Jaume Flaquer. Estamos ante un Sínodo único por la manera como fue convocado, con una macro encuesta dirigida a todos los cristianos. Antes de exultar o decepcionarse por los resultados concretos a los que llegará no deberíamos pasar por alto la novedad de lo que esto significa.

Después de siglos en los que toda dirección de comunicación eclesial parecía ir exclusivamente de arriba a abajo por una vez se invertía el sentido. Es cierto que muchos obispos casi no difundieron la encuesta y que, seguramente, algunos han ejercido más de filtros espesos más que de canalizadores de las respuestas.

Hay que reconocer que la noticia de la encuesta conmocionó a la opinión pública y desconcertó a no pocos obispos y sacerdotes: ¿por qué invertir el orden magisterial de arriba a abajo? ¿Qué conocimiento puede tener la gente de temas que hay que fundamentar en el Evangelio o la Ley Natural? En sentido contrario, no pocos cristianos se preguntan porqué los sacerdotes y obispos han de predicar y decidir cosas que tocan al matrimonio, algo de lo que en principio no tienen experiencia.

La encuesta no pretendía establecer un sistema democrático ni tampoco presentarlo como el método ideal para definir la voluntad de Dios. La verdad cristiana no se rige solamente por mayorías sino que muy a menudo se encuentra en las minorías que rechazan proféticamente lo que es pacientemente asumido por la multitud. El criterio de la cruz y de la donación de vida tiene dificultades para identificarse con las mayorías. El Evangelio de Marcos lo transmite con claridad al manifestar que todos los discípulos abandonaron a Cristo en su cruz.

Ahora bien, el hecho de que la sabiduría de Jesús no esté necesariamente en la mayoría, no se infiere que esté en la minoría clerical. No es cierto que a priori los obispos conozcan mejor la voluntad de Dios. Si la muchedumbre abandonó a Jesús no es menos cierto que todos los apóstoles lo hicieron también. EL obispo aprende también por la escucha, como Pedro en el lago que fue incapaz de reconocer a Jesús en la orilla. Pero supo escuchar al discípulo amado, se fio y se lanzó al agua hacia la orilla.

De lo que se trata pues es de discernimiento y de aquella actitud espiritual que hace estar a la escucha del otro. El Papa Francisco, ha dispuesto a la Iglesia en actitud de escucha como si de un ver (y oír), juzgar y actuar se tratase.

¿Qué está en la base de esta decisión? El convencimiento de que Dios habla a través del Pueblo. Los obispos no pueden dispensar su magisterio como si tuviesen la verdad en ellos mismos recibida directamente de Dios, siendo ellos los mediadores. Solamente la encontrarán si miran hacia el “Pueblo de Dios” a través de la luz del evangelio, si miran hacia abajo, como Jesús mirando los pies de los discípulos.

La teología del Papa Francisco más que una teología de la liberación es una “teología del Pueblo”. Ambas teologías no se oponen, pero no se identifican. La teología del Pueblo supone que Dios habla a través de los sufrimientos y anhelos de la gente especialmente más sencilla, gente que no está necesariamente en el centro de la dinámica parroquial o de los movimientos eclesiales, sino también en las fronteras de la Iglesia. Dios habla en la “oveja perdida” y en el “hijo pródigo” llamando a la Iglesia a descentrarse de su autoreferencialidad y a recuperar la misericordia del Evangelio, frente a la eterna tentación religiosa (y humana en general) de juzgar y condenar.

En coherencia con ello, el actual Papa, cuando era obispo de Buenos Aires iba cada mes a algún santuario mariano a sentarse en el confesionario y escuchar a la gente herida. Escogía santuarios y no parroquias porque sabía que los santuarios son lugares de paso de mucha gente que no pisa jamás una iglesia.

Más aún, la escucha del Pueblo es también una forma de aquel “ver a Dios en todas las cosas” de san Ignacio, consciente de que Dios no solo está en lo “sagrado” ni en los “con-sagrados”, sino que por su Espíritu nos habla por medio de “todas las cosas” y todas las personas.

La primera teología cristiana no decía otra cosa cuando en la liturgia del bautismo (repetida aun hoy) se bautizaba al cristiano haciéndole “sacerdote, profeta y rey” por el Espíritu. Todo cristiano, al ser sacerdote es mediador de Cristo, al ser profeta posee algún grado de su sabiduría y por la realeza puede y debe gobernar a otros con el criterio de quien toma los últimos puestos. Si todo cristiano es “profeta” significa que su grito de denuncia debe ser escuchado.

Y los obispos reunidos en el Sínodo de la familia deberían responder como el Dios de Moisés: “he visto la opresión de mi Pueblo y he escuchado su clamor” (Ex 3,7), antes de que vaya perdiendo la voz…

sinodo-familia-jovenes-casarse--644x362Imagen extraída de: ABC

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Amarillo esperanza
Anuario 2023

Después de la muy buena acogida del año anterior, vuelve el anuario de Cristianisme i Justícia.

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Jesuita. Profesor en la Facultad de Teología de Granada (Universidad Loyola) y director de su Cátedra Andaluza para el diálogo de Religiones (CANDIR). Licenciado en filosofía por la UB. Licenciado en Teologia por el Centro Sèvres de París. Doctorado en Estudios Islámicos por el EPHE (Sorbona de París) con una tesis sobre el místico sufí Ibn ´Arabî. Ha realizado largas estancias en la mayoría de países islámicos del Mediterráneo, especialmente en Egipto (3 años). Ha publicado con Cristianisme i Justícia en su colección Cuadernos CJ Fundamentalismo (mayo de 1997), Vidas Itinerantes (diciembre de 2007) e Islam, la media luna… creciente (enero de 2016), así como diversos Papeles CJ como «Coronavirus: una sola humanidad, una común vulnerabilidad» (mayo de 2020) o «Palestina: la reivindicación imposible» (junio de 2021), entre otros.
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