L.S¿Qué mundo os vais a encontrar en los próximos años?, ¿qué mundo os estáis ya encontrando en vuestra vida cotidiana? ¿Es tan distinto al que se encontraron los primeros cristianos hace 2000 años cuando Jesús subió al cielo y los envió a predicar el Evangelio? Quizás no tanto como parece. Os vais a encontrar –y ya está entre vosotros- un mundo lleno de miedos y de inseguridades. Me explico. Después de dejarse engañar por las falsas promesas del bienestar material; después de dejarse engañar por la felicidad de plástico que da la satisfacción inmediata de nuestros deseos más superficiales, os van a salir al encuentro unos adultos perplejos, desorientados, a los que la crisis de estos últimos años ha dejado desnudos, sin sentido de la vida. Bajo la apariencia de sonrisas y carcajadas convencionales, os vais encontrando ya unos hombres y mujeres llenos de tristeza, que se mueren de ganas de ser amados, pero que no saben cómo llenar su vacío interior. Os vais a encontrar unos seres frágiles, sentimentales, aplanados por el aburrimiento, que intentan disimularlo con entretenimientos y distracciones banales, y con viajes turísticos a ninguna parte. Sobre todo, os encontraréis con un mundo sin fe en Cristo y, por eso, lleno de credulidades tontas que la intentan sustituir entregando el corazón a los ídolos de moda: videojuegos, horóscopos, magia, supersticiones, fiestas y drogas de todos los colores, que pretenden esconder esos miedos de los que hablábamos al principio y que nos atraviesan como una atmósfera densa de tinieblas. Son el miedo a la soledad, al sufrimiento, al fracaso, miedo a hundirnos en la adversidad, a no poder soportar las contrariedades de la vida, miedo a la locura y a la desesperación, al menosprecio, a no ser reconocidos ni amados, a no tener nadie que nos mire. Os vais a encontrar un mundo que tiene pánico a la muerte, tanto a la muerte propia como a la de las personas que queremos. Pero sobre todo, os encontraréis una sociedad –y eso quizás sí que es nuevo- que tiene miedo a la Vida, que no quiere resucitar, y que parece que prefiere  languidecer lamentándose y compadeciéndose a sí misma de sus propios males, antes que dejarse de mirar al ombligo y abrirse para servir y morir por los demás.

Pues bien, a ese mundo os envía Cristo, y a esos hombres y mujeres tenéis que amar apasionadamente. Pobres de vosotros si los condenáis o resbaláis sobre ellos para no mancharos. No sois distintos a ellos, pues el ‘mundo’ no está fuera sino dentro de nosotros. Pero también lleváis un tesoro dentro que no tenéis derecho a reservaros y que lo habéis recibido gratis para regalarlo al mundo. Ese tesoro es Jesús. Lo habéis recibido en el bautismo, no por vuestros méritos sino por gracia; y hoy se os entrega más íntimamente en la comunión. Transmitidlo por contagio. Enamoraos de él y anunciadlo a un mundo enfermo de amor. En las próximas décadas, es probable que la Iglesia siga empobreciéndose humanamente (los católicos de la comarca ya casi nos conocemos todos entre sí); y es probable también que ser cristiano en nuestro país no sea considerado precisamente ningún timbre de gloria o de prestigio. ¡Alabado sea Dios!, que nos permite compartir algo de las condiciones de las primeras comunidades cristianas del tiempo de los apóstoles. Como ellos no os preocupéis por ser pocos o muchos, sino sólo por dejaros inundar por el Espíritu de Dios. No vayáis solos sino en comunidad, para dar testimonio de fraternidad en ese desierto espiritual que es nuestro mundo, no deis bagatelas; dad lo que tenéis y sois: la vida de Dios. Dadla sobre todo a los pobres, enfermos y averiados de cuerpo y alma, los preferidos de Dios, aquellos que el mundo cree que no valen la pena. Y ellos mismos os recibirán en el cielo. ¡Que Dios os ayude!

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Imagen extraída de: Pixabay

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