Los últimos atentados islamistas han llevado a algunos a considerar el islam irremediablemente vinculado con el fundamentalismo. Hace unos años, Samuel Huntington escribió que «el islam tiene fronteras llenas de sangre».

Pienso que conectar tan estrechamente islam, fundamentalismo y sangre es simplificar, y no conduce a soluciones justas y duraderas. Alternativamente, el fundamentalismo se puede entender como una patología propia de toda tradición, religiosa o no.

Anthony Giddens define el fundamentalismo como una tradición acosada. Cree que las ideas que nos habitan y orientan provienen siempre de tradiciones: religiosas, filosóficas, ideológicas. Y que los fundamentalismos son patologías propias de la globalización: hoy fenómenos globales (música, películas, internet, migraciones) difunden formas de vida que cuestionan las identidades de grupos atados a una tradición.

Cuando un grupo se siente acosado, tiene miedo de perder la identidad y se aferra a preceptos de la tradición, defendiéndolos con la imposición, se convierte en fundamentalista. Al miedo se suman la ignorancia y el odio: los fundamentalistas ignoran -consciente o inconscientemente la riqueza propia de la tradición y atizan el odio al contrario a su autoridad.

Es justo remarcar que miedo, ignorancia y odio están presentes en los fundamentalismos (o totalitarismos) de raíz religiosa, pero también en los de raíz nacionalista (nazismo) o socialista (estalinismo, jemeres rojos).

Según Giddens, el fundamentalismo no tiene que ver con el contenido de la tradición (religioso o no religioso), sino con la manera violenta de defenderla.

¿Cómo tratar el terrorismo islámico? Se le tiene que contener policial y militarmente pues viola derechos humanos. Pero también tenemos que construir sociedades occidentales inclusivas socialmente y plurales religiosamente, donde los musulmanes -como toda otra tradición- puedan elaborar sus identidades a partir de los mejores recursos de la propia tradición.

Y en los países de tradición mayoritariamente islámica hemos de cambiar políticas imperialistas y actitudes prepotentes que han sido aprovechadas por los líderes fundamentalistas; y promover el derecho a la libertad religiosa de los no musulmanes. El reto cultural de la globalización consiste en posibilitar que las diversas tradiciones hagan florecer su riqueza al servicio de una convivencia justa y plural.

[Artículo publicado originalmente en La Vanguardia/Imagen extraída de 20 minutos]

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Jesuita. Doctor en Economía (UB). Licenciado en Teología (FTC). Profesor de Análisis Social, Ética y Religiones del Mundo en ESADE. Miembro de Cristianisme i Justícia. Patrono de la Fundación IQS y miembro del Consejo Superior de la Universidad de Comillas. Estudia sobre valores y educación superior, en particular desde la tradición jesuita.
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