Paula Domínguez Mezquita. Tras las recientes elecciones en Holanda, Europa respira aliviada. Es, a ojos de los más optimistas, la primera derrota del populismo en Occidente. Y es que, afortunadamente para muchos, las encuestas han vuelto a errar. El partido del ultraderechista Geert Wilders ha quedado en segundo lugar con 20 de los 150 escaños del congreso, frente a los más de 25 que le otorgaban la mayoría de encuestas.
Entre tanta euforia europeísta, muchos han obviado el batacazo de la socialdemocracia holandesa. El partido de Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo, liderado por Lodewijk Asscher, ministro de Asuntos Sociales y Empleo en el gabinete de Rutte, ha pasado de 38 a 10 escaños. Una caída histórica, pero no la única. Desde el estallido de la crisis económica de 2008, la socialdemocracia europea vive sus horas más bajas. En España, el resultado de las elecciones de junio de 2016 pusieron en jaque a las filas socialistas, divididas entre abstenerse y facilitar un gobierno del PP en minoría o formar una coalición alternativa con Podemos y otros partidos. El desenlace ya lo conocen: una gestora al frente del partido, tres candidatos a la secretaría general, una brecha entre la cúpula y los militantes y un partido que, para más de 5,6 millones de personas –que han dejado de votar al PSOE desde que Rubalcaba relevase a Zapatero en las elecciones generales de 2011, no ilusiona.
En el Reino Unido, el Brexit ha provocado una crisis interna dentro de los laboristas. A Jeremy Corbyn, líder discutido del partido, se le acusa de haber hecho una tibia campaña a favor de la permanencia en la Unión Europea. Mientras, tanto los conservadores de Theresa May como los xenófobos del UKIP han conseguido capitalizar la guerra entre los whigs, con una ventaja de los tories sobre estos de 18 puntos según los últimos sondeos. En Grecia, el Pasok, partido de gobierno durante décadas, ha pasado a ser la cuarta fuerza política por detrás incluso del partido ultra Amanecer Dorado. En Italia, el Partido Democrático ha sido deslegitimado en el referéndum convocado por el primer ministro Matteo Renzi y se ha escindido en otro movimiento –“Demócratas y Progresistas”- perdiendo 34 parlamentarios. Los socialistas franceses van por el mismo camino. La difícil legislatura del presidente Hollande, marcada por la crisis entre “reformistas” y “rebeldes”, es el espejo de la guerra interna del partido. El candidato Benoît Hamon no despega en los sondeos, según los cuales no pasaría a segunda vuelta, y pesos pesados del PSF como el ex primer ministro Manuel Valls, le han dado la espalda en favor del candidato centrista Emmanuel Macron. En cuanto a Alemania, habrá que esperar hasta septiembre para ver si el socialista Martin Schulz, expresidente del Parlamento Europeo, se impone sobre la canciller Angela Merkel. Hoy día parece que sólo Suecia y Portugal resisten mediante alianzas con la izquierda.
Para Anne Hidalgo, alcaldesa de París, “la socialdemocracia europea necesita líderes” como Pedro Sánchez. Así se lo ha dicho al ex secretario del PSOE en un vídeo emitido la semana pasada durante un acto de precampaña. Al margen de si Pedro Sánchez es o no el candidato ideal para el PSOE y más allá de la falta de líderes socialdemócratas fuertes en Europa, lo que es evidente es que la socialdemocracia europea se ha quedado sin programa ideológico. No tiene respuestas ante el malestar contra la globalización, cuyos efectos -entre otros: pérdida de trabajo en algunas industrias, mayor desigualdad, inmigración masiva…- atemorizan a sus votantes tradicionales, ahora más atentos a la seguridad que a la solidaridad.
Así, la socialdemocracia ha dejado de monopolizar el voto de la izquierda. Partidos a izquierda y derecha le comen terreno ideológico y desde ambas corrientes se cuestiona su hegemonía, para los primeros por comprar el discurso y las políticas neoliberales y para los segundos, por anquilosarse en políticas que no responden a la actual economía del conocimiento. Ello sin contar el descrédito de las instituciones, dirigidas durante todos estos años por los partidos “tradicionales”, entre ellos, los partidos socialdemócratas. El papel de la socialdemocracia en Europa se pone pues en cuestión en una época en que parece –o nos quieren hacer creer- que no hay alternativa posible al fin del Estado del bienestar, triunfo, por cierto, de los socialdemócratas europeos.
Además del descontento social por la crisis económica e institucional, la llegada masiva de refugiados a territorio europeo ha contribuido al auge de partidos anti establishment y xenófobos que, a fuerza de reinventarse en su discurso por los derechos de los trabajadores –por supuesto, nacionales-, están ocupando espacios tradicionales de la izquierda. Partidos de extrema derecha como el Frente Nacional de Le Pen en Francia, el Partido de la Libertad de Wilders en Países Bajos (PVV), Alternativa por Alemania (AfD), la italiana Liga Norte y el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), entre otros, buscan soluciones simplistas a un sistema económico que, efectivamente, hace aguas, atribuyendo su fracaso a la vieja política, al capitalismo y a musulmanes e inmigrantes.
Con este panorama el futuro se revela incierto para la socialdemocracia europea, a la que parece que sólo le queda reinventarse o morir.
Imagen extraída de: El País
En el caso de España, el sistema electoral actual, vigente desde el 78 favorece el bipartidismo mas o menos imperfecto. Por ello los dos partidos mayoritarios, por ahora, no se ven impelidos a pactar y si lo hacen es a regañadientes. Peor todavía para los partidos de izquierda. En el caso del PSOE, la aspirante a candidata a la Secretaría General, declaró en su «fiesta de proclamación» que a la izquierda del PSOE «no hay nada». ¿Con quién pactará pues cuando gane? Se omite la respuesta.