Juanjo Peris “Gracias por su sinceridad, ser homosexual y trabajar para la iglesia católica no es compatible”. No era la primera vez que escuchaba, de alguna u otra manera, esa frase poniendo punto y final a un ciclo. Esta vez, con 40 tacos decidía poner fin a una etapa e iniciar andadura fuera de las instituciones eclesiales. Tras un infructuoso año buscando trabajo en España, decidí migrar a Londres y concederme un tiempo de inmersión lingüística. Así llegue a Giuseppe Colon House, una comunidad de Catholic Workers (el movimiento fundado por Dorothy Day y Peter Muray en Estados Unidos), donde hemos vivido siete voluntarios (procedentes de Reino Unido, Suecia, Alemania, Italia y España) con 22 migrantes (de Sierra Leona, Burundi, Eritrea, Etiopia, Djibuti, Irak, Ghana, Nigeria, India, Argelia, Georgia….) todos varones, demandantes de asilo o migrantes destituidos, es decir, que su solicitud había sido denegada y por lo tanto sin posibilidad de trabajar legalmente ni recibir prestaciones, obligados a vivir de la caridad. No recibíamos fondos públicos y vivíamos de donaciones.

Cierto es que en un ataque de incoherencia, para haber decidido iniciar una nueva etapa fuera de las instituciones eclesiales, me encontraba viviendo físicamente en el interior de un templo. Giuseppe Colon House es una antigua iglesia metodista (hoy sin servicio religioso) que ante la falta de fieles fue traspasada a los católicos. Por el momento, la diócesis tampoco se plantea abrirla para el servicio religioso, por lo que algunos impulsaron la idea de utilizarla como casa de hospitalidad. Siguiendo el consejo de un buen amigo (no creyente), y tras unos ejercicios en Loyola y una Pascua en Pueblo de Dios, la idea de vivir en Londres y temporalmente en una comunidad que acogiera a los excluidos e intentara generar redes de solidaridad me parecía atrayente como inicio de una nueva etapa.

Finalmente han sido 16 meses los que he estado viviendo en London Catholic Workers. Durante este tiempo, también he podido realizar trabajo sobre el terreno previo a la apertura de una nueva casa de hospitalidad para refugiados que vivían en la Jungla en Calais, y he visitado, de la mano del JRS UK, los Centros de detención para migrantes de Londres, los únicos en Europa con el dudoso honor de contar con detención indefinida.

Los tres ejes que definen Giuseppe Colon House son comunidad, hospitalidad y resistencia. Los voluntarios, que procedíamos de distintas tradiciones cristianas, intentábamos vivir como una comunidad cristiana ecuménica  tratando de ser fieles a los valores del evangelio (Comunidad). Teníamos cierta responsabilidad en el cuidado de la casa y en el seguimiento de los migrantes hospedados (Hospitalidad). Y editábamos un periódico, organizábamos acciones de reflexión, protesta y defensa de los derechos de los migrantes, como mesas redondas, vigilias ante la Home Office y la Foreign Office (Ministerios de interior y exterior) o participábamos en acciones directas organizadas conjuntamente con otros grupos, como el bloqueo de los accesos de recintos de fábricas de armamento (Resistencia).

Haciendo balance de este tiempo puedo decir que me ha aportado en primer lugar, un espacio de sanación siendo comunidad con los migrantes que han huido de países en conflicto, o de persecución por pertenecer a una minoría étnica, o por motivos de orientación sexual. El vínculo de vulnerable a vulnerable es sanador. Especialmente acogido me sentí en la jungla, donde nunca llegue a plantar mi tienda porque fui acogido por la comunidad sudanesa en una de las suyas. Allí pude experimentar la  diferencia que hay entre la hospitalidad que podemos ofrecer desde las estructuras y la que ellos me ofrecieron.

