Carlos García de Andoin. El V Centenario teresiano acaba de concluir. No han abundado las reflexiones laicas sobre Teresa de Cepeda y Ahumada. No está de más, por ello, recordar la admiración por la mística de Fernando de los Ríos, el intelectual y político de la II República, principal ejecutor de la política laica de la II República. Consideraba que se fuese o no cristiano se debía una estima y gratitud a aquella sublime expresión de la emoción religiosa. En Religión y Estado en la España del XVI (1927) así lo escribe, “en Santa Teresa, en San Juan de la Cruz, como en Miguel de Molinos, hay tantas rutas implícitas para los creyentes, los filósofos y para las personas meramente religiosas, que se debe estar en un sentimiento de gratitud, porque han extendido nuestro conocimiento del mundo interior, espiritual”.
El catedrático de derecho de la Universidad de Granada trabajó la mística del XVI inmediatamente después de escribir El Sentido Humanista del Socialismo (1926) y antes de abanderar con Indalecio Prieto el movimiento del socialismo hacia la conjunción con las fuerzas republicanas (1930). Las referencias principales se encuentran en las conferencias y cursos que imparte en dos viajes a Estados Unidos, en 1926 y en 1928. En la Universidad de Denver donde departió sobre “La visión mística de Unamuno”, su referente religioso, en que destaca tres rasgos de la espiritualidad del XVI. En primer lugar, su pureza y nobleza, su vitalismo, que no nace sino del “puro amor, la compasión suscitada por el dolor de Cristo” y que no tiene otro afán que “el premio religioso del goce de una vida eterna en Él y con Él”. En segundo término De los Ríos destaca el individualismo o subjetivismo de la mística, refiriéndose al “diálogo entre Cristo y su devoto, entre el creyente y la divinidad, entre Dios y un yo individual”. Cita como ejemplo de este subjetivismo espiritual la obsesión por “la posesión del Amado” de Santa Teresa: “Yo toda me entregué y di, y de tal suerte he trocado, que es mi Amado para mí y yo soy para mi Amado”. Finalmente, subraya su acusado sentido inmanentista, esto es, el énfasis de la interiorización de Dios en el propio hombre. Lo ilustra con tres citas: de Santa Teresa, “Dios habita en el alma y ella en Dios” (Morada V.I.), de Fray Juan de los Ángeles, “Yo para Dios y Dios para mi” (Lucha espiritual, I, XI) y de San Juan de la Cruz, “la vida en el mundo, como si no existiesen en él sino Dios y el alma” (Avisos y sentencias espirituales). Son precisamente vitalismo, subjetivismo e inmanentismo, frente a dogmatismo, racionalización de la fe y ritualismo, los rasgos del modernismo religioso del propio De los Ríos y de otros compañeros de viaje de origen institucionista y trayectoria republicana como Luis de Zulueta. El cristianismo que admiraba De los Ríos era el místico, el comprometido y el moral, el de Santa Teresa de Jesús, el de Jeanne Jugan la fundadora de las Hermanitas de los pobres, que inspiró su nombre masón, y el del obispo Bartolomé De las Casas, defensor de la igualdad de los indios.
En su segundo viaje, en los meses que permaneció en Estados Unidos en 1928 impartió diversos cursos sobre la santa. Así escribe en carta a su esposa Gloria Giner: “El lunes explicaré Sta. Teresa ¡imagínate! ¡Cómo me gustaría comentar con vosotras todo lo que voy pensando a este respecto! Tú eres más moralista que mística, de igual suerte que madre y tía (q.e.p.d) y creo que no conoces la mística española ¡si vieras cómo revivo ahora mis meditaciones de muchacho de veinte a veinticinco! ¡Qué enormes figuras las de ese movimiento y que interés universal suscitan ahora! Todos los meses salen nuevos libros por todas partes estudiando a Sta. Teresa, Fr. Juan de los Ángeles, S. Juan de la Cruz, Fr. Luis de León, etc.” (New York, 25 de marzo de 1928).
Tiene especial interés este aprecio, incluso emocionado pues su autor va a ser el referente principal de la política laica de la II República. Como ministro de Justicia salieron de su despacho, ente otros, el decreto de libertad de cultos, la secularización de cementerios, la libertad religiosa de presos, la reducción del presupuesto de culto y clero o la decisión de dar por caducado el Concordato de 1851.
Por último, un detalle no menor. Para él y su mujer Gloria Giner, la lectura de los místicos fue parte indispensable de la formación religiosa de su hija Laura la cual debía adquirir “un fondo hondo sentimental-religioso” (1 de abril de 1928). En carta a una prima monja en la que le explican por qué no han querido que su hija hiciera la Primera Comunión, le responden que su formación religiosa es amplia y entre otras razones aducen que “lee Santa Teresa de Jesús, S. Juan de la Cruz y S. Agustín y otras obras análogas que deben tenerse siempre al alcance de la mano y que si se leen sin prejuicios, dan mucho, mucho que pensar”. Además le acompañan “fotografías de nuestros místicos, en su cuarto y en la casa” y están escritos “en su cabecera los versos atribuidos a Sta. Teresa”: “No me mueve mi Dios para quererte”. En fin, elocuente de una estima laica más que intelectual hacia la mística.
Imagen extraída de: Wikipedia
[…] de lo cotidiano” que recorrerá después las páginas siguientes (desde las beguinas, pasando por Santa Teresa a Madeleine Lêbrel) el lector intuye que lo sistematizado ha sido experimentado, de algún modo, […]