Pere Borràs. «Luego fueron a un lugar llamado Getsemaní. Jesús dijo a sus discípulos: –Sentaos aquí mientras yo voy a orar.

33 Se llevó a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentirse muy afligido y angustiado.

34 Les dijo: «Siento en mi alma una tristeza de muerte. Quedaos aquí y permaneced
despiertos».

35 Adelantándose unos pasos, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y pidió a Dios que, a ser posible, no le llegara aquel momento de dolor. 36 En su oración decía: –Padre mío, para ti todo es posible: líbrame de esta copa amarga, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.

37 Luego volvió a donde ellos estaban y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: –Simón, ¿estás durmiendo? ¿Ni una hora siquiera has podido permanecer despierto? 38 Permaneced despiertos y orad para no caer en tentación. Vosotros tenéis buena voluntad, pero vuestro cuerpo es débil.

39 Se fue otra vez, y oró repitiendo las mismas palabras. 40 Cuando volvió, encontró
de nuevo dormidos a los discípulos, porque los ojos se les cerraban de sueño. Y no
sabían qué contestarle. 41 Volvió por tercera vez y les dijo: –¿Seguís durmiendo y descansando? ¡Basta ya! Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado
en manos de los pecadores. 42 Levantaos, vámonos: ya se acerca el que me traiciona»
(Mc 14,32-42).

La oración de Jesús muestra congoja, espanto y abatimiento. Su proyecto de Reino de Dios parece haber llegado a su fin. Ha sido un fracaso. Como tantos proyectos humanos. Pero, a pesar de todo, este fracaso no ha sido fruto de una mala previsión o de una serie de imponderables que suceden en la vida. El fracaso de Jesús ha tenido su origen en la acción del poder político y religioso que ha ahogado la Verdad. Y el proyecto de Jesús ha sido ahogado con ella. En esta hora Él reza, está abatido. «Siento en mi alma una tristeza de muerte». Hubiese podido hacer algo más acorde con el «mundo» pero el Espíritu le empujaba a seguir este camino. El proyecto vital de Jesús parecía haber fracasado rotundamente.

¿Cómo es nuestro proyecto de vida? ¿Qué esperamos? ¿Por qué luchamos? ¿Qué buscamos en nuestra vida? ¿Qué hay en lo más profundo de nosotros mismos? ¿Nos sentimos abatidos? ¿Qué nos pesa? ¿Cómo acompañamos a aquellos que sufren enfermedad, soledad, abandono? Hoy se nos invita a descubrir la presencia de Jesús en los que sufren cualquier enfermedad, pobreza y abandono.

Jesús pide al Padre que se haga su voluntad por encima de todo. Una voluntad que se ha ido concretando en pequeñas decisiones durante la vida. El Padre no quiere que Jesús muera. Esto sería cruel. Jesús no viene a pagar ningún rescate por la humanidad. Dios quiere que la humanidad viva en plenitud. La vida entregada de Jesús es un abrazo a esta humanidad que sufre. El sufrimiento de Jesús no es útil sino que es fruto de un amor pleno y libre.

¿Cómo asumimos en nuestras vidas el sufrimiento que tiene muchas causas: las enfermedades, nuestro temperamento, ver que la gente que queremos lo pasa mal, las miradas al mundo del paro, del hambre, de la guerra? ¿Y la sensación, a menudo, de impotencia? No podemos hacer nada, nos decimos. Jesús nos invita hoy a unirlo a su oración. Y nos anima a velar, a estar atentos, a no dormirnos sobre nosotros mismos, a abrir los ojos de la misericordia. Jesús, el Hombre del yugo suave y la carga ligera. Con Jesús cualquier sufrimiento no se convierte en una pasión inútil.

Jesús se dirige al Padre (Abba) como lo ha hecho tantas veces en la vida. Jesús, el Hijo de Dios, el Hijo del Padre. Aquel que por su amor nos hace hijos con el Hijo. Aquel que hizo salir el sol sobre justos e injustos. Sed perfectos (misericordiosos) como vuestro Padre es misericordioso.

Os invito ahora a rezar desde estas dos oraciones tan bellas que ponen de relieve esta total entrega. Las podemos leer con Jesús y así nos incorporemos a su oración:

«Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro. Disponed a toda vuestra voluntad, dadme vuestro amor y gracia que ésta me basta» (Ignacio de Loyola).

«Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo más, Padre. Te confío mi alma, te la doy con todo mi amor. Porque te amo y necesito darme a Ti, ponerme en tus manos, sin limitación, sin medida, con una confianza infinita, porque Tú eres mi Padre» (Charles de Foucauld).

***
En el siguiente enlace puedes descargarte el documento con todos los textos del retiro en la ciudad de este año: Retiro en la ciudad 2014: «Sumergirse en el dios de la vida».

¿TE GUSTA LO QUE HAS LEÍDO?
Para continuar haciendo posible nuestra labor de reflexión, necesitamos tu apoyo.
Con tan solo 1,5 € al mes haces posible este espacio.
Artículo anteriorPau Vidal: «La vida de los refugiados sigue teniendo sentido a pesar del exilio»
Artículo siguienteRetiro en la ciudad (II): Y cayó por tercera vez… El grano de trigo. Viernes Santo

1 COMENTARIO

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingresa tu comentario!
Please enter your name here