Voces. Por Xavier Albó/La Razón-Bolivia. Hoy, 22 de marzo, en ese nuevo aniversario del asesinato de Lucho Espinal, tan respetado por ambos aymaras, debería hablar de él. Pero Lucho me reprendería si por una falsa “prudencia” no reflexionara sobre la reciente y tan mentada toma de la casa de Víctor Hugo por aymaras que tienen fe en Evo. Soy viejo amigo de Víctor Hugo y espero que nuestras actuales diferencias de enfoque no quiebren esta amistad. Sigo apostando por el proyecto liderado por Evo, y espero que éste considere también mis críticas como constructivas.

Víctor Hugo y quienes le apoyan tienen buenos argumentos legales y también humanos para protestar por la manera que su casa fue tomada y su familia amenazada. Las primeras reacciones de Evo (y de Álvaro) alabando la toma sin matices, creo que habrían podido ser objeto de críticas de Lucho Espinal por razones no sólo jurídicas sino también políticas y mediáticas. Podían dar —y han dado— un buen argumento a la oposición para hacer crecer a uno de sus candidatos; y caían de paso en algo parecido a lo que ellos mismos condenaron, con razón, cuando meses atrás la oposición asaltaba y destrozaba viviendas e instituciones en diversas partes del país. “No se puede tener una doble medida de democracia y de los derechos humanos, una para cuando se gobierna y otra para cuando se está en el llano”, dijo Lucho en su último editorial en Fides, 1978.

El cálculo político pesa también mucho en el agredido. Tiene todo el derecho a tener determinada opción política. Pero tendrá que asumir también el deterioro que con ello sufre su relación con buena parte de su propio pueblo, el chico y el grande. Después de ese episodio Víctor Hugo puede ir ganando prestigio dentro de la oposición y atraer también a indecisos sobre todo urbanos. Pero percibo que la gran mayoría del campo ya le ha puesto cruz y raya y no hay visos de que cambie.

Por parte de Evo y el MAS ha habido un evidente uso político de esa norma andina de expulsar por razones graves (recordemos La nación clandestina, de Jorge Sanjinés). Pero es igualmente político decir que sólo ha sido manipulación política. Miles de aymaras, incluidos parientes cercanos, y otros muchos sectores rurales critican a Víctor Hugo no tanto porque piense distinto sino por su decisión de liderar la campaña pública de oposición a un proyecto en que ellos tanto creen. Cuando en 1993 Víctor Hugo llegó a Vicepresidente fue investido por su gente con una chalina de alpaca y él les pidió que se la quitaran si se sentían que les había traicionado. ¿No será lo que han hecho ahora en su propia comunidad?

Una pizca de chicotazo llegó al rostro inocente del hijo de Víctor Hugo. Mi solidaridad con él, con doña Lidia y los demás familiares agredidos, como la tengo por quienes han sufrido eso y muchísimo más en todo tipo de regímenes políticos, incluidos los muertos de octubre del 2003. Si alguien, hombre o mujer, pretendió herir al muchacho, merece una dura crítica.

¿O se le fue la mano? Ese uso de chicotes, ¿sugiere “intento de asesinato” —como se dijo— o sólo dramatiza el rechazo a quien consideran que los traicionó? En 1994, el vicepresidente Víctor Hugo acompañaba al presidente Goni a Jesús de Machaqa, cuando el jach’a mallku local dijo que ellos llevaban chicote para reclamar si los gobernantes no cumplían las promesas. El forastero Goni se sintió insultado y lo expresó con vehemencia. Pero el aymara Víctor Hugo ni se inmutó. Lo consideró normal. Como en tantas culturas originarias (y hasta en la castellana tradicional), algunos chicotazos son vistos como una sanción moral, no como tortura. Incluso Colombia lo ha avalado hace poco en un fallo constitucional.

Evo y Álvaro tampoco están inmunes, porque aunque la “revolución es una operación quirúrgica” —en frase de Espinal— el poder puede llevar a “entusiasmarse con el bisturí”. En esta ocasión sus propios compañeros del MAS se lo advirtieron y ambos amainaron el tono de su discurso.

En 1978 Lucho Espinal se encontró con quien antes le colaboraba en valiente programa de Tv; pero acababa de pasarse a colaborar a la campaña electoral de Pereda. Le preguntó cómo estaba y el amigo le dijo “como pan que no se vende”. Lucho le miró a los ojos y replicó: “¡Como pan vendido!, dirás”. ¿Qué diría hoy a Víctor Hugo, mirándole a los ojos? ¿Y a Evo? No lo sé. Lo que ciertamente no haría sería quedarse callado. Decía: “la autocensura corrompe y crea colaboracionistas”. Quizás reiteraría: “Toda crítica constructiva admite una respuesta y está llana a recibir una explicación… Ojalá sean útiles y no sirvan sólo para irritar a los amigos”.

Xavier Albó es antropólogo lingüista y jesuíta.

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2 Comentarios

  1. Estoy en total acuerdo con las expresiones de Xavier Albó, los chicotazos que tan malinterpretados son en el oriente boliviano (todo lo que tiene que ver con Evo, lo es), representan castigo moral mas que tortura física y es una manera de restaurar los valores alterados.

  2. Parece que la postmodernidad y su culto a lo relativo, nos ha tocado profundamente. Ningún gesto de violencia debe ser aceptado a título de «guerra santa». El argumento del cambio, sin duda necesario, no puede sustentarse en actitudes maniqueas.

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