Maria Nadeu. Llevamos ya unas semanas escuchando cada vez más noticias sobre la nueva ola de solidaridad hacia los refugiados que, algún día, deben llegar a nuestro país. Muchas noticias y muy buenas todas: avalancha de familias dispuestas en acogerlos, ayuntamientos que hacen red en favor de la integración de los refugiados, aulas de acogida de las escuelas que se reabrirán, nuevos servicios de orientación y acogida para ellos y ellas, pisos vacíos, como la Casa Bloc de Sant Andreu, que se pondrán a disposición, cursos de lengua, orientación laboral, convalidación de títulos formativos, etc.
Todo ello es muy necesario. Me alegro muchísimo que con los refugiados sirios volvamos a ser la tradicional «tierra de acogida». Se está volviendo a dar importancia (y asignar presupuesto, que viene a ser lo mismo) a una serie de recursos que se supone que lo pondrán fácil porque estas personas, que vienen expulsadas de una tierra en guerra, de la pobreza y la violencia, la inseguridad y el dolor, tengan la mejor llegada posible en este país donde han de rehacer la vida mientras no pueden volver al suyo.
Pero también me pregunto, cada vez que escucho estas noticias tan positivas: ¿qué diferencia a un refugiado sirio de un inmigrante que huye de la guerra en el Congo, o Yemen, o Libia, o Irak, o Ucrania…? ¿Qué hace que queramos acoger a una persona que se escapa de un conflicto bélico y en cambio nos moleste aquella que huye del hambre, la pobreza o la explotación, o bien es víctima de trata, o simplemente quiere un futuro una poco más esperanzador para sus hijos?
Pienso que es bueno ser muy conscientes de que los recursos que se ponen en marcha ahora para los refugiados hace muchos años que son necesarios y diría que incluso urgentes en nuestros barrios. Hace décadas que aquí se instalan personas que han tenido que irse de su país y que han pasado un proceso traumático y de duelo; lo que esperan encontrar cuando llegan es gente que los acoja, que les ponga las cosas fáciles, los acompañe y empatice… En cambio, con frecuencia lo que encuentran son puertas cerradas, pocos recursos, inseguridad administrativa para una condición de irregularidad que puede durar años y décadas, etc.
Por poner un ejemplo, en el barrio de La Salut Alta de Badalona, donde la población inmigrada calculo que sobrepasa el 45%, puede que no lleguen refugiados, pero hace muchos años que hay muchas personas que necesitan los mismos servicios que ahora se ponen en marcha. Y estos servicios, hasta ahora, han sido prácticamente inexistentes (especialmente los financiados con dinero público, y de rebote los de gestión privada). Esto ha hecho que aquellos que hace muchos años llegaron emigrando de otro país estén ahora en situaciones de mucha vulnerabilidad, sin conocer la lengua, sin papeles, sin dinero, sin piso y sin red… ¿No os recuerda la situación de los refugiados que vendrán?
Y ahora se abren puertas. Espero que se abran y se queden bien abiertas, y no distingan entre pueblos de origen. Que esta ola de solidaridad no sea una moda pasajera, y que dé pie a una sociedad solidaria de verdad.
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