José EizaguirreEn las pasadas Jornadas de Justicia y Solidaridad de Confer celebradas en Madrid los días 24-26 de febrero de 2017 tuvimos ocasión de escuchar a Lluc Torcal, monje del monasterio de Poblet, que transmitió la experiencia de conversión ecológica de su monasterio (puede verse el vídeo de la ponencia). En pocos años y tras un proceso de discernimiento comunitario promovido por el abad y el prior, entre otros logros, han reducido drásticamente el consumo de agua y energía en el monasterio, una energía además que procede cada vez más de fuentes renovables. Ciertamente un proceso ejemplar que puede motivar a otros a seguir por ese camino.

En el coloquio posterior, uno de los presentes preguntó: «Para hacer toda esa conversión, ¿las inversiones han sido muy cuantiosas? ¿En cuánto tiempo se recuperan?».La respuesta del monje de Poblet tuvo una doble dimensión que transcribimos aquí:

«Las inversiones han sido importantes, ciertamente. Algunas no tanto como parece. Por ejemplo, las placas fotovoltaicas ya están amortizadas en este momento. Estamos ya en el marco de diez años, por tanto es una inversión normal. Pero para mí la respuesta nunca va en ese sentido económico, porque el precio de las cosas no refleja lo que las cosas valen. El cambio climático es un fenómeno que hace que las cosas valgan mucho más de lo que valen, que el coste real de un objeto tenga detrás toda una serie de costes no aplicados que producen guerras, violaciones de personas, calentamiento global; por lo tanto está hipotecando el futuro. Si todo esto lo pusiéramos en la balanza, el coste de las inversiones para hacer este tipo de transformaciones es insignificante. Cuando uno hace esta valoración más amplia -y lo subrayo porque como religiosos y cristianos deberíamos hacer las cosas de este modo-, piensa que merece la pena gastarse este dinero porque estamos haciendo un planteamiento a futuro. Nosotros estamos viviendo en un monasterio construido en el siglo XIII. El coste que pagaron los monjes que lo construyeron está no amortizado sino hiperamortizado porque ha dado cobijo a generaciones de monjes. Si cambiamos esa mentalidad capitalista de entender las cosas, los costes se relativizan completamente y uno se alegra incluso de gastar ese dinero para que las cosas cambien en ese sentido».

¡Precioso testimonio de «conversión ecológica»! Como nos muestra el papa Francisco, esta no es un cambio de tecnología (necesario ciertamente) sino sobre todo un cambio de mentalidad y del corazón. La mentalidad capitalista que se nos ha colado con la cultura ambiental se pregunta en primer lugar por el beneficio propio –¿qué gano yo con este gasto, con esta inversión?–. Es una pregunta que tiene un primer nivel de respuesta. Pero la respuesta importante no va en ese sentido económico del provecho propio o, en todo caso, del provecho de mi familia, comunidad o entorno cercano. La clave está en ser capaces de pensar en los demás, en los que no conozco, en los que vendrán después que nosotros, antes que en uno mismo. ¿No es acaso esa la esencia del amor cristiano (y de todo amor)? Cuando uno es capaz de pensar primero así, «uno se alegra incluso de gastar ese dinero para que las cosas cambien en ese sentido».

Lamentablemente no es ése el sentimiento predominante hoy. En un artículo de Manfred Nolte en este mismo blog no hace mucho leíamos que «hoy las elecciones se ganan o se pierden en gran medida por el voto económico, por la percepción de cómo le ha ido a mi bolsillo en particular durante la anterior legislatura». Es la «Econocracia» que rige nuestros comportamientos. A la hora de comprar, de invertir, de votar, el criterio primero suele ser el provecho propio, especialmente el beneficio económico. Y lo grave es que resulta ser una mentalidad socialmente aceptada; se comprende y se acepta que cada cual mire por sí mismo, pues este sistema funciona si cada uno busca su propio provecho. La gratuidad, la donación, el amor a los que vendrán después, están fuera de esta mentalidad capitalista.

Sin embargo, Benedicto XVI en Caritas in Veritate ya expuso cómo la caridad –el amor– no es un apéndice que se pone al final del proceso económico en forma de donativo, sino que debe impregnar toda la actividad económica. Además de la racionalidad intrínseca propia de toda decisión de compra, Benedicto recuerda que «comprar es siempre un acto moral y no solo económico» (nº 66) –frase citada por Francisco en Laudato si (206)–, porque puede contribuir más o menos al bien común.

De eso se trata, de pensar primero en el bien común (y, entre otros bienes de todos, «el clima es un bien común, de todos y para todos», LS 23), de poner primero el provecho ajeno antes que el propio, de pensar siempre en las generaciones que han de venir después de nosotros. Como dice Lluc Torcal, «como religiosos y cristianos deberíamos hacer las cosas de este modo». También a la hora de invertir en tecnologías más sostenibles: «merece la pena gastarse este dinero porque estamos haciendo un planteamiento a futuro». ¡Gracias, Lluc, por tu testimonio!

mentalidad capitalista

Imagen extraída de: Pixabay

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José Eizaguirre
Es autor de libros, artículos, conferencias y cursos sobre ecología, consumo, espiritualidad y estilos de vida alternativos. Autor del del cuaderno Al que tiene se le dará; al que no tiene se le quitará (Colección virtual CJ nº 3). Participa en la iniciativa “Biotropía. Estilos de vida en conversión” y en el grupo “Cristianismo y Ecología”. Vive con su mujer en Cañicosa, un pequeño pueblo de Segovia. Juntos animan un centro comunitario de ecología, espiritualidad y acogida con el nombre de Tierra Habitada.
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1 COMENTARIO

  1. ¡Perfecto! Quizá ya sea hora, pues, que la iglesia católica romana y sus instituciones no acepten el dinero público que cada año el Estado (gobiernos central, autonómicos, locales, etc.) les regala.

    Atentamente

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