Manfred Nolte. Ya no cabe camuflar por más tiempo la gravedad del diagnóstico: la crisis financiera europea y de su mano la española es una realidad. Está aquí. En menor medida también en el resto de bolsas mundiales. Se ha colado tras repetidos e incómodos amagos y amenaza con instalarse entre nosotros por tiempo indeterminado. La caída promedio de los índices europeos desde abril pasado ronda el 25%, rodeada de un pánico que no presagia la calma y menos aun la recuperación. Los mercados están completamente rotos y la visibilidad es inexistente. No caben otras palabras para describir el pánico que se ha apoderado de los parqués y el trasvase de liquidez desde las bolsas de valores a inversiones refugio tales como el oro y otros metales preciosos y en el caso de los bonos, los emitidos fundamentalmente por el tesoro americano y el alemán que registran máximos históricos. Los tipos negativos de estos últimos se extienden hasta plazos de siete años. Ya no se obtiene un rendimiento por remansar fondos de tesorería: hay que pagar a quienes los cobijan si estos han acreditado ser fiables garantes de la estabilidad económica y financiera al estilo tradicional. Se acabó lo de derechas o de izquierdas. Solo queda la solvencia y la confianza frente al pánico y la precariedad.
Esta pésima noticia es el prolegómeno de otra potencialmente aun peor: que la crisis afecte finalmente a la economía real y que 2016 pase a la historia como la reedición de la crisis global, como el tercer coletazo de un animal herido que creíamos rendido y que ha mostrado toda su crueldad destructora del último estertor. Todavía no hemos dado este paso aunque el espacio que nos separa del precipicio se achica por momentos. ¿Dónde estamos realmente, qué nos ha traído hasta aquí y qué cabe hacer para no destruir el edificio tan laboriosamente construido desde los inicios de la recuperación? Ya conocemos, afortunadamente, que la tasa de crecimiento del PIB del primer trimestre de 2016 para la economía española estará en torno al 0,8%, lo que apunta a un 3% de crecimiento anual. Una trayectoria que pocos países del planeta pueden emular.
¿Será posible que el tsunami financiero arrase esta tendencia amasada con el esfuerzo y el sufrimiento de millones de ciudadanos en los últimos ocho años y que el miedo engulla impunemente la hercúlea obra de la recuperación? Lo que nos lleva a otra pregunta consecutiva. ¿Se hunden las bolsas por China, por el petróleo, por los bancos y por los Emergentes o por las desproporcionadas consecuencias que se han derivado de estas variables y de los miedos irracionales que se han erigido como colosos de acero a los que ahora es imposible derribar? Veamos.
El efecto China. Un colapso del crecimiento en China sería una auténtica hecatombe. Pero no existe ninguna evidencia de tal colapso. Se habla de una moderada contracción, aunque tampoco es un dato cierto. En todo caso afectaría más a países como Alemania al que el tema chino no parece quitarle el sueño, pero mucho menos a países como España o Estados Unidos que tienen una relación comercial modesta con el país del Gran Dragón. ¿Y si devalúa el Yuan? Lo que se presenta como una amenaza mundial no puede ser mejor para la economía china, estimularía sus exportaciones y frenaría sus salidas masivas de capitales. ¿En qué quedaríamos? ¿Deseamos que China vaya bien o lo contrario? ¿Y quién osa dudar de un país con cuatro billones de dólares de reservas?
El tema del crudo. La opinión dominante, que no ha sido refutada al día de hoy, es que una reducción del precio del petróleo es positiva para los países importadores. ¿No es además uno de los llamados ‘vientos favorables’ que nadie discute? Es cierto que en el corto plazo tienen un efecto negativo en la industria que abastece al sector petrolífero y que ello incide transitoriamente en recortes de las inversiones. Pero en general, los consumidores con mayor disponibilidad de gasto habrán de incrementar el consumo y las empresas que utilizan energía, con costes de producción más bajos, aumentarán sus inversiones con la incidencia positiva correspondiente sobre el PIB y el empleo. En España el efecto ha supuesto un 0,75% en el PIB de 2015 y un ahorro en nuestra balanza comercial de 15.000 millones de euros en los últimos 18 meses. De modo que la caída del petróleo ha tenido en los países importadores un efecto positivo superior al negativo de los productores dado que aquellos tienen una cuota en el PIB mundial muy superior a la de estos, además de haber contenido la inflación. El impacto global ni siquiera es de suma cero sino de suma positiva: la tarta a repartir ha crecido. Pero si Vd. lee los titulares de los periódicos o atiende a los medios audiovisuales, los bajos precios del petróleo han creado tales problemas a los países productores que ello acarreará una caída indeterminada del crecimiento mundial lo que justifica el colapso de los valores de las empresas cotizadas en la totalidad de las bolsas mundiales.
El efecto Banca. Los valores bancarios europeos han perdido más del 30% en lo que va de año. Está claro que la Banca tiene poco margen de negocio y escasa rentabilidad en un escenario de tipos nulos o negativos. También es cierto que el sector aún convive en algunos países con paquetes significativos de créditos morosos y que la regulación internacional exige a la Banca costosas capitalizaciones difíciles de cubrir entre inversores convencionales. Pero ¿puede ello justificar la debacle en Bolsa del sector bancario que registra unos ‘PER’ –y por tanto oportunidades de inversión- irrepetibles? ¿De verdad alguien se cree que el valor en bolsa de los Bancos españoles es una imagen fiel del valor intrínseco y fundamental de unos Bancos básicamente solventes y saneados? ¿Carece Europa de músculo político y financiero -dentro de la Unión Bancaria- para estabilizar a Deutsche Bank o a Société Générale en el hipotético caso de que ello fuese necesario?
Y finalmente, el latiguillo: el temor a una recesión global continúa haciendo mella en el selectivo español. Cuando cualquier párvulo sabe que el PIB mundial crecerá este año y los siguientes en torno al 3%.
La conclusión es que no deberíamos hacer caso de los comentarios del mercado. Pero como este prosiga tozudamente su senda autodestructiva puede llegar un momento en que, a través del efecto reducción de la riqueza en los consumidores y de las expectativas de inversión en los empresarios, consumo e inversión se retraigan, y con ellas, desgraciadamente, la renta nacional y el empleo. La regla dicta que por cada 10% de caída sostenida de la riqueza financiera, el consumo se reduce un 1% en los siguientes cuatro trimestres.
Resumiendo, el problema es que hemos pasado de la fase de buscar razones detrás de las caídas a darlas por hechas, rindiéndonos a una evidencia solo aparente y muy discutible. Mientras la casa arde, el Eurogrupo en Bruselas ha manifestado ‘no estar preocupados’ y pide ‘relax’ ante los mercados. Y Draghi callado. Glorioso.
Imagen extraída de: Pixabay