Oscar Mateos. [Todo es posible] La crisis internacional nos deja un panorama social alarmante. Como mínimo en los contextos europeos, tres son las dinámicas que parecen configurarse: i) aumento espectacular y cronificación de la pobreza y de la exclusión social; ii) incremento de las desigualdades sociales (disparando la brecha entre las rentas más altas y las más bajas), y iii) proceso de regresión social (vulneración de derechos sociales y constitucionales) pero también político (clara influencia de los mercados financieros sobre las decisiones políticas de estados teóricamente soberanos).
La crisis, las medidas adoptadas y la configuración de este escenario social han hecho aflorar un debate que, si bien había subyacido en las últimas décadas, se ha hecho mucho más evidente, y sobre todo, intenso, en este contexto de crisis. Nos referimos al debate que, autoras como Susan George (“El pensamiento secuestrado”) ya habían sugerido años antes, y que gira en torno el concepto de “hegemonía cultural” de Antonio Gramsci. Para Susan George y un buen número de autores críticos con el proceso de globalización neoliberal, desde los años setenta se ha venido gestando la construcción de una “hegemonía cultural” de los postulados neoliberales, cimentada sobre teóricos como Hayek, especialmente impulsada en la época de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher y que culminó con el llamado “Consenso de Washington”. Desregulación, privatización e inhibición del papel del Estado han sido desde entonces los principales dogmas que no sólo se han instalado en la manera de organizar política y económicamente nuestras sociedades, sino que además han logrado convertirse en una suerte de “sentido común” para el conjunto de la ciudadanía. Con la connivencia de los poderes políticos (relegados por los poderes financieros) y con la determinante colaboración de los medios de comunicación (integrados en un oligopolio mediático de grandes corporaciones), la hegemonía cultural del neoliberalismo ha logrado incluso convertir en “objetivamente razonables” medidas que supuestamente van en contra del conjunto de los intereses de la ciudadanía. El contexto de globalización, que ha anulado el papel de los Estados, o el proceso de individualización y alineación social en la sociedad de consumo, son algunos de los factores que han contribuido a todo este proceso.
Pero para los defensores de dicha tesis, dicha hegemonía cultural ha sido plausible gracias, sobre todo, al naufragio de la izquierda, que ha sido incapaz de plantear un discurso y una praxis creíble y alternativa. No solo eso, a la incapacidad de construir una “contrahegemonía ideológica” cabría sumar el hecho de que una parte importante de esta izquierda ha acabado asumiendo como propios y sensatos postulados neoliberales.
Por maniqueo que pueda parecer, este diagnóstico es del todo creíble. En muchos foros de izquierda surgen varias preguntas al respecto: ¿es posible construir una contrahegemonía de lo social? Si es posible, ¿de qué depende? ¿Sobre qué valores y creencias puede cimentarse? La pregunta es pertinente en un contexto de crisis donde las paradojas son más evidentes que nunca: las soluciones a la crisis, provocada en gran parte por la desregulación de los mercados y las crecientes desigualdades sociales, no están contemplando un mayor control de lo financiero (bancos, mercados, etc.) ni medidas que apuesten por la cohesión social. Todo lo contrario, la factura de la crisis la están pagando las clases más desfavorecidas, debido a las medidas drásticas exigidas por los bancos, grandes empresas y mercados como única alternativa. Por otra parte, las movilizaciones sociales son, en la mayoría de los casos, tibias y escasas en comparación con la importante deriva de recorte de derechos sociales que se está produciendo en numerosos países. En este sentido, la victoria del proyecto neoliberal parece rotundo y absoluto.
No obstante, en los últimos años se constata un cierto proceso de repolitización social y la emergencia de un nuevo debate ideológico entre derecha e izquierda (incluso cuestionando la clásica distinción, para plantear el eje “arriba-abajo”, o “los del 99% vs el 1%”, en palabras de Josep Stiglitz), entre lo económico y lo sociopolítico, en un contexto en el que este eje socialmente había quedado desdibujado y en el que incluso algunos habían planteado “el fin de las ideologías y de la historia”.
En medio de este debate, cinco podrían ser los argumentos que deberían tenerse en cuenta a la hora de construir un pensamiento contrahegemónico que priorizara por lo social:
- Existencia de un consenso de mínimos irrenunciables (“líneas rojas” que nunca deberían traspasarse, bajo ningún pretexto y en ningún contexto);
- Construir un marco teórico basado en la equidad y la sostenibilidad, en el que la eficiencia sea un valor complementario pero nunca prioritario;
- Tejer redes y complicidades con las experiencias ya existentes de resistencia social y política a lo neoliberal, estableciendo un espacio amplio, plural y heterogéneo y aprovechando las nuevas tecnologías;
- Dignificar la democracia y sus instituciones, dotándolas de sentido y fomentando nuevas maneras de participación social y de poder democrático, y
- Apostar por una nuevo internacionalismo que garantice la consolidación de instituciones globales que prioricen por la justicia social y que tenga en el control de los mercados y de los desequilibrios económicos mundiales uno de sus principales objetivos.
Imagen extraída de: Todo es posible
Tejer redes y complicidades… ¡por favor, alabado sea Dios! Y me dejo fuera las extranjeras, por no llorar más.
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