Xavier Garí de Barbarà. Nunca un cargo político tan importante, como el de Presidente de los Estados Unidos, se había convertido en un cargo tan potente para cambiar -para bien, ya sabemos que para mal ha habido muchos ejemplos- en tan pocos meses, la situación del mundo en el contexto de las relaciones internacionales. Ese es el caso de Barack Obama, el cual no seguía precisamente a un antecesor fácil, ni para su persona, ni por su política, ni por la forma en que terminó ganando la segunda presidencia.
Hay que reconocer también que pocas veces se ha superado la capacidad de liderazgo y la electricidad que un líder político ha logrado en tan poco tiempo ante la ciudadanía, incluso mundialmente (recordamos aún atónitos las multitudes en Praga, Berlín, París, Roma, y sus discursos en la campaña electoral, el Congreso, en Egipto, Ghana …); quizá Kennedy es un caso comparable, pero alerta: ya no tanto, quizá, diría yo, Kennedy no llegó a conseguir una escalada tan preponderante como la de Obama, teniendo en cuenta que la complejidad política de uno y otro contexto político es similar.
Pero lo que nunca había pasado es que con menos de un año de gobierno, un presidente haya conseguido una distinción internacional de tan alto nivel como el Premio Nobel y, además, un galardón concedido a los méritos en materia de Paz, que tiene una vinculación directa con la acción política de cualquier gobernante, y más aún con la del jefe de los ejércitos más potentes y armados del mundo. De entrada, por tanto, el Premio Nobel de la Paz, concedido a Obama, sorprende por todas partes …
Esta concesión puede analizarse de dos maneras: una más favorable, y otra no tanto. Esta última es clara: conceder un premio por la acción política de un gobernante que tiene ante sí 4 años de gobierno, o quizás incluso 8, cuando no ha cumplido ni el primero, es iluso, es desproporcionado. Alguien diría, incluso, que es más una trampa a su acción de gobierno de ahora en adelante que un acicate … Quien aún no ha podido demostrar consolidar unos buenos ideales y unas buenas formas, puede que sobrevalorándolo termine abatiéndolo. Y entiendo que el Comité Nobel no debía tener esta prioridad, pero sí estoy convencido de que no ha calculado bien los efectos y los riesgos.
Por otro lado, la concesión del Nobel a Obama puede ser analizada, como de hecho el Jurado aseveró, como una motivación a culminar lo que hasta ahora tanto claramente ha propuesto el mandatario norteamericano. Se trataría, por tanto, de una especie de cerrojo que ayudaría a asegurar o garantizar un poco «por la fuerza», que Obama no se eche atrás, que tenga, en consecuencia, el apoyo moral y la autoridad internacional (que quizás ya tenía, pero ahora con el añadido del Nobel), para no dejar desfallecer el coraje necesario para afrontar los cambios profundos que esperan en el mundo de hoy.
Sea como sea, el tiempo, a la inversa que en el resto de premiados Nobel, nos demostrará si ha sido merecido este galardón para Obama.