Oriol Tuñí. El viernes Santo se recitaba el sermón de las siete palabras: eran las siete palabras que había dicho Jesús en la Cruz, en el momento de morir. Según una lectura concordista de los evangelios se daba por supuesto que estas obras ofrecían un relato literal del episodio de la muerte de Jesús. La óptica de lectura de la muerte de Jesús  llevaba a una contemplación que iba desde el grito dramático de Marcos y Mateo (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”) hasta la muerte confiada de Jesús en Lucas (“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu ) y al momento de plenitud de Jesús en Juan (“Todo se ha cumplido”).

Hoy en día no se acostumbra a predicar el sermón de las siete palabras. Pero tenemos la notable riqueza de cuatro relatos de la muerte de Jesús y vale la pena subrayar el mensaje de cada uno de estos autores. Porque, como nos enseñó el Vaticano II,

“Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes «desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra» para que conozcamos «la verdad» de las palabras que nos enseñan (cf. Lc., 1,2-4).

La lectura del relato de la muerte de Jesús según los cuatro evangelios pone el acento en cuatro motivos que desarrollaremos a partir de estos evangelios:

1. La soledad y la ignominia en la muerte de Jesús según Marcos.

2. Una soledad y una ignominia se han de ver a la luz de la resurrección de Jesús según Mateo.

3. La muerte de Jesús en la serenidad y la confianza, como servicio a cada uno de nosotros en Lucas.

4. El último acto de la realización del proyecto que Dios tenía para toda la humanidad en Juan.

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