Sonia GarcíaEl pasado mes de diciembre tuvo lugar en París la Cumbre de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas (CMNUCC) número 21. Esta reunión se da de forma anual en diferentes países del mundo en el marco de las Naciones Unidas. Tal y como pasó ya en Copenhague, hemos ido viendo un incremento de los temas relacionados con el cambio climático en los medios de comunicación, durante los meses previos a la Cumbre de París.  Y nos podríamos preguntar: si las reuniones de este tipo se dan cada año, ¿por qué tanta importancia con París?

Hace ya algunos años, tras el fracaso de las negociaciones en la Cumbre de Copenhague en 2009, los países decidieron que en París se debía firmar un nuevo acuerdo mundial que siguiera al Protocolo de Kyoto, con la meta de enfrentar uno de los mayores retos para la humanidad. Durante los últimos años se han realizado cumbres anuales sobre cambio climático además de reuniones técnicas intermedias para negociar las bases del contenido del acuerdo firmado en París; que finalmente ha obtenido un resultado positivo con su adopción.

Cuando hablamos de las cumbres climáticas y del cambio climático en sí mismo, existen innumerables tecnicismos que hacen difícil entender cuáles son las claves del proceso y del acuerdo. El cambio climático es además un tema de estudio generalmente abarcado por físicos, matemáticos, ambientólogos, biólogos… por lo que habitualmente se muestran gráficos difícilmente comprensibles por parte de la opinión pública.

La CMNUCC se creó en 1992 durante la cumbre de la tierra que tuvo lugar en Rio de Janeiro. Uno de los principios básicos para su creación fue el concepto de responsabilidades históricas. Los países reunidos  concluyeron que el dióxido de carbono (CO2) estaba directamente relacionado con la capacidad productiva de un país, y por lo tanto con su PIB. Por esta razón los países que hasta ese momento habían emitido más cantidad de CO2, habían podido alcanzar mayores niveles de desarrollo y por lo tanto los que no habían emitido tanto hasta el momento debían tener derecho a acceder a los mismos niveles de desarrollo que el primer grupo de países.

El mundo ha cambiado mucho desde 1992, y actualmente, a pesar de que el principio de responsabilidades históricas sigue vigente, éste es uno de los puntos de mayor conflicto entre los estados parte, ya que algunos consideran que no es un marco representativo y no ayuda a enfocar el problema del incremento del CO2 a nivel global. Actualmente se utiliza más el concepto de “responsabilidades comunes pero diferenciadas”, que viene a ser una idea similar. El principal conflicto respecto a éste marco conceptual se refiere a las economías emergentes como China, Brasil o India.

Actualmente los recuentos de CO2 se realizan respecto a la producción de bienes, y no al consumo. En la mayoría de casos los países productores de bienes, no son los consumidores finales. Este hecho puede generarnos algunas preguntas a nivel ético: ¿quién tiene la responsabilidad de las emisiones?, ¿dónde repercute el desarrollo y el capital obtenidos de la producción deslocalizada de bienes?, ¿cuáles son las emisiones acumuladas desde la revolución industrial per cápita de los países?

Además de los debates sobre cómo debería mejorarse el sistema de recuento de emisiones de CO2 para que éste tuviera realmente una relación directa con la mejora de las condiciones de vida en un país; hay muchos aspectos a mejorar en cuanto a los cumplimientos de los compromisos de reducciones por parte de los países.

La desigualdad en las emisiones acumuladas realizadas históricamente por parte de los distintos países no es la única desigualdad existente en lo que se refiere al cambio climático. En muchas ocasiones son justamente los países que han emitido menos CO2 en el recuento histórico, los que van a sufrir unas mayores consecuencias tanto por su ubicación geográfica como por la falta de recursos para hacer frente a los cambios.

Existen ya lo que se denominan refugiados climáticos, y muchas pequeñas islas del Pacífico se prevé que pueden desaparecer si las temperaturas medias del planeta siguen incrementándose, además de la pérdida de biodiversidad a nivel global  o el incremento de zonas desérticas en el planeta.

La cumbre de París ha aprobado un acuerdo internacional que prevé revisiones de avances cada cinco años, en base a las contribuciones nacionales de reducción que cada país vaya definiendo según sus intereses nacionales. Los instrumentos actuales no parecen generar caminos que nos lleven hacia una reducción global de las emisiones y surge la duda de si llegaremos a tiempo de parar este gran reto global.

Hemos creado sociedades del bienestar dependientes del petróleo, rodeados de envases plásticos, sin darnos cuenta de que la base de nuestra forma de vida son combustibles de origen fósil limitados y finitos. Compramos frutas i bienes de consumo de lugares alejados por miles de quilómetros de los lugares en los que acabarán siendo vendidos. Medimos si algo es posible con una vara de viabilidad económica y no de impactos sociales y ambientales asociados.

El reto del cambio climático va mucho más allá de la voluntad de los países en reducir emisiones: requiere un cambio de estilos de vida y de cosmovisión. En muchos sentidos podría considerarse a su vez una crisis de valores globales. Está en nuestras manos crear otros mundos posibles, que nos permitan perdurar en el tiempo como humanidad, y supongan un legado sostenible para las generaciones que vendrán tras nosotr@s.

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Imagen extraída de: Pixabay

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