Benjamín Bastida. [Setmanari La Directa] Decía José María Valverde que existen palabras, como Democracia, Justicia, Libertad, que nacen en la izquierda y mueren en la derecha. Desde hace unos años crece y ocupa territorios mentales una palabra nacida en la derecha a la que la izquierda debería exterminar para salud y bienestar de la mayoría. Me refiero a la famosa “competitividad”.
Indudablemente para el capital, para los que detentan el capital y el poder en el sistema socioeconómico actual, el concepto de competitividad, dotado de un significado intencionadamente positivo, constituye el pretexto perfecto para imponer unas reglas de juego.
Vale la pena anotar que este paradigma de la competitividad va más allá de la lección moral de Adam Smith que venía a decir que, buscando cada uno su propio beneficio, una mano invisible conducía este esfuerzo egoísta hacia el beneficio social. Aquí, en el nuevo paradigma de la competitividad, no basta con buscar el beneficio propio sino que es preciso competir con el resto de agentes individuales en busca de la victoria. El beneficio de cada uno se produce a costa de la liquidación del resto de contrincantes.
La difusión del concepto de competitividad presenta rasgos de campaña publicitaria: en primer lugar, por cierta connotación positiva: es un concepto derivado de la competición deportiva, describe un juego limpio, una carrera, gana el mejor sin entrar en cuestiones éticas o políticas, es neutral. Pero el núcleo del mensaje consiste en la proclamación de las ventajas de la competitividad: los consumidores van a resultar beneficiados, su beneficio será cada vez mayor porque las empresas entablan una lucha para ser cada una de ellas mejor que sus contrincantes, para ofrecer precios más bajos, surtido más variado, de calidad supuestamente superior… Un mundo ideal que está llegando gracias a la competitividad.
Está claro que, en este progreso hacia la competitiva sociedad del futuro, muchas empresas perecen en la lucha. «No importa, les pasa por no haber sido competitivas», dicen los promotores de la competitividad. «Quedarán en pie sólo y precisamente las que han acertado en su estrategia y han asumido los esfuerzos necesarios, con lo que ganamos todos».
Hasta aquí la descripción en términos tecnoeconómicos. Pero la competitividad como concepto económico está emparentado con los conceptos de mercado, mercancía, etc. todos ellos con funciones que ya Marx, en su análisis del sistema capitalista, calificó de conceptos fetiches. El concepto neutral, técnico, de competitividad oculta las relaciones sociales establecidas o las que se pretende establecer.
Al menos son dos los tipos de relación social enmascarados en el concepto. En primer lugar se encubre precisamente los conflictos intercapitalistas y la dinámica de estos conflictos. Naturalmente la palabra competitividad no puede enmascarar la lucha, pero pretende conferir un carácter deportivo, de juego limpio, a las estrategias del todo vale, donde lo decisivo no es ser competente sino competitivo a cualquier precio, aunque la competitividad proceda del trabajo infantil o de trabajos forzados.
Los esfuerzos para amplificar y difundir casi agresivamente el paradigma de la competitividad acontecen en el momento de la crisis más acentuada del capital: la competitividad se convierte, en efecto, en el concepto clave cuando parece agotada la era de la globalización. Ser competitivo es el objetivo casi exclusivo de países, de regiones, de empresas, sean multinacionales o pymes. Además, gradualmente, se asimila, se interioriza y se transforma en un valor prioritario. Incluso a nivel individual se trata de ser competitivo.
El segundo tipo de relación social oculta por el fetiche de la competitividad se refiere a la relación entre capital y trabajo. La competitividad como objetivo empresarial ineludible enmascara el asalto del capital mundial en su conjunto y de cada una de sus fracciones para echar abajo las pequeñas pero importantes conquistas de los trabajadores y de las clases populares en períodos anteriores de la lucha de clases. Es la estrategia actual para recuperar y aumentar la tasa de plusvalía, de explotación: ser competitivo consiste en rebajar los costes salariales y deteriorar las condiciones de trabajo en un grado mayor que los contrincantes.
La competitividad aparece también como requisito y condición de subsistencia de los países. Esta versión fetichista enmascara los procesos de desposesión, privatización y mercantilización por parte del capital de los servicios públicos esenciales: salud, educación, vivienda, pensiones, suministros generales. Incluso derechos fundamentales de la democracia son sacrificados en el altar del fetiche de la competitividad.