Jesús Renau. Hoy se fomenta un cierto catastrofismo. La gente empieza a tener miedo de lo que puede pasar. Hay telediarios en los que un tanto por ciento importante comunican sobre lo mal que vamos.

¿A quién favorece esta situación? Evidentemente a los administradores que están haciendo los recortes y están tomando a diario medidas severas y duras en especial para los sectores más débiles de la sociedad: enfermos, jubilados, parados, inmigrantes y pobres. El discurso es bien sencillo: “No nos lo inventamos nosotros, es Europa quien nos lo exige”. A medida que se crea una sensación general sobre el tema, será razonable el sacrificio que se impone. Va cayendo a pedazos la sociedad del bienestar y se va imponiendo el modelo del capitalismo más radical y duro.

Quizás llega la hora de hacer una lectura desde la doctrina social de la Iglesia, demasiado olvidada en estos momentos y rodeada de silencios que parecen de complicidad con lo que está pasando.

El Papa León XIII alertó contra la despreocupación de los gobernantes frente a las masas explotadas por un capitalismo sin moral que imponía unas condiciones y unos salarios inhumanos. Era obligación de los gobiernos velar por estos sectores. ¿Cómo es que ahora la gran factura de los recortes afecta sobre todo a la salud, a los jubilados, a la enseñanza, a los parados? Es decir: enfermos, viejos, niños y jóvenes, parados e inmigrantes, y más mujeres que hombres, que pagan las consecuencias de la crisis. Esto no es justo, y clama al cielo. Estos sectores deberían ser los prioritarios de los gobiernos y los parlamentos.

La doctrina social de la Iglesia repite una y otra vez que no basta con la asistencia caritativa, que por cierto actualmente es bien notable. Esta caridad cristiana hay que hacerla, pero no quita la responsabilidad hacia los sectores empobrecidos que tiene el estado democrático. La doctrina social de la Iglesia habla de las estructuras de pecado, que provocan injusticias a partir de leyes, organismos, tribunales, parlamentos y otras entidades sociales, financieras y políticas.

Mientras la doctrina social de la Iglesia sólo esté escrita en documentos, iremos mal. Hay que pasar de los escritos al debate, del debate a las decisiones y de ellas a la acción. Una acción de denuncia, de anuncio y de propuesta operativa. Entonces es cuando se revitalizan los documentos, toma figura el escrito y se plantea realmente la novedad. Aquella ética fundamentada en la Escritura, la Tradición en el Magisterio, llega a ser buena nueva para transformar la realidad según la justicia que brota de la fe.

Imagen extraida de: joanavieira10a.blogspot.com
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Jesuita. Profesor de Teología Espiritual en el ISCREB. Director Espiritual del seminario interdiocesano. Miembro de Cristianisme i Justícia y del equipo de pastoral del Casal Loiola de Barcelona. Autor de artículos y publicaciones sobre la dimensión social de la espiritualidad y temas educativos.
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