Luís Sols. No es difícil hacer un balance de las recientes elecciones europeas: pierde Europa, gana la derecha. Los partidos de derechas ya eran mayoritarios en el Parlamento europeo pero han aumentado su mayoría de manera muy significativa. En cambio, el grupo de los socialistas europeos afronta esta nueva legislatura con mínimos históricos. Pierde Europa y no sólo porque la derecha es hoy menos europeísta que la izquierda. Pierde Europa debido a la descomunal abstención, porque muchos han votado pensando sólo en la política interna, y porque los partidos explícitamente antieuropeistes han experimentado un avance notable.

¿A qué se debe este alejamiento ciudadano del proyecto europeo? La Unión Europea ha creado un ámbito excepcional de prosperidad y ha consolidado el modelo que promueve una mayor calidad de vida, el estado del bienestar. Es también el área de más respeto a los derechos humanos y al medio ambiente. Muchos países luchan desesperadamente por entrar, por qué, entonces, este desinterés de los ciudadanos?

En parte porque se ha perdido la ilusión. La ilusión fundacional para crear un espacio de paz pierde fuerza a medida que los conflictos que asolaron Europa durante siglos quedan cada vez más lejanos. La ilusión para construir una identidad europea que nos dé voz propia en el mundo se difuminó con el fracaso estrepitoso de la Constitución europea. China e India se consolidan como nuevos agentes globales, pero no la Unión Europea.

Europa aparece hoy ante los ciudadanos como un foro confuso de discusiones interminables de las que de vez en cuando emerge una decisión de la cual nadie parece responsable. Si con quince miembros ya era difícil tomar decisiones, con veintisiete es casi una misión imposible. La Constitución europea debía haber superado esta situación ofreciendo unos símbolos comunes y un marco de decisiones eficiente y bien definido. Ahora se percibe la magnitud de ese fracaso. Una Europa atascada no interesa casi a nadie, y una Europa que no interesa casi a nadie, difícilmente se podrá desencallar.

Triunfa el modelo anglosajón de Europa. Hace medio siglo, Francia y Alemania promovían una Europa con una dimensión política y económica. El Reino Unido, poco identificado con Europa, sólo quería una unión aduanera. Fracasó y acabó pidiendo el ingreso en la Comunidad Europea. Pero desde dentro ha conseguido imponer su modelo, con el apoyo de la mayoría de los países ingresados hace poco, interesados en participar en la prosperidad europea, pero no en su proyecto político.

Gana la derecha. La tendencia parece que forma parte de un movimiento de largo plazo. Hace años que todo el mundo la derecha parece que ha conseguido cierta unidad en torno a la deslegitimación de lo público frente a lo que es privado, la defensa de los intereses nacionales, la seguridad y los valores tradicionales. La izquierda, en cambio, parece desconcertada entre el obrerismo tradicional, la defensa del estado del bienestar, la aceptación del mercado, el ecologismo y la maximización de los derechos individuales. Una confusión que aumenta con los populismos latinoamericanos o la tercera vía casi derechista del laborismo inglés. La izquierda paga cara su falta de identidad. Hoy, las victorias de la derecha parecen lo normal y las de la izquierda, lo que es excepcional. La crisis ha certificado el fracaso del modelo ultraliberal. Pero mientras los Estados Unidos de Obama parece que lo han entendido y recuperan el protagonismo del Estado, acercándose al modelo europeo, Europa vota una derecha poco estatalista, pero que promete la defensa a ultranza de los intereses de cada país.

Publicado en «Catalunya Cristiana», el 2 de julio de 2009

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Profesor de historia. Ha sido responsable del área social de Cristianisme i Justícia y asesor de estudios del Síndic de Greuges de Catalunya. Ha publicado con Cristianisme i Justícia: “El Islam: un diálogo necesario” (cuaderno 82, mayo 1998) e “Irak, guerra preventiva?” (cuaderno 117, febrero 2003). Es miembro del equipo de Cristianisme i Justícia.
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