Llorenç Puig. En el momento de la oscuridad y de la crisis, Jesús nos pide que estemos con él y que permanezcamos con Él, que velemos. Acompañémoslo en la oración y la contemplación de aquellos momentos difíciles de Getsemaní. Veamos también cómo podemos nosotros, ahora y aquí, ‘estar con Él’ y ‘velar’. ¿Qué quiere decir para mí este ‘permaneced conmigo’ y ‘velad’? 1) Velemos con Jesús también hoy Os invitamos a tener un tiempo de vigilia, de oración, de estar esta noche con Jesús, a solas con él, muy, muy tranquilamente. Leemos pausadamente el texto de Lucas (Lc 22, 39-46), recreándonos con los ojos cerrados, situándonos en aquella montañita, con la luna llena que nos acompaña, con la humedad que nos rodea, con la densidad de la tristeza y la angustia de Jesús… 2) Hagamos una aplicación de sentidos San Ignacio en los Ejercicios Espirituales propone, tras hacer una contemplación, que hagamos también una ‘aplicación de los sentidos’: ver la oscuridad del lugar, la claridad de la luna entre las nubes… escuchar los ruidos de la noche, de los búhos, los grillos que cantan… oler la humedad de la noche… sentir, notar la frescura del aire, el sueño, la incomodidad de estar a la oscuridad en un lugar dónde se intuye que pasarán cosas terribles… y gustar la amargura del momento que pasa Jesús. 3) Las viejas promesas… Jesús en aquel momento, sin duda, se acordaría de las promesas de Dios, tan bellas, tan reconfortantes… Recordémoslas, leyendo despacio este texto, como un susurro al oído, que recuerda la confianza fundamental de que ‘estamos en buenas manos’y de que ‘yo estaré contigo cada día, cada día…’:
Y mientras tanto, aquella noche en Getsemaní, a Jesús le seguirían resonando los cánticos del Siervo de Isaías, que tanto lo inspiraron para ponerse manos a la obra, con coraje y entrega total, pero también con sencillez. Palabras que hablan de un enamoramiento, de una seducción profunda para servir y trabajar por un mundo mirado y querido con los ojos y el corazón de Dios mismo.
4) El Siervo que conoce nuestros dolores…Resuenan también las palabras que había dicho el profeta Isaías refiriéndose a este misterioso Sirviente, que sería un hombre hecho a los dolores, que conoce la oscuridad humana, que puede compadecer porque ha llegado hasta el más profundo dolor… Es por esta razón que Jesús puede compadecer, puede entender, puede hablarnos al oído en los momentos difíciles de nuestra vida… es por esta razón que nos salva.
Dejo resonar estos textos, que me conectan con los sentimientos más profundos de Jesús aquella noche… 5) Y puedo contemplar también tantos Getsemanís que hay hoy… Puedo tomarme también un rato para seguir contemplando y que la escena me siga ‘tocando’ en lo más profundo, al acompañar no sólo a Jesús en Getsemaní, sino también -ahora desde la oración y en otros momentos desde la vida real- a las personas que pasan como Jesús, la angustia de la soledad, del verse en una calle sin salida, del miedo frente al futuro y la desesperanza. Pongo nombres y rostros concretos a estos Getsemanís de hoy… Y hago un coloquio con el Señor Jesús, “discurriendo por donde se ofreciere”, como dice san Ignacio… un coloquio como el de un amigo con su amigo, cordial, confiado, sin máscaras, sin protecciones… ¿Qué le digo a Jesús? ¿Qué me dice Él a mí? 6) Y todo esto… ¿por qué? Y todo esto no lo hacemos sólo para disfrutar y agradecer esta muestra de amor incondicional y hasta el final por nosotros. No. Todo esto lo hacemos para empaparnos de Jesús, de su amor sin límites por nosotros.Se trata de dejar que pase lo que Albert Peyriguère, desde las montañas de Marruecos, decía a una religiosa a la que acompañaba a través de cartas:
“¡Oh, qué bueno es ser totalmente de Él, no sólo en una protesta general de pertenecerle, sino ser tomado por Él, dejarse tomar por Él, partícula a partícula, pedazo a pedazo, gota de sangre a gota de sangre, cuando nuestra alma y nuestra vida están incesantemente unidas, sin cesar nunca de volver a empezar, en el áspero engranaje de los pequeños deberes cotidianos y de las pequeñas virtudes corrientes!
Sentirse a cada momento ser cosa Suya, tomada por Él, triturada por Él, molida por Él, dolorosamente esculpida por Él, para más acercarse cada vez a Él, a Su semejanza, para pasar a ser Él, para no ser más que uno con Él”.
(A. *Peyriguère, ‘Dejaos tomar por el Cristo’, p. 129)