Cada vez vivimos más años. Estadísticamente, la esperanza de vida ha aumentado mucho en el último siglo gracias a la mejora de las condiciones para un número significativo de personas. Sin embargo, a menudo tenemos la sensación de ir muy atareados. En otras palabras, la experiencia vital se ha dilatado y en cambio parece que tenemos más prisa que nuestros antepasados. Toda una paradoja. ¿Qué sucede y cómo remediar este atolondrado mundo que no para de correr?

El consumismo desata el afán no solo de bienes materiales, sino también de experiencias sensoriales. Las nuevas  tecnologías que marcan crecientemente la realidad cotidiana, tan útiles y constructivas por una parte, comportan como efecto colateral la multiplicación de los impulsos emocionales a los que estamos sometidos. Ante esta situación conviene valorar un cierto orden interno, a menudo escaso o precario. Es necesario priorizar, posponiendo lo que no es esencial,  justamente para aprovechar bien e incluso disfrutar de lo que realmente lo es. Esta es una gran asignatura pendiente y difícil de aprobar para muchos. Tendría que haber espacio  para imprevistos, incluso para el reposo tranquilo. El horror vacui de nuestra sociedad enmascara una bulimia de tiempo perniciosa, que sin dejarnos nunca satisfechos, llega a generar estrés.

Además de los textos bíblicos y otras tradiciones espirituales, pensadores de diferentes épocas evidencian las contradicciones causadas por unas agendas desenfrenadas, a través
de obras principales de la literatura universal. Por citar solo algunos: Séneca, Jonathan Swift, Lewis Carroll, Antoine de Saint-Exupéry… Hoy en día, incluso semanarios de impacto internacional nada sospechosos de ser contemplativos como The Economist nos ponen en guardia contra los peligros del frenesí horario.

En este sentido, las propuestas para una racionalización de los horarios laborales para hacerlos compatibles con los personales y familiares impulsadas por organismos de la sociedad civil y presentadas en diferentes momentos tanto en el Congreso de los Diputados como en el Parlament de Cataluña, merecen ser explicadas pronto por parte de los poderes públicos.

En un inicio de curso de año electoral, es necesario recordar a los partidos políticos y sindicatos la importancia y la pertinencia de promover unos horarios más racionales que coadyuven a conciliar las diferentes facetas vitales. Normas organizativas que no costarían dinero y que contribuirían a mejorar la calidad de vida individual y colectiva. Podrían incluso incluir el hecho de atrasar los relojes una hora para alinearnos al huso horario que nos correspondería por ubicación geográfica (el de Greenwich). Esto nos acercaría de manera más natural al ritmo solar. En definitiva, debería favorecer, por ejemplo, salir del trabajo y poder cenar antes (una tremenda disfunción si nos comparamos con otros países).

Si lo consiguiéramos, la salud del cuerpo pero también la del espíritu, nuestras relaciones y quizá también el bolsillo, lo agradecerían.

[Artículo original publicado en Catalunya Cristiana/Imagen extraída de: Pixabay]

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Amarillo esperanza
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Alfons Calderón
Trabaja en el ámbito de las relaciones y el comercio internacionales. Colabora también con ESADE, donde ha sido profesor de Política internacional de empresa. En Cristianisme i Justícia forma parte del Grupo de profesionales y del Área social. Es autor de diferentes publicaciones; con CJ, del cuaderno Trabajo y vida: un camino en busca de sentido (Extra, 2012), Europa en la encrucijada (con Luís Sols, nº 188, 2014) y Valores, emociones, trabajo y vida: el reto de la conciliación (Colección virtual, nº 21, febrero 2021).
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