Guillermo Casasnovas. Después de unos días con noticias constantes sobre su estado de salud, el sábado nos llegaba la triste noticia de la muerte de Fernando Cardenal, jesuita nicaragüense, uno de los símbolos de la teología de la liberación y, como lo definía en Twitter Gioconda Belli, “el General de la Batalla más hermosa de nuestro país, la batalla contra la ignorancia”.
Intentar resumir en unas líneas lo que Fernando Cardenal ha supuesto para la gente que le conocimos, para su país, o para la Iglesia, es por supuesto una tarea imposible. Su delicada salud –durante gran parte de su vida sufrió continuas migrañas– no le restaba ni un gramo de fortaleza a la hora de ayudar a las comunidades más pobres de Managua, de inspirar a jóvenes alrededor del mundo, de guiar una gesta como la Cruzada Nacional de Alfabetización o de llamar a la autenticidad y radicalidad del Evangelio.
Me limitaré pues a compartir tres imágenes que nos pueden ayudar a recordar la importancia de Fernando y el gran vacío que deja. La primera es de cuando estuvo trabajando como joven jesuita en las barriadas de Medellín, en Colombia. Proviniendo de una familia acomodada de Granada, a Fernando le impactó ver las condiciones en que vivían las familias de ese lugar, rechazadas y abocadas a buscar entre la basura para alimentarse. Él contaba que fue ahí donde adquirió el firme compromiso de dedicar su vida a los más pobres y necesitados, como consecuencia directa de su vida entregada a Dios. Desde entonces no dejó de estar en contacto con las realidades sociales más duras, donde intentaba apoyar tanto con actuaciones a gran escala como con pequeñas limosnas y ayudas a personas y familias que se le acercaban y a las que se sentía muy cercano.
La segunda imagen es sin duda la más conocida, la que tuvo como punto álgido la coordinación de la Cruzada Nacional de Alfabetización en Nicaragua, a la cual hace referencia el título de este texto. Gracias a la Cruzada se redujo el índice de analfabetismo del 50% al 13%, y la UNESCO les concedió un importante premio en reconocimiento a una gesta que unió a todo el país ante el reto de llevar la educación a jóvenes y adultos que vivían en lugares hasta entonces inaccesibles para los libros y las pizarras. Sin embargo, el compromiso político de Fernando había empezado años antes, significándose en contra de la dictadura de los Somoza y a favor de la lucha del Frente Sandinista, y continuaría años más tarde, primero como ministro de educación del gobierno y más tarde denunciando los abusos y las incoherencias de los propios sandinistas. También hay que recordar que este periodo de implicación en la primera línea de la política le valió la reprimenda del Vaticano, que presionó a los jesuitas para que expulsaran al padre Cardenal de la Compañía. Así se hizo, aunque Fernando siguió viviendo en comunidad con sus compañeros jesuitas e incluso esa Navidad tuvieron de invitado al entonces Padre General de los jesuitas, Peter Hans Kolvenbach. Fernando vivió este proceso con mucho dolor, pero pensaba que su entrega a la Iglesia no podía suponer romper su compromiso con los pobres, justo cuando éstos más le necesitaban.
La tercera imagen que me viene a la cabeza es en realidad la única que yo viví directamente, y no es otra que las misas dominicales que Fernando Cardenal celebraba en la capilla de la Universidad Centroamericana (UCA), a través de las cuales tuve la oportunidad de conocerle a él y a su pequeña comunidad San Romero de América. Eran celebraciones en petit comité, pero que incluían a otros exministros del gobierno sandinista como su hermano Ernesto o su gran amigo Miguel Vijil, donde el orden litúrgico no solía ser el habitual, y donde recuerdo que Fernando cambiaba el “Señor, ten piedad” por un más cercano “Señor, identifícate con nosotros”. Estos últimos años los vivió entregado a su labor en Fe y Alegría, como siempre llevando la educación a los sectores más desfavorecidos de la población, y confiando en que la juventud nicaragüense saliese a la calle “para hacer historia”.
Ahora que Fernando se ha reunido con Monseñor Romero y tantos otros santos latinoamericanos más o menos anónimos que le han precedido, seguro que mira con cariño desde el cielo a su terremoteada Managua, su originaria Granada, su atormentado lago Cocibolca, sus bonitas playas de Poneloya, y nos inspira a todos –a ambos lados del Atlántico– a llevar luz a aquellos sitios que la necesitan.
Imagen extraída de: BBC
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