Josep F. Mària. [Al cor del món/Pregaria.cat] El mundo tiene muchos problemas, y no acabamos de arreglarlos. Parece como si estuviéramos ante un gran reto, hiciéramos cosas para hacerle frente, pero se nos escapara la solución definitiva de las manos. Como si estuviéramos curando enfermedad tras enfermedad de un paciente, sin terminar de curarlo por completo. Seguramente no podremos curarlo nunca del todo y para siempre. Pero sí podemos ser conscientes de la complejidad de las enfermedades: ser conscientes de que necesitamos trabajar por una justicia integral.

Trabajar por una justicia integral se debería concretar (según el jesuita vasco Patxi Álvarez) en cinco niveles de acción: acompañamiento, servicio, reflexión, concienciación e incidencia.

Acompañamiento. Ser como compañeros (etimológicamente: los que comen el mismo pan) de los que sufren. Compartir con ellos. Convivir con ellos. Buscar la connivencia. Y todas las otras palabras que tengan el prefijo «cum»: con. Sin este prefijo, miramos a la gente desde arriba y no llegamos a sentirnos hermanos.

Servicio. Serles útiles. Resolverles los problemas concretos: si no tienen un lugar para dormir, buscárselo, si no tienen ropa digna, proveerles de ella, si les han cortado la luz, pagarles la factura.

Reflexión. Estudiar cómo resolver eficazmente los problemas sociales. No sea que queriendo ayudar, acabáramos perjudicando. Sin estudio podemos acabar realizando acciones para conversaciones: acciones que «derraman fuera», que mean fuera del tiesto.

Concienciación. Levantar la liebre. «Blow the whistle»: tocar el silbato. Hablar de los problemas con toda la sociedad: que se enteren, que no sean ciegos. Debatir los diagnósticos y las vías de solución a recorrer. La concienciación de los niños y jóvenes es especialmente importante porque están abiertos a aprender y tienen el futuro en sus manos.

Incidencia o «advocacy». Implementar estrategias para cambiar las condiciones políticas, económicas y culturales que generan la injusticia: fomentar la aprobación de leyes justas, promover que las empresas no perjudiquen sino que mejoren la sociedad; formular discursos, plasmar imágenes y ejemplificar conductas que nos incentiven a vivir solidariamente.

Por ejemplo, en el problema de los afectados por las hipotecas, el trabajo de acompañar a los afectados (evitar la desesperación y quitarles el sentimiento de culpa) es muy urgente. También es urgente el servicio: la mediación entre afectados y bancos. Y hay que concienciar a la sociedad para que no se firmen más hipotecas abusivas. Y se deben estudiar soluciones donde los actores clave protejan los derechos de los afectados. Finalmente, la incidencia es imprescindible para cambiar la legislación hipotecaria y las políticas públicas de vivienda.

Como individuos y como organizaciones no podemos estar en todas estas dimensiones, pero tampoco podemos olvidar ninguna. Por ello los diversos activistas deben interconectarse, interpelarse, interrogarse… y todos los verbos que tengan el prefijo «inter». La coordinación pide una misma actitud de fondo: el deseo, por encima de todo, de que los afectados experimenten su inalienable dignidad y vean respetados sus derechos.

Pablo de Tarso (1 Cor 12-13) ya decía que hay muchas maneras de trabajar por los demás, pero que todas deben estar infundidas de un mismo espíritu: el amor, que todo lo espera y todo lo aguanta .. . para hacer florecer la justicia. 

Imagen extraída de: Al cor del món/Pregaria.cat

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Jesuita. Doctor en Economía (UB). Licenciado en Teología (FTC). Profesor de Análisis Social, Ética y Religiones del Mundo en ESADE. Miembro de Cristianisme i Justícia. Patrono de la Fundación IQS y miembro del Consejo Superior de la Universidad de Comillas. Estudia sobre valores y educación superior, en particular desde la tradición jesuita.
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