Oscar Mateos. El excelente artículo de Joan Subirats “¿Dickens en la Cataluña del siglo XXI?”, publicado en El País el pasado 4 de septiembre, me ha hecho recordar la existencia de dos libros esenciales en el momento actual. El primero es una obra clásica del siglo XVI, De Subventione Pauperum («El socorro de los pobres»), de Juan Luís Vives. El autor escribe un tratado a los responsables institucionales de su época advirtiendo de la expansión de la pobreza en los nuevos núcleos urbanos europeos que se están consolidando y de la necesidad, por varios motivos, de establecer soluciones institucionales a esta realidad. Por otra parte, Vives establece diferencias entre lo que entiende como la “verdadera pobreza” (aquellas personas que han sido abocadas irremediablemente a un proceso de pauperización: viudas, menores, desempleados, etc.) y la que denomina como la “falsa pobreza” (pilluelos, pícaros, aprovechados de las ayudas y de la caridad).

Una segunda obra, mucho más reciente (de la década de los noventa), es la del fallecido historiador polaco, Bronislaw Geremek, “La piedad y la horca.  Historia de la miseria y la caridad en Europa”. El autor hace un análisis historiográfico de cómo desde las sociedades pre-industriales se ha abordado a nivel social y político el fenómeno de la pobreza. El argumento principal de Geremek es que existe una continuidad histórica constatable que indica como la pobreza ha sido abordada desde un doble discurso: uno que aboga por la necesidad de asistir a los pobres (la piedad), confrontado con otro que ha tendido siempre a criminalizarlos y a  tender un manto de sospecha sobre todos aquellos que dependían o necesitaban algún tipo de subsidio o de ayuda (la horca).

Vives y Geremek señalan aspectos fácilmente detectables en nuestro contexto actual y que, al menos en Cataluña, hemos presenciado con la contrarreforma del PIRMI. Desde el ámbito institucional se ha tratado de distinguir claramente entre una pobreza verdadera (aquellos merecedores de ayuda y asistencia por parte de la administración) y una pobreza falsa, la que encarnan aquellos que se aprovechan de los subsidios y que alimentan una cultura de la dependencia.  Existen al menos dos aspectos problemáticos con este doble discurso: 1) entender la pobreza como una mera patología que hay que solucionar desde la asistencia y la caridad, en lugar de abordarla como un problema político, o como señala Zygmunt Bauman («El tiempo apremia»), como el reflejo de la injusticia estructural de un sistema económico que produce y reproduce la desigualdad social; y 2) la utilización recurrente de la idea de la “pobreza falsa” como una manera de criminalizar a todo un colectivo, generalizando y simplificando una realidad tan compleja (discurso que, por otra parte, sintoniza con las percepciones y estereotipos de una parte de la sociedad).

Es necesario abordar este debate con mayor sensibilidad y seriedad: ofreciendo estadísticas y analizando casos concretos (en el plano de las migraciones, la Red Barcelona Antirumors -www.bcnantirumors.cat- es un buen ejemplo); confiriendo a la pobreza el carácter político que tiene en un contexto de crisis como el actual, y proponiendo soluciones que vayan más allá de la necesidad de erradicar la supuesta cultura de la dependencia y de hacer nuestra administración más efectiva. Ambas cosas, erradicación de la dependencia y efectividad, son importantes, pero no pueden ser tratadas con tanta frivolidad y a costa de personas y realidades tan duras, tan diversas y tan complejas. Si leen a Vives o a Geremek verán que la historia es muchas veces un preocupante bucle en el que los discursos cambian en la forma pero no en el fondo.

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Miembro del área social de CJ. Profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales Blanquerna (Universitat Ramon Llull) y delegado del rector para el impulso de la Agenda 2030. Es miembro de la Junta de Gobierno del Institut Català per la Pau (ICIP) e investigador asociado del CIDOB. Fue el responsable del área social de CJ entre 2010 y 2020.
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