Manu AnduezaHace no mucho nos despertamos con que las Naciones Unidas nos indicaba que estamos atravesando la mayor crisis humanitaria en setenta años. Desde la II Guerra Mundial nos decían.

¿Y se quedan tan campantes? ¿Basta con decirlo y ya está? Pues no, señor. Desde estas líneas exijo dos acciones.

La primera hacer algo al respecto. La segunda no hundir la esperanza.

Respecto a la primera diremos lo siguiente:

-No es casualidad. Que nadie se engañe ni nos engañe. Si hemos llegado a esta situación ha sido por responsabilidad nuestra. No ha habido un cataclismo de las fuerzas de la naturaleza, ni una conjunción de estrellas malignas ni un paseo de Satán en medio de los bosques de nuestra humanidad. Atrás quedan las profecías milenarias, el engaño de las brujas y la desidia de los ángeles. El mundo está así porque nosotros lo estamos construyendo así. Es el ser humano el que no distribuye los alimentos para que lleguen a todos, el que prefiere tirar comida para que no baje el precio antes que dársela a quien la necesita. Somos nosotros quienes alzamos murallas y barreras para que no lleguen otros a invadir nuestra tierra que ya invadimos nosotros una vez, como si fuera algo nuestro…

-Exijamos responsabilidades. Si esto no es casual, alguien debe tener la culpa. Busquemos a ese alguien, señalemos de quién se trata y hagamos que se responsabilice de sus acciones. Ya es hora de llamar a las cosas por su nombre y decir quién hace qué. Es curioso escuchar frases como las que lanza Francisco en sus discursos dominicales: defiende al trabajador por encima del beneficio de la empresa, la vida digna por encima del dinero… Y le creemos; le creemos, ¿no?

-Seamos honestos. Si hay unos responsables es porque de alguna manera muchos lo hemos permitido. Las excusas ya no nos pueden valer. Por lo tanto tomemos cartas en el asunto y empecemos a organizarnos para darle la vuelta a esta situación catastrófica. Nosotros somos los protagonistas de la historia. Haremos que el mundo sea lo que nosotros vivamos. Es nuestra vida, nuestra acción, nuestras decisiones lo que pueden hacer modificar, ni que sea mínimamente un poco este mundo de crisis humanitaria en un mundo de misericordia experimentada.

Y para poder tomar cartas en el asunto es fundamental no dinamitar la esperanza. Es cierto que el mundo tiene sus problemas, pero no es menos cierto que la esperanza nos puede habilitar y nos habilita para mejorar lo presente a la par que reconocemos elementos sustanciales de buenas noticias en medio del mundo.

Está inscrito en el ADN de los cristianos y cristianas, al igual que en el de todos aquellos que confían en la humanidad. La esperanza, incluso en tiempos de desastre. Así lo encontramos si paseamos por la experiencia vital que dio lugar a la Biblia. A pesar de los pesares, a pesar de las dificultades, esperanza.

Pero también encontramos esperanza en el libro de la vida. Cuántos que han dado su vida por la justicia, por la igualdad, por otro mundo posible, nos traspasan su legado de esperanza. Y cuántos que hoy en día siguen viviendo intentando mejorar el mundo.

Son también motivo de esperanza las pequeñas comunidades, que aunque pocas, algunas sigue habiendo, con un fuerte deseo de construir otra iglesia y otro mundo. Situándose en ámbitos de crisis para generar vida.

Es motivo de esperanza la santidad primordial de la que tanto le gusta hablar a Sobrino. La vida sobrellevada y superada de tantos que han sido los perjudicados por esta situación generada a la que llamamos crisis humanitaria. En medio de su desnudez, de su debilidad, se hacen fuertes para mantenerse en pie y nos dan lecciones de humanidad y solidaridad.

Motivos para la esperanza los hay. Así que tomémoslos con energía para llenarnos de fuerza y con una sonrisa luchar por un mundo más justo.  Porque la mayor razón para confiar en la esperanza es el hecho de ser generadores de esperanza.

Así que ante la mayor crisis humanitaria, la mayor dosis de motivación para vivir prácticamente en la construcción de otro mundo posible.

¿Y cómo hacerlo? Muy sencillo. Comencemos a romper las lógicas habituales normativas de nuestro mundo para generar las lógicas ilógicas del proyecto de Jesús.

Vivamos esperanzados porque somos razón de esperanza, vivamos alegres porque otorgamos alegría a quienes padecen, generemos un mundo de solidaridad porque nos solidarizamos con nuestro entorno. Escuchemos los gritos de clamor porque en ellos descubrimos las llaves para abrir la puerta del dolor.

Ya sé que no hay nada nuevo bajo el sol… pero depende, todo depende de cómo se mire y cómo se actúe… todo depende de cómo seamos y cómo vivamos para que se mantenga presente la mayor crisis humanitaria de los últimos setenta años o para que deje de avanzar el tsunami del desorden y se establezca el iceberg de la esperanza que genere nuevas energías y vitalidades bajo el agua que poco a poco irán haciendo florecer el placton de la vida digna.

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Imagen extraída de: Pixabay

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Amarillo esperanza
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Manu Andueza
Licenciado en teología y en psicopedagogía. Educador por vocación y convicción. Trabaja dando clases en un centro de secundaria. Colabora con diversas entidades del mundo social. Responsable del Área Teológica de Cristianisme i Justícia.
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