Jaume FlaquerJesús encarna en su pasión la enseñanza de sus parábolas. “Si el grano de trigo no muere y cae en la tierra…”, nos dice Jesús. Ahora, él mismo, cae en la tierra una, dos, y tres veces para acabar muriendo en la cruz, en un proceso de descenso que será a la vez un camino de ascenso y de Vida, para él y para toda la humanidad. Las tres caídas no son más que un capítulo final de toda una vida de abajamiento expresado en infinitud de imágenes: situarse en el último lugar, hacerse como niños, ser como el grano de trigo, lavar los pies… Resulta difícil encontrar una temática más omnipresente en todo el evangelio. Y si Jesús es camino, verdad y vida es porque él nos abre la puerta para que podamos seguir este camino de descenso que paradójicamente será a la vez de ascenso hacia el Padre.

1. Descenso como abajamiento

Nosotros, a menudo, seguimos (o intentamos seguir) un camino de ascenso, en comodidades, en escala social… A pesar de la crisis, continuamos teniendo la legítima perspectiva de mejorar progresivamente nuestro salario. En cambio, como contraste, Jesús sigue un camino de descenso: desde Dios, hasta el marginado, hasta el leproso, hasta vivir en medio de los pecadores de aquella época. Aquel que “de Dios venía y a Dios volvía” (Jn 13), aquel que “siendo de naturaleza divina, no se aferró al hecho de ser igual a Dios” (Flp 2) siguió un camino de descenso desde Dios hasta los infiernos de nuestro mundo. No solamente se hizo Dios-con-nosotros sino un Dios-por-debajo-de-nosotros. De esta manera, aquella oración de san Agustín que dice “Tu autem intimior intimo meo et superior summo meo” (Tu, Señor, eres lo más íntimo de mi intimidad y más superior a aquello más supremo en mí) recibe aquí un nuevo sentido cuando es aplicado también a nuestro mundo sufriente. Jesús recorre todos los peldaños de la escala de la dignidad humana para buscar y recoger a cualquier ser humano en cualquier estado en que se encuentre. Por esta razón, Jesús no solamente asume la condición humana sino que continúa su camino de descenso hasta tomar la condición de esclavo, la de aquel que es tratado con inhumanidad e infrahumanidad, como la de todos los marginados de la tierra. Con razón, Isaías dice que se hizo “parecido a aquellos que nos repugna mirar” (Is 53)

Así, paradójicamente, el camino de la Cuaresma es un camino de ascensión a Jerusalén pero bajando hacia el hermano. O lo que es lo mismo, ascendemos hacia Dios en la medida en que descendemos hacia el pobre. Por eso, el camino de Cristo es para nosotros un criterio de veracidad de toda mística y de toda religión: no hay búsqueda de Dios sin búsqueda del pobre, no hay divinización sin “empobrecimiento”, no hay vida en Dios sin compartirla con los marginados. Lo que distingue la “divinización” y el “endiosamiento” es el Camino. El primero pasa por el abajamiento y el segundo se queda solamente mirando al cielo. De igual manera, lo que evita que la búsqueda de Aquel que es más íntimo que mi misma intimidad sea narcisismo espiritual es el descenso hacia las profundidades marginadas y escondidas tanto del propio ser como del mundo entero.

2. El descenso como desprendimiento

Este Camino es también un camino de desprendimiento. Por esta razón el ayuno y la abstinencia de carne de la Cuaresma son recordatorios simbólicos de algo que ha de abarcar todos los ámbitos de la persona.

Igual que en la vida buscamos ir subiendo poco a poco, también nos vamos cargando progresivamente de cosas. Solamente hay que ver cómo las paredes, los estantes y los armarios de nuestras habitaciones y casas se van llenando hasta ocupar todo el espacio, a la vez que las puertas exteriores se van cerrando y blindando ante posibles ladrones. Paralelamente, también nuestro corazón va quedándose sin espacios vacíos capaces de propiciar el encuentro con Dios y con los otros. Nos vemos incapaces de caminar, de seguir a Jesús con tanta carga.

La esclerotización del cuerpo viejo con el paso del tiempo es una buena imagen de la falta de disponibilidad para seguir a Jesús debido a tanta carga material. Igual que corporalmente, también nos acabamos esclerotizando espiritualmente. Nos cargamos de dependencias y vamos perdiendo la libertad. Cuando Jesús nos quiera dar la mano, o cuando alguien nos pida una mano, no podremos porque las tendremos ocupadas en acarrear cosas y en protegerlas. Pero la muerte nos situará a todos en nuestra verdad, y se nos caerá todo de las manos. Si no conseguimos la libertad en la tierra, será la muerte quien nos dejará las manos libres porque nos lo quitará todo. Es una Gracia de Dios, es una misericordia suya: seremos libres porque Jesús nos da su mano para acompañarnos en el más allá.

3. …Pero naciendo desde arriba

Hay frutos que caen en tierra y simplemente se pudren sin que nazca nada. Otros, caen en la tierra y dan vida. Hay vidas que dan vida. Hay vidas que en la misma medida en que van desgastándose van dando vida. Y hay muertes que no son el fin de una historia sino el verdadero inicio de un gran cambio. Pienso en el reconocimiento de la dignidad de los negros de EEUU que empezaron con el asesinato de Martin Luther King, o en la primavera árabe que comenzó con la muerte de un joven tunecino.

