Vicent Martínez GuzmánEste año, en el Seminario Social de Cristianisme i Justícia estamos reflexionando sobre las condiciones del trabajo en el contexto de la llamada crisis. En la sesión de febrero fuimos estimulados por las sugerencias del joven profesor David Casassas. Nos invitó a pensar las malas condiciones de los contratos de trabajo por la falta de simetría entre las partes: unos son los desposeídos y otros quienes poseen cada vez más. El asalariado va perdiendo libertad, va pauperizándose, y parece que no se ve salida.

En cambio, la riqueza se va produciendo por «la acumulación de la desposesión». No es sólo cuestión de desigualdades, sino que esta lógica hace más «disciplinada» a la gente trabajadora. Los derechos sociales deberían permitir una reapropiación de la libertad. ¿Qué pasa si cada vez hay menos derechos sociales? La Renta Básica Universal por el hecho de ser ciudadanos aliviaría las condiciones en que se firman los contratos de trabajo e incrementaría la simetría entre las partes contractuales.

De todas formas, se están excluyendo cada vez más seres humanos del sistema de relaciones económicas, mediante la llamada «flexibilización» de los contratos. Se está incrementando la precarización, como estudia Guy Standing (El Precariado: una nueva clase social; Precariado: Una carta de Derechos). No obstante, ¿qué pasaría si cambiáramos la noción misma de trabajo desligándola del contrato asalariado y potenciando una vida pluriactiva?

Por lo que venimos aprendiendo, interpreto, habría que subvertir la noción misma de flexibilización y pasar de una flexibilización impuesta y excluyente a una flexibilización elegida que favorecería las múltiples dimensiones de las actividades humanas, tales como el cuidado de los demás, la música o el ocio. Recuerda aquella alternativa al hombre unidimensional de Marcuse.

Está claro que si el subsistema del dinero aún sigue colonizando el mundo de la vida cotidiana, como dice Habermas, y si para sobrevivir debemos hacerlo con dinero, habrá que asegurar una renta básica universal. En cualquier caso está la cuestión, como se advirtió desde la experta en Derecho del Trabajo del seminario, Julia López, de cómo regular todo esto, dado que los derechos sociales de los que trabajan son el límite que tiene la parte contractual poseedora para no actuar de manera arbitraria.

El precariado, según Standing, es diferente de la clase obrera, el proletariado o la clase media con un empleo estable, como la conocemos. Los precarios tienen un estatus informal. La propia palabra intenta combinar el sentido de «precario» y el sufijo final de proletariado para indicar que, hoy por hoy, es una clase social «en sí» que está en formación, pero no «para sí», porque dada su heterogeneidad, todavía no ha tomado conciencia de su capacidad de transformación social. Experimenta «las cuatro as»: aversión (o ira), anomia, ansiedad y alienación. Está en un proceso regresivo del ciudadano con derechos (citizen) a mero residente (denizen) sin derechos de ciudadanía.

Me recuerda a la reivindicación del «derecho a tener derechos» de Arendt y Benhabib (Los derechos de los otros) que aplicábamos a los inmigrantes: había que reconocer que tienen derechos humanos y, al llegar a un estado, adquirir derechos de ciudadanía. Ahora pasa al revés, se van desposeyendo los derechos de ciudadanía, y, «de quedar alguno» sólo serían los derechos como seres humanos. Aún más dolorosamente, evoca las vidas tiradas como desechos de Bauman (Vidas desperdiciadas) que, como el homo sacer de Agamben, sólo tienen «la desnuda vida», la propiedad de la vida pero desposeída de derechos; sin «usufructo» de su propia vida. O las vidas precarias de Butler, por las que, cuando se pierden, no vale la pena llevar luto, «no son vidas dignas de llorar por ellas». Los términos «injusticia y pobreza», según Sassen, resultan insuficientes para explicar esta lógica de expulsión (Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global).

Ya en 2003 en la editorial de la HOAC, Díaz-Salazar advertía sobre la precariedad del proletariado (Trabajadores precarios). Ahora, parece que existe el problema de fondo de si todavía se deben hacer políticas pensando en el «pleno empleo», o si lo que hace falta es repensar el trabajo mismo recuperando las múltiples dimensiones de las actividades humanas. Sobre todo, porque la capacidad de exclusión de las relaciones de producción y de creación de seres humanos precarios es intrínseca al sistema y cada vez es más potente; especialmente, como hemos visto en este seminario, a partir del Consenso de Washington. Standing dice que un crecimiento del empleo, en la nueva lógica de la globalización, ya no significa menos pobreza, como ha descubierto incluso Alemania, hablando de «trabajadores pobres».

Así, propone distinguir entre el trabajo asalariado y mercantilizado (labour) y trabajo en general (work), del cual aquél sólo sería una parte. Distinción que debería llevar a la revisión del «derecho del trabajo», ahora en sentido genérico para todos los ciudadanos. Desde el precariado, como clase emergente, se podría promover la transformación social (en el sentido de Polanyi) con cinco principios de justicia social: la diferencia a favor de los grupos más inseguros (Rawls), no regular sólo a los trabajadores sino también a los «ricos ociosos», fortalecer los derechos y mermar el poder de la discrecionalidad y la beneficencia, trabajo digno y satisfactorio en todos los sentidos, no sólo remunerado, y contención ecológica. Además, propone una Carta del precariado, con veintinueve líneas maestras entre las que se cuentan regular el trabajo flexible, promover las comunidades de ocupación, detener la política clasista de la inmigración, dejar de demonizar a los discapacitados, instituir un derecho al conocimiento y al asesoramiento financiero, desmercantilizar la educación, avanzar hacia una renta básica universal, participar en el capital mediante fondos soberanos de riqueza, revitalizar los bienes comunes y la democracia deliberativa, remarginalitzar las organizaciones benéficas…

En mi opinión, el tema sobrepasa ciertamente los aspectos laborales y afecta, como diría Arendt, a la condición humana. Los seres humanos somos relacionales con muchas actividades, entre ellas la labor (póno, labor, travail y Arbeit), que sería el trabajo penoso y con esfuerzo. «Trabajo» procede de los tres palos que servían para torturar. Otra actividad sería «hacer obras, obrar» (érgon/poiésis, facere o fabricare, ouvrer, werken/herstellen y work), serían «obras productivas y creativas» a la vez, «obras de arte». Finalmente se encontraría la acción de donde surgirían la política y el poder como capacidad de concertación. Las dos listas de palabras reflejarían el tema del que estamos tratando.

Interpreto que el precariado transformaría el trabajo penoso en un obrar creativo, haciendo políticas para ciudadanos, no para meros residentes con una vida sin usufructo. Por cierto que, «los que trabajan para hacer las paces» en Mt 5, 9 son poioi, obreros pacificadores con creatividad en el marco de la subversión del sermón de la montaña.

¿Habrá que tomar conciencia («conciencia de clase para sí») de que todos y todas «somos precarios» y necesitamos transformación?

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Imagen extraída de: Ssociólogos

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Vicent Martínez Guzmán
(La Vall d'Uixó, 1949-Barcelona, 23 de agosto de 2018) Doctor en Filosofía, Director Honorífico de la Cátedra UNESCO de Filosofía de la Paz de la Universidad Jaume I de Castellón donde fundó y dirigió el Máster y Doctorado en Estudios Internacionales de Paz, Conflictos y Desarrollo. Fue Vicepresidente del Institut Català Internacional de la Pau (ICIP). En Cristianisme i Justícia participó como miembro del Seminario social y de los grupos de reflexión sobre género y feminismos y paz y religiones del centro.
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