Cristianisme i Justícia. [Durante el mes de agosto estamos publicando una serie de posts que no han sido escritos por contemporáneos nuestros sino por personas de otros siglos pertenecientes a la tradición de la Iglesia. Todos estos textos pueden encontrarse en el libro Vicarios de Cristo: Los pobres de José I. González Faus].
Lacordaire (1802-1861)
Hay pues otro escalón de la pobreza: la miseria. ¿Qué es la miseria? Es no ganar la vida, por trabajo que en ello se ponga. Y eso ¿existe? ¿Es posible que en el mundo haya hombres que puedan y quieran ganar su vida con el trabajo, y no puedan? Efectivamente. Y esos hombres ¿son inválidos? No, están pletóricos de vida, de vigor, de buena voluntad; son hombres que están en vuestras plazas públicas, y que sólo una cosa esperan de la providencia de Dios y de la providencia de los hombres: que les den trabajo, por laborioso, por penoso que sea, pero trabajo. Y ese trabajo no existe para todos; vivimos rodeados de gente que no pide más que vivir del trabajo, y no puede.
Sí, extraño fenómeno el de un hombre que tiene derecho a la vida, que no puede vivir sino del trabajo, que le pide y no le encuentra, ese fenómeno existe; le tenemos a la vista, nos asedia por todas partes. Pero, al menos, ¿será éste el último grado de la pobreza? No, no es el último grado, porque esa miseria puede socorrerse mediante la caridad; no pudiendo depararle trabajo, porque no lo hay, siquiera puede la sociedad sacar de sus entrañas la conmiseración y el donativo de la limosna. La miseria asistida es un grado inferior a la pobreza, porque debe la vida a la generosidad ajena, al paso que la pobreza la debe a su propio trabajo. Y la miseria socorrida, que no vive del trabajo sino de dones gratuitos, ¿es el último grado de la pobreza? No, aún no es el último grado. Hay no solamente una miseria que no gana la vida y que vive de donaciones voluntarias, sino también una miseria desamparada, no socorrida por la sociedad; una miseria que muere de hambre; bien la vemos al presente. Esta miseria existe: existe en Europa, existe en vuestro país; a nuestros ojos está. Llega no a carecer de trabajo, sino hasta carecer de la limosna; por tanto, es una miseria que va derecha a la muerte y se confunde con ella. Y ese ser que muere por no poder trabajar, con toda su buena voluntad, que muere tendiendo la mano sin recibir nada, porque no se puede, o porque la sociedad cree que no puede darle ni pan ni trabajo; esa miseria tan espantosa es sin embargo el estado de un ser llamado a la vida.
(Charla tenida en Bruselas, en 1847, ante la Conferencia de san Vicente de Paúl. En Obras Completas, Ed. Bruño, Madrid, s.f., vol. XIV 57-85).
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