Tere Iribarren. “Patxi López quita crucifijos del congreso”. Leo la noticia y me acuerdo de otra que allí por 1979 salió en los periódicos.
Cuando Tierno Galván fue a ocupar el despacho oficial en el Ayuntamiento, sobre la mesa de trabajo encontró un crucifijo. Uno de los acompañantes del señor Tierno sugirió la oportunidad de retirarlo. El viejo profesor -como cariñosamente se le llamaba- dijo: «Dejen el crucifijo donde está. Es un símbolo de paz».
Tierno Galván, siendo agnóstico reconocido, consideró que la separación entre Iglesia y Estado no le obligaba a quitar el crucifijo del Ayuntamiento de Madrid, como pedían otros de su partido, puesto que se trata de un recuerdo de un hombre justo que fue víctima de los poderosos. El crucifijo es algo más que un símbolo cristiano.
Se dice también que siendo ya alcalde intentaron quitar el crucifijo de su despacho, a lo que respondió: “La contemplación de un hombre justo que murió por los demás no molesta a nadie. Déjenlo donde está.”
Esto me lleva a una reflexión que quiero compartir: A muchas personas de formación cristiana, la cruz se les ha convertido en factor de resignación. El dolor de Jesús, como el de tantos hombres y mujeres que han sido asesinados por defender la justicia, ha sido abaratado por una tradición de la piedad católica que ha desfigurado el sentido real de la cruz y ha banalizado la seriedad del drama.
La cruz es el resultado de una vida entregada, de una vida que no se resignó ante la injusticia establecida. Y en vez de ser un motivo de sumisión, es un lugar de resistencia y lucha.
Me pregunto si en el presente el quitar la cruz es ahorrarse el esfuerzo y el dolor de la lucha contra los poderosos de este mundo injusto.
Estamos en tiempos que deberíamos bajar a muchos crucificados de la historia y no sería tan comprensible que un signo tan provocador lo apartásemos de nuestra mirada.
Unes reflexions molt educatives, escrites des del sentit comú, tan necessari avui en dia.
Gràcies Tere. Faré arribar el teu escrit a molts amics meus.
De acuerdo en el fondo y la buena intención del artículo; sin embargo la cruz, para el sentir popular, no representa tanto la vida ejemplar de Jesucristo como a una Iglesia que lo utiliza como emblema. No puedo estar en contra de los crucifijos, y es de elogiar la actitud de Tierno Galván, pero tal actitud responde a una reflexión que la justifica, sin la cual el crucifijo no es más que un mero emblema vacío del contenido profundo que significa. En resumen, la exposición de crucifijos no representan a Jesús, sino a la institución eclesial, y esto no es más que un privilegio. En el despacho individual de un empleado público, la decisión es de su ocupante; en una sala pública debe omitirse. Otra cosa es lo conveniente que resultaría para la sociedad hacer pedagogía de Dios y de Jesús, de la moral insuperable basada en el amor a Dios, que conlleva el amor al prójimo; pero en ningún caso puede justificarse la ostensión pública de ningún elemento que no represente a la totalidad (sin excepción) de la población. Hacerlo es propio de teocracias, y bien sabemos que este modelo de estado es represivo porque pretende imponer lo que, al fin, no deja de ser una creencia.
Buenos días:
El poner o no un crucifijo en una pared puede tener connotaciones políticias y religiosas, a veces están demasiado mezcladas. Creo que los dirigentes de la sociedad deberían pensar en lo que quiere el ciudadano, quizá una cruz en un muro pueda dar sosiego a muchos creyentes independientemente del trasfondo del acto.
hola, me encanta pedir cita en madrid