Clara Temporelli“Otra vez abriré caminos en el desierto y ríos en la soledad” (Is.43,19).

Hace unos meses me he decidido a escribir algo sobre la Vida Consagrada (VC), un tema para el que existen especialistas, personas dedicadas en las Conferencias de Religiosos/as de diversas partes del mundo, múltiples revistas, folletos, trabajos monográficos, congresos…. Y por lo mismo ¿qué me propongo decir?

El Papa Francisco el 29 de noviembre de 2014 convocó ante los Superiores Generales el año de la VC para el año 2015 (que finaliza el 02 de febrero de 2016), pensado en el contexto de los 50 años del Vaticano II y, en particular de la publicación de los 50 años del decreto Perfectae Caritatis. Un año que nos permita recordar de manera grata el pasado reciente; abrazar el futuro con esperanza y vivir el presente con pasión. Por eso trataré de que la reflexión parta de todo aquello que resuena en mi ser de “consagrada” y de la alegría del sabernos  insertos en este mundo, en nuestra “casa común” como misioneros del Reino de Dios, desde diversos servicios y desde una misma entrega; de escuchar esa sinfonía universal y armónica que con María pone música y canto al Magníficat, y con Isabel entona “Feliz de ti por haber creído lo que te fue dicho por parte de Dios”, “su nombre es santo y su misericordia perdura de generación en generación” (Lc 1, 45.49-50).

Varios días oré y reflexioné, sobre mis convicciones personales. ¿Por qué opté y sigo optando por este estilo de vida? ¿Volvería hoy a realizar la misma opción? Preguntas obvias que en general todos en algún momento nos hemos hechos, nos hacemos o sería interesante que nos las hiciéramos.

Ante la realidad de la VC hoy, en contextos donde fue pujante, se presentan de manera clara dos hechos: envejecimiento y disminución del número de personas que entran a la VC. ¿Qué textos evangélicos  podrían iluminar esta situación? Surgieron algunos: Lc 9,1-6; Lc 5,18-20; Lc 15,8-10.

Previamente a asomarnos a los textos, quisiera decir dos palabras sobre el envejecimiento y la disminución numérica o sequía vocacional en algunos continentes, como Europa y América, porque es algo repetido como una letanía y con numerosos gráficos estadísticos, y ambas son cuestiones diversas, que hemos de mirar con realismo y sin alarma. ¿Qué hay más natural que el envejecimiento progresivo de todo ser viviente? Por un lado éste tiene que ver con el aumento de la esperanza de vida debido a las mejoras socio-sanitarias y por otro el número significativo de vocaciones a la vida religiosa en la mitad del siglo XX, que corresponde a una etapa de una vida fecunda y entregada, y a ella se debe la presencia en tantas nuevas regiones, países y continentes dónde llegaron como misioneras y misioneros, y hoy la VC florece. La falta de vocaciones en determinados contextos, hemos de entregársela al Señor quien es el verdadero dueño de la mies; quien llama y suscita vocaciones en los estilos de vida que quiere. Por nuestra parte nos toca ser testimonio profético de una manera de vivir que asegure el discernimiento y acompañamiento ante las personas que experimentan un llamado por parte del Señor, contando que hemos de ser fieles a la formación en la  espiritualidad, en el estudio, en la vida comunitaria y la entrega apostólica. Vivir con la certeza de que la VC no desaparecerá de la Iglesia, porque aunque no sabemos decir cuándo nació, sí sabemos que entre los seguidores de Jesús se extendió el sueño de ser una comunidad en la cual todos tuvieran “un solo corazón, una sola alma, y pusieran todo en común”; que oraban en las casas, celebraban la Eucaristía, compartían los bienes, escuchaban la Palabra de Dios y se dejaban conducir por ella. Poco a poco surgieron mujeres que se negaron a casarse y ante el Obispo o el mismo Papa celebraban solemnemente sus “bodas místicas” y nació el “ordo virginum”. Algún siglo después Antonio (San Antonio Abad) paso a paso fue conducido por el Espíritu hacia una vida evangélica de contemplación, que hizo de él uno de los padres del monacato. Desde entonces la VC no dejó de renacer bajo diversas formas: contemplativa, monástica, itinerante, mendicante, apostólica… Y esta red abarca todo el planeta y llega a lugares aparentemente inaccesibles.

El Papa Francisco nos pide que recojamos el testimonio de los fundadores/as; que despertemos al mundo con nuestro testimonio; que estemos presentes en las periferias existenciales de la pobreza y el pensamiento; que transmitamos la capacidad de contemplar y escuchar a los mayores de la Congregación, de tal manera que el “depósito”, el carisma de una familia religiosa, quede custodiado juntos tanto por la obediencia como por la sabiduría

Se trata de estar “despiertos” para poder despertar a otros, el P. Adolfo Nicolás escribía a los superiores luego de las MJM, en respuesta a interrogantes de los jesuitas: “El desafío, está en ayudar a los jóvenes a sensibilizarse a las fuerzas y movimientos maravillosos que Dios, las demás personas, la realidad, su propia generosidad y la vida hacen brotar en sus corazones… ayudarles a discernirEl mayor obstáculo que se hace notar en las cartas es que los jesuitas más aptos para este trabajo apostólico están casi siempre sobrecargados. Con esta ocasión me gustaría añadir que estoy convencido de que ésta extendida situación de sobrecargarnos de trabajo es el signo más claro de la pobreza de nuestro discernimiento, y la decisión más suicida que pueden tomar tanto los superiores como los jesuitas en particular. Es nocivo para los individuos, para la provincia, para el apostolado y para la buena salud de la Compañía”.