Ha sido un espacio de cuidado y de ternura en un contexto de regresión de derechos y de injusticia estructural. De sentir la injusticia, conviviendo con migrantes que salieron de su país hace muchos años y se encuentran sin ninguna posibilidad de regularizar su situación porque les falta alguna evidencia para documentar su historia que nunca va a llegar. Hay personas que huyeron cuando personas armadas entraron en su casa a matar a su familia, y es prácticamente imposible que puedan acceder a documentación que acredite su origen, porque provienen de estados fallidos. Hay personas, como comentaba un demandante de asilo en una reunión de Amnistía Internacional, que para protegerse, se han pasado la vida eliminando cualquier indicio que delatara su identidad sexual, por lo que ahora les es bastante difícil aportar pruebas que documenten su historia. No estamos protegiendo a todos los que deberíamos proteger. El sistema no escucha. Da la sensación que más que para proteger esta diseñado para filtrar unas cuotas predeterminadas. Incluso determinados derechos que hasta ahora se respetaban como la protección del menor, en el último episodio del desmantelamiento de la Jungla de Calais hemos visto como también hay una regresión. Sin un diagnóstico serio sobre la situación, se anunciaban a los medios unas cifras de los menores que el gobierno estaba dispuesto a proteger, ridículas, que en ningún caso se correspondían con la realidad y que luego siempre eran inferiores. El mensaje es que el sistema no puede proteger a todos por lo que pasa de ser universal a ser graciable. Las personas vulnerables cuentan cada vez menos con un sistema de protección y cada vez dependen más de organizaciones de caridad y redes de solidaridad. Hemos de dar respuesta en clave de hospitalidad y recuperación  del espacio político.

Ha sido un espacio de sobriedad compartida, de aprender a dar importancia a lo que la tiene, y a no dársela a lo que no la tiene, de generar redes con gente anónima, parroquias y organizaciones cercanas que nos visitaban y nos cuidaban. Un espacio para aprender que sólo de donaciones se puede vivir, incluso relativamente bien. Un espacio también de rabia y tristeza al convivir con personas que, tras muchos años de espera y sufrimiento sin conseguir su sueño y habiendo perdido mucho por el camino, sufren episodios de salud mental, o con otras que, tratando de buscarse la vida, acabaron criminalizados, encerrados en un Centro de detención y deportados. La mayoría de las personas que visité en el Detention Center llevaban bastante tiempo en el Reino Unido y fueron «cazadas» por la policía cuando se dirigían a la agencia que les había contactado ofertándoles un trabajo.

Ha sido también espacio de aprendizaje de redes de solidaridad invisibles y creación de sinergias. Algunos migrantes participan como voluntarios en organizaciones que trabajan con refugiados, colaborando en reparto de alimentos, ofreciendo información y apoyo, o cocinando en centros de día para personas sin hogar. Otros visitan y cocinan para otros que saben que por enfermedad no pueden hacerlo. Otros, además, se organizan para participar en acciones de sensibilización y protesta sobre la situación de sus comunidades de origen. La casa también era punto de referencia de otros Catholic Workers, voluntarios y activistas, especialmente de Estados Unidos o de otras partes de Reino Unido que hacían escala en Londres y que gustosamente acogíamos y aprovechábamos para compartir experiencias.

Ha sido un espacio de relectura de mi historia, donde observo que se repiten apuestas y exclusiones. Sigue habiendo algo en el interior del templo que excluye y algo fuera de él que integra. Sigo sintiendo la necesidad de permanecer en estas brechas, como la Jungla de Calais, como los Centros de detención, por coherencia vital. Es allí donde me siento desbordado por la realidad y me remiten a lo transcendente. Hace que no me resista a quedarme inmóvil ante la justicia y el sufrimiento. Sigo sin saber gestionar la dimensión trascendente. No me identifico con la oración “sacerdotal” que me ayudó en otros momentos de mi vida. Sigo buscando. El silencio me ayuda a constatar la tensión entre lo que es y lo que debería de ser.

Ha sido, por último, un espacio de reafirmación a continuar trabajando en estas brechas con profesionalidad, con las herramientas del trabajo social, con quien se quiera sumar, recuperando espacio político, recuperando espacios de sobriedad compartida, de generación de vínculos y redes con los que van llegando a nuestra vida.

Catholic Workers

Imagen cedida por London Catholic Workers.

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Nací en Alicante, soy Trabajador Social. Trabajo con personas sin hogar, migrantes, refugiados, víctimas de tráfico humano y de trabajo esclavo (modern slavery). Actualmente trabajo para la administración local en Londres. Previamente trabajé para Cáritas entre Andalucía y Marruecos. También canto en el LGMC, el coro gay de Londres y participo en el grupo LGBTQ+ de la diócesis de Westminster.
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