Y es que construimos a menudo la vida sobre (y gracias) a la sangre o el sufrimiento de alguno. De hecho hemos sido puestos en este mundo en medio de los dolores de parto de nuestra madre. Han existido unos padres y otra gente que se han cansado y desgastado para que nosotros fuésemos creciendo.

Es evidente que la persona más egoísta del mundo también se hará mayor y morirá pero habrá sido un malbaratamiento de vida (malograda), como la fruta que cae en la tierra y simplemente se pudre.

Hemos nacido de la sangre de alguien, del sufrimiento de alguien. Probablemente esta idea nos incomode. Pero lo cierto es que nos llena de responsabilidad.

Si estuviésemos en un barco a la deriva y un tripulante desconocido nos diese el único salvavidas del barco. ¿No sentiríamos un agradecimiento tal que nos llevaría a intentar conocer la vida y la familia de aquel hombre para ver si podíamos ayudarles de alguna manera? Y si descubriésemos que aquel hombre estaba comprometido con un proyecto que había quedado truncado, ¿no desearíamos continuarlo en reconocimiento de aquel gesto? Pues bien éste es Jesús, él ha muerto para darnos vida, y nosotros queremos conocerlo para saber cuál era su sueño, su proyecto.

María y Juan están al pie de la cruz para dejarse empapar del agua y de la sangre del costado de Cristo. De esta manera ellos nacen a la nueva vida. En el diálogo con Nicodemo (Jn 3), Jesús aseguraba que habíamos de nacer de nuevo, naciendo de arriba. Jesús había nacido de arriba, venía de Dios… Para nosotros, este nuevo nacimiento es posible también mirando hacia el cielo pero no hacia un cielo inmenso e informe sino hacia a aquel que ha sido levantado, el crucificado. Así, nuevamente, cualquier mirar hacia el cielo sin ver el crucificado, desde la posición de María y de Juan, tiene el riesgo de caer en el espiritualismo. Por supuesto, las otras religiones y espiritualidades pueden tener elementos teológicos equivalentes a la cruz, pero en el cristianismo es criterio fundamental de veracidad de experiencia de fe.

La Iglesia nace de la cruz de Cristo, de su sangre, y se desarrolla en las catacumbas. Estos son los “intimior” de la Iglesia, el lugar más profundo de ella. Y, como reconocimiento de este lugar de nacimiento, las eucaristías se celebraban sobre las tumbas de los mártires engendrando nuevas vidas entregadas.

Los cristianos hemos nacido de arriba, pero paradójicamente, el lugar de nacimiento es la cruz, ejemplo supremo de abajamiento. Nuevamente, el “superior summo meo” (lo más superior de aquello más supremo en mí) de san Agustín tiene las marcas de la cruz.

En fin,  vivimos gracias a la muerte de alguien, gracias a la vida entregada por alguien. ¿Qué queremos hacer de nuestra vida?

Es el momento de estar ante la cruz y empaparse del agua y de la sangre que de él brotan.

Para la oración

1.a. Contempla la carrera y la competición para escalar en la empresa, en la política, en la sociedad, a veces a costa de los demás, rebajando a los otros. El carrerismo es una tentación que afecta también a todos los niveles de responsabilidad en la Iglesia. Contempla tu propia vida. Pide la humildad de María.

1.b. Textos: Jn 12, 24; Is 53, 1-12; Jn 13, 1-18; Lc 14, 7-11

2.a. Contempla todo lo que tienes y piensa en aquellas cosas que más te costaría desprenderte, en aquellas cosas que absolutizas, que crees más imprescindibles. Escucha de Jesús: “no solamente de pan vive el hombre”.

2.b. Textos: Mc 10, 17-29

3.a. Contempla las vidas de los testimonios que te han dado vida, aquellas vidas que te han impactado y han influido en la tuya. Contempla agradecidamente el esfuerzo de otras personas para engendrarte, para hacerte crecer, para enseñarte, para ayudarte… Quédate en silencio ante la cruz de Jesús imaginándote empapado por su agua y su sangre.

3.b. Textos: Jn 3, 1-8; Jn 19, 16-37

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En el siguiente enlace puedes descargarte el documento con todos los textos del retiro en la ciudad de este año: Retiro en la ciudad 2014: «Sumergirse en el dios de la vida».

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Jesuita. Profesor en la Facultad de Teología de Granada (Universidad Loyola) y director de su Cátedra Andaluza para el diálogo de Religiones (CANDIR). Licenciado en filosofía por la UB. Licenciado en Teologia por el Centro Sèvres de París. Doctorado en Estudios Islámicos por el EPHE (Sorbona de París) con una tesis sobre el místico sufí Ibn ´Arabî. Ha realizado largas estancias en la mayoría de países islámicos del Mediterráneo, especialmente en Egipto (3 años). Ha publicado con Cristianisme i Justícia en su colección Cuadernos CJ Fundamentalismo (mayo de 1997), Vidas Itinerantes (diciembre de 2007) e Islam, la media luna… creciente (enero de 2016), así como diversos Papeles CJ como «Coronavirus: una sola humanidad, una común vulnerabilidad» (mayo de 2020) o «Palestina: la reivindicación imposible» (junio de 2021), entre otros.
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