«Era como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda capacidad de asombro, y mantuviera a los habitantes de Macondo en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta el extremo de que ya nadie sabía a ciencia cierta donde estaban los límites de la realidad. Era un intrincado frangollo de verdades y espejismos…».
Gabriel García Márquez. Cien años de soledad
Intentar decir una palabra sobre la situación de Colombia en la última semana, es un ejercicio difícil: pensamientos, sentimientos y opiniones contrastantes han marcado unos días vertiginosos que nos muestran una vez más cuánto nos cuesta entendernos a nosotros mismos y lo complejo que ha sido y será construir aquí un proyecto de país.
El pasado domingo el pueblo colombiano dijo “no” a un acuerdo de paz que se ha venido trabajando por más de cinco años. Sobre 12 millones de votos (un poco menos del 40 por ciento de los votantes habilitados) el “no” se impuso con una diferencia de un poco más de 50.000 votos. ¿Qué pasó?
El nivel de prestigio del gobierno es bajo debido una situación económica que va desmejorando y a la falta de credibilidad de unos funcionarios que la gente percibe como distantes y opacos; muchos entendieron que votar “no” era elevar una voz de protesta contra un gobierno que no convence. De otro lado, el pueblo colombiano desconfía de las FARC, la guerra y sus prácticas degradadas han sembrado un sentimiento de rechazo profundo y una sociedad con heridas todavía abiertas. Es difícil ver a quienes han hecho la guerra fuera de las cárceles y haciendo política, la gente está cansada y no quiere ver su dinero usado para beneficiar a los guerrilleros.
La campaña por el “no” se centró en alimentar estos sentimientos de indignación y en alimentar “fantasmas amenazantes”, como la llegada inminente del modelo “castro-chavista” que nos llevaría a una situación como la de Venezuela. El gobierno no logró explicar unos acuerdos negociados cuidadosamente, pero difíciles de entender y primó la emoción sobre la discusión seria y razonada; sin quitar que hay puntos delicados –como el manejo de la justicia para los guerrilleros– donde hay objeciones razonables. Pero para comprender este momento, quizá sea bueno echar una mirada atrás y ubicarnos en el contexto.
El proceso de paz con las autodenominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, se puede leer como una historia con muchos capítulos y muchos intentos fallidos. Nacidas en el campo colombiano en los años ’50 del siglo pasado, las FARC representan la realidad de un campo marginado y excluido de la nación central, en un comienzo era un grupo de campesinos colonizando tierras sin uso y buscando integrarse a un país que nunca miro hacia estos territorios.
La influencia política de la guerra fría y el narcotráfico, terminaron por consolidar un ejército campesino que se hizo fuerte en los años ’90, pero que se degradó en sus ideales y en sus formas de lucha. Uno de cuyos símbolos de esta degradación fue el ataque con pipetas de gas a un grupo de campesinos y pescadores que se refugiaron la Iglesia de un pequeño caserío llamado Bojayá, en medio de unos combates, era mayo del 2002 y allí murieron más de 100 personas. En esta guerra degradada también participaron grupos paramilitares de derecha, quienes combatiendo las guerrillas han sembrado por décadas el terror en los campos y en pequeños pueblos.
¿Cómo buscar la paz y terminar con la guerra? Desde hace más de treinta años hemos tenido periodos de negociaciones y luego periodos de intensa lucha militar. Entre el 2002 y el 2010, bajo el gobierno de Álvaro Uribe y con el lema de la “seguridad democrática” las FARC fueron combatidas con intensidad y eficiencia, pero en este proceso también se dieron episodios vergonzosos de “guerra sucia” que han hecho hablar a los expertos de una grave crisis humanitaria, por la cantidad de desplazados internos y víctimas civiles que ha traído esta guerra.
Después de una fase exploratoria, en la más estricta confidencialidad, el gobierno del presidente Santos inició las negociaciones formales para la terminación del conflicto con las FARC el 26 de agosto de 2012 en La Habana,Cuba. Ha sido un camino largo y pedregoso, con largas horas de negociación, crisis, facilitadores nacionales e internacionales, críticas y controversias. Se partió del principio de que “nada está acordado hasta que todo esté acordado” y con gran paciencia se fue avanzando en los seis puntos de la agenda pactada: desarrollo agrario integral, participación política, fin del conflicto, drogas ilícitas, víctimas, implementación, verificación y refrendación.
El pasado lunes 26 de septiembre, en la ciudad de Cartagena de Indias con más de 2.500 invitados, entre ellos el Secretario General de Naciones Unidas, el Secretario de Estado del Vaticano, Jefes de Estado, se hizo la firma oficial del acuerdo, un momento simbólico de júbilo y esperanza. Como se había pactado este acuerdo sería sometido a plebiscito –consulta popular- el 2 de octubre, con el conocido resultado del “no”.
Este “no” ha generado como reacción una movilización política y social. La unidad que no se logró durante la negociación se ha visto ahora porque, ante la amenaza de volver a la guerra, la manifestación –en especial de los jóvenes- en pro de la paz ha sido bastante unánime. Hay que ser optimistas, a nadie le conviene echar marcha atrás y el escenario más probable es que se logren renegociar algunos puntos sensibles de los acuerdos y podamos lograr así un consenso social y político más amplio que nos permita proceder a su implementación.
En medio de esta sucesión de entusiasmo, desconsuelo y esperanza, llegó la noticia de la concesión del Premio Nobel de Paz al presidente Santos. En mi opinión es un espaldarazo de la comunidad internacional que se muestra atenta a lo que se vive en Colombia, un impulso a este proceso de renegociación. El premio no es para el presidente, es para las personas que han sufrido, para los que han trabajado en campos y ciudades con niños y jóvenes impulsando procesos educativos, atendiendo y escuchando a las víctimas, generando organización social, moviendo procesos productivos… Este premio es para todos los que han trabajado, muchos sencilla y calladamente, para que este país algún día tenga paz.
¿Qué camino seguir ahora? Es importante que el gobierno no deje “enfriar” el respaldo popular e internacional que está generando esta crisis y proceda con celeridad a convocar sectores y grupos sociales, hay que “blindar” la paz con el apoyo popular. De otro lado, se ha acordado una metodología para revisar los acuerdos: recoger las objeciones de los sectores promotores del no y proceder a discutirlas en la mesa de negociaciones. Con un poco de sensatez este puede ser un proceso rápido, pues los puntos álgidos están identificados y hay fórmulas para afrontarlos. Luego habrá que buscar un nuevo mecanismo de refrendación más ágil, quizá el parlamento con una amplia mayoría sea suficiente. El tiempo apremia, un incidente militar puede echar todo al traste, las FARC están nerviosas y si esto se enfría, la historia dirá que estuvimos más cerca que nunca, pero “nos quedó faltando un centavo para el peso”, según un adagio popular.
[Imagen extraída de: Revista El tranvía]