sin palabras: «Con este dinero podré alimentar mis otros seis hijos».

A Fran -un entusiasta y devoto de Santa (Madre) Teresa de Calcuta- le vino a la cabeza la frase evangélica «No juzguéis y no seréis juzgados» (Mt 7, 1). Por eso se quedó con la palabra en la boca delante de aquella mujer pobre.

Tal vez juzgar personas es una sutil, casi inconsciente, manera de sacarnos de encima la responsabilidad para con ellas. De exorcizar una llamada interior, fundamental, pre-reflexiva y auténtica, a asumir nuestra responsabilidad de ayudar a la gente.

El juicio puede convertirse en una operación reflexiva que construye un muro entre mí y la gente a la que soy llamado a ayudar. Buscamos razones que son ladrillos para separarnos de la llamada fundamental a ayudar al que está necesitado. Pero la respuesta a esta llamada no son palabras ni razones: son acciones. Lo dice en pocas palabras el Padre Opeka, un argentino misionero en Madagascar:

«[En el vertedero de Antananarivo] vi, apenas llegar, niños de tres, cuatro añitos peleándose con los perros y las bestias por un pedazo de basura podridas. Y lloré. En ese momento me quedé sin derecho a hablar; sólo tenía derecho a actuar. Esa noche me arrodillé en mi cama y pedí a Dios que hiciéramos algo por aquellos niños» (La Vanguardia 03/12/2016, p.68).

Esta llamada es tan fundamental que se mantiene más allá de todo juicio: no se trata de culpabilizar a la madre india ni que Fran se culpabilice de no hacer lo suficiente.

Se trata de mirar de frente los que sufren.

Y llorar.

Y callar.

Y actuar.

Y arrodillarse para recuperar la esperanza.

Y pagar el precio de actuar: Fran ha vuelto varias veces de Bengala con problemas de salud.

Y finalmente, razonar. Poner la razón al servicio de la responsabilidad: buscar formas más eficaces de ayudar, de hacer un mundo mejor.

***

«¡Que yo pueda ser la medicina y el médico para el enfermo! ¡Que yo sea su enfermero hasta que sus enfermedades nunca vuelvan!
¡Que con una lluvia de comida y bebida pueda vencer las aflicciones del hambriento y el sediento! ¡Que yo sea comida y bebida en tiempo de hambre y sequía!
¡Que yo sea un tesoro inagotable para el despojado! Que me mantenga a su lado con formas diversas de ayuda.
Por el bien de lograr el beneficio de todos los seres que sienten, entrego mi cuerpo, mi fruición y todas mis virtudes…» (La marcha hacia la luz III, 7-10).

Entonces Yahvé preguntó a Caín: ‘¿Dónde está tu hermano Abel?’ Él respondió: ‘No lo sé. Acaso soy el guardián de mi hermano? «(Gn 4, 9).

«Sólo la sonrisa de Dios conoce la profundidad de las vidas humanas». Jean-Pierre Jossua

Juzgar

Imagen extraída de: Pixabay

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Jesuita. Doctor en Economía (UB). Licenciado en Teología (FTC). Profesor de Análisis Social, Ética y Religiones del Mundo en ESADE. Miembro de Cristianisme i Justícia. Patrono de la Fundación IQS y miembro del Consejo Superior de la Universidad de Comillas. Estudia sobre valores y educación superior, en particular desde la tradición jesuita.
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