Llorenç PuigEn el primero de los ‘posts’ de esta serie planteábamos la importancia de iniciar procesos transformadores aunque no veamos los resultados, así como sugeríamos, aunque parezca exagerado, que la falta de esperanza movilizadora puede estar asociada a una falta de espiritualidad profunda. Esto, que es provocativo, merece que veamos qué quiere decir. En concreto, ¿donde están las raíces de la esperanza?

Siguiendo algunas de las líneas que plantea el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium, podemos indicar dos raíces. Este ‘post’ tratará de la primera, y el siguiente, de la segunda.

1) La primera raíz de esperanza es el amor y la proximidad a la gente, a las personas, especialmente a los últimos, los excluidos. Aunque parezca paradójico, el acercamiento a las víctimas, a las personas sufrientes y heridas, puede ser una fuente profunda para nuestra espiritualidad.

En efecto:

«El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios, hasta el punto que quien no ama al hermano «camina en las tinieblas» (1 Jn 2,11), «permanece en la muerte» (1 Jn 3,14) y «no ha conocido a Dios» (1 Jn 4,8)», dirá el Papa… Y aún remachará el clavo hablando de una «mística de acercarnos a los demás», y diciendo que este encuentro con los demás es precisamente el lugar donde podremos profundizar nuestra experiencia interior:

«Cuando vivimos la mística de acercarnos a los demás y buscar su bien, ampliamos nuestro interior para recibir los más bellos regalos del Señor. Cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios. Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios».

Y la consecuencia es esta:

«Si queremos crecer en la vida espiritual, no podemos dejar de ser misioneros. La tarea evangelizadora enriquece la mente y el corazón, nos abre horizontes espirituales, nos hace más sensibles para reconocer la acción del Espíritu, nos saca de nuestros esquemas espirituales limitados».

Y todo ello proporciona una plenitud interior que desborda hacia los otros, como si fuera un circuito que se realimenta cuando más da…:

«Simultáneamente, un misionero entregado experimenta el gusto de ser un manantial, que desborda y refresca a los demás. Sólo puede ser misionero alguien que se sienta a gusto buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los demás».

De esto creo que podemos encontrar ejemplos más o menos cercanos que lo pueden atestiguar. Es una experiencia profunda que no forma parte de las teorías, sino de la vida misma.

Y desgraciadamente, cuántas veces nos encerramos en nuestras pequeñas cosas, en nuestro círculo de comodidad… Contra esta hipótesis el Papa tiene palabras muy duras:

«Uno no vive mejor si se escapa de los demás, si se esconde, si se niega a compartir, si se resiste a dar, si se encierra en la comodidad. Esto no es más que un lento suicidio».

Por tanto, la primera fuente de esta profunda espiritualidad que lleva a una esperanza activa es precisamente la acción concreta por los últimos, la proximidad a ellos/as, el contacto personal que nos hace salir de nosotros mismos. Se trata, así, de una espiritualidad de ojos y de corazón bien abiertos a los demás, que moviliza y llena el corazón.

Sin rodeos, insiste Francisco en la oposición entre dos actitudes: la de encerrarse en uno mismo, que denomina ‘autorreferencialidad’, y la de apertura a los demás, especialmente los excluidos, los que no figuran. Una conduce a la muerte espiritual, la otra es fuente de una fecundidad inesperada.

Y contra la hipótesis antes citada de que se pueda vivir tranquilamente en las propias comodidades bajo la excusa de que no hay nada que hacer, veamos lo que nos dice:

«Algunas personas no se entregan en la misión porque creen que nada puede cambiar y entonces para ellos es inútil esforzarse se. Piensan así: «¿Por qué me privaré de mis comodidades y placeres si no veré ningún resultado importante?». Con esta actitud se vuelve imposible ser misionero. Esta actitud es precisamente una excusa maligna para quedarse encerrados en la comodidad, la flojedad, la tristeza insatisfecha, el vacío egoísta. Se trata de una actitud autodestructiva porque «el hombre no puede vivir sin esperanza: su vida, condenada a la insignificancia, se volvería insoportable»».

Sí, con todas las letras: el encierro en si mismo es auto-destructivo. Y, por lo contrario, es en el contacto fraterno con las otras personas, en la apertura de corazón a los demás, que aparecen, como un manantial, la esperanza y la vida.

Alguien puede pensar que esta apertura simplemente hace referencia a una apertura a mis familiares y amigos más cercanos… Si bien es cierto que la incluye, el siguiente texto nos hace ver que esta salida de uno mismo a los demás es más radical: se trata del acercamiento a aquellos que la sociedad excluye, que nos incomodan, a los que nos cuesta acercarnos, a aquellas personas que a veces parecen consideradas como ‘de menor valor’.

Fijémonos:

«Para compartir la vida con la gente y entregarnos generosamente, necesitamos reconocer también que cada persona es digna de nuestra donación. No por su aspecto físico, por sus capacidades, por su lenguaje, por su mentalidad o por las satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de Dios, criatura suya. Él la creó a su imagen, y refleja algo de su gloria. Todo ser humano es objeto de la ternura infinita del Señor, y Él mismo habita en su vida. Jesucristo dio su preciosa sangre en la cruz por esa persona. Más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro afecto y nuestra donación».

Sí, sí, son afirmaciones que nos hacen ver que este movimiento no es simplemente algo que se juega en nuestro ‘círculo de confort’, sino que se trata de salir al encuentro de las personas que ‘por su apariencia’ nos parecen menos dignos de nuestra donación. Plantea de nuevo el Papa un horizonte amplio y que pide nuestra valentía…

Y con ello vamos a la segunda raíz de nuestra esperanza, que es atrevida, que nos pide un fuerte salto al vacío… La veremos en el siguiente ‘post’.

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Jesuita. Delegado de los jesuitas en Cataluña. Doctor en Física y profesor en el Instituto de Teología Fundamental. Colabora en pastoral universitaria, en Universitarios Loyola y el IQS. Forma parte de Entxartxad, grupo de solidaridad con el Chad. Investiga en el campo de las relaciones entre ecología y religión, fe y ciencia.
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