“Necesitamos mantener en la práctica cotidiana nuestro derecho a la interioridad, a la oración, a la profundidad y serenidad, antídoto eficaz contra el creciente miedo e inseguridad que paraliza corazones y entrañas[…] Necesitamos cada día sabernos conducidos por el Señor y así poder caminar hacia la misión. Una misión que no es mía ni nuestra, sino de Él y por eso estamos en ella sólo como coadjutores. El trabajador es Dios y nuestra pregunta es: ¿en qué puedo ayudarte? […]

Lucas 9,1-6 condensa lo que  como comunidades y Congregaciones, estamos llamados a recrear, contando con nuestros dones y nuestras fragilidades. Al final del relato Lucas añade: “Fueron recorriendo las aldeas, anunciando el Evangelio y curando por todas partes”. Un cuerpo apostólico sin unión de corazones, sin la alegría de compartir la vida en torno a Jesús, a la mesa de la comunidad, sin una misión común, pierde atracción y fecundidad. Necesitamos discernimiento de presencias, abrirnos al Espíritu quien nos repite “Te basta mi gracia, pues mi fuerza se realiza en la fragilidad” (2 Cor 12,9). Estas palabras dirigidas a Pablo están en el centro de nuestro envío, de nuestras posibilidades de ser apóstoles y testigos.

Practicar la posibilidad de “Sacudir el polvo de nuestros pies”, que simboliza el fin de las ataduras humanas. Aprender a saber salir de los lugares, saber soltar las tareas cuando ya han cumplido su ciclo. Saber soltar las etapas de nuestra vida. Soltar para poder seguir el camino. Dejar de retener la vida para que pueda fluir también yo con ella. Soltar para ir al encuentro de lo que viene[1].

Hacer oración preguntándole al Señor: ¿hemos discernido nuestras tareas apostólicas a la luz de las necesidades de nuestro tiempo? Esto puede afirmar y confirmar nuestra misión o quizás abrirnos a otras. Aspecto que nos fortalece, anima y encamina, exige coraje y confianza en Dios y en el grupo, nos invita a ser creativos y fieles a la Voz de quien nos llama a estar junto a Él para proclamar el Reino, liberar endemoniados, curar enfermos… Nuestra capacidad de riesgo y valentía, nuestra alegría por la vida en comunidades evangélicas, por nuestra presencia en las periferias, por vivir una profunda espiritualidad, será reconocida por quienes quieren otro modo de actuar, de vivir en este mundo, con la conciencia de que no somos perfectas/os ni lo seremos nunca, pero podemos reconocer nuestros límites, imperfecciones, carencias y aceptarlas. Esto es humildad, darnos cuenta que todas las personas las tienen, que la perfección no existe. El padre Radcliffe en una carta enviada a los dominicos en 1998 recordaba el caso de un novicio que había descubierto el lado frágil, pecador y ambiguo de sus hermanos, a quién el Maestro le dijo: “Me encanta oírte decir que ya no nos admiras. Ahora hay una oportunidad de que puedas llegar a amarnos”.

En el Evangelio un “icono” del amor de hermanos/as  es el vaso del paralítico que algunos amigos llevan en una camilla para presentarlo a Jesús y abren un boquete en el tejado y lo descuelgan por ahí. Lo que les interesaba, era ponerlo “delante de Jesús” y que Jesús “viendo la fe que tenían” lo perdone de sus pecados y lo cure (Lc 5,18-20). ¡Qué fuerza la del amor e intercesión de los amigos y hermanos! Los otros forman parte de mi relación con Dios.

En Lc 15,8-10: la mujer que pierde una moneda (dracma), puede ayudarnos a ver en qué momento del proceso de VC nos encontramos:“Y si una mujer pierde una moneda de las diez que tiene ¿no enciende una lámpara,barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y apenas la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la moneda que se me había perdido”. Podemos preguntarnos:

¿Cuáles son esas diez monedas, o dones, o herencia de la VC hoy? ¿Qué se nos perdió o está escondido en algún rincón?  ¿prioridades, personas…?

¿Qué  necesitamos quitar, reordenar, limpiar? ¿En qué procesos de búsqueda perseveramos de manera cuidadosa o los truncamos?

¿Con quiénes discernimos, buscamos en común y compartimos la alegría de nuestros hallazgos?  ¿Qué de lo hallado queremos dejarle a las generaciones futuras?

Con María e Isabel en encuentro fecundo de lo viejo y lo nuevo, unimos nuestras voces a los  consagrados de ayer y de hoy proclamamos la eterna Misericordia de Dios en favor de los pobres, los hambrientos, los humillados (Lc 1,46-55).En ese encuentro el Espíritu saltó de alegría en el seno de Isabel yse llenaron del Espíritu de Dios que hace nuevas todas las cosas. ¡Que nuestro despertar ayude a que la humanidad salte de gozo!

***

[1] Cfr. Mariola López, rscj “los consagrados y consagradas al servicio del Reino”, p.8

VR

Imagen extraída de: Catholic.net

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Doctora en Teología y religiosa de la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora. Además de publicar diversos libros y artículos, ha trabajado en villas de emergencia realizando trabajo pastoral y de promoción humana con los más desfavorecidos. Ha sido directiva y docente de diversos niveles educativos -incluida la docencia universitaria- y ha ejercido cargos de gobierno y formadora en su congregación.
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