La mañana del 2 de septiembre de 2015 el mundo amanecía y veía cómo las portadas de diarios e informativos repetían sin cesar la imagen del cuerpo del pequeño Aylan Kurdi, de tres años, en la orilla de una playa turca.

La fotografía de Nilüfer Demir provocó el brusco despertar de unas redacciones aletargadas que hasta entonces habían obviado, o relegado a un simple breve en medio de la crónica internacional, la crisis de refugiados y refugiadas provocada por una guerra civil en Siria que dura casi cinco años y donde, según The Guardian, el 11,5 por ciento de la población ha muerto o ha resultado herida por el conflicto y más de un 45 por ciento se ha visto obligada a huir del país; y que habían olvidado que la guerra en Afganistán, fruto de la invasión de 2001, aún sigue provocando millones de desplazados: el 27 por ciento de las personas refugiadas que llegan a Europa a través del Mediterráneo, según datos de ACNUR.

“Duele ver como algunas ONG hace muchos años que avisan que la situación era crítica y que, justo ahora, la máquina política y mediática se ha puesto a funcionar para autolegitimarse. Cumbres, portadas, debates, enviados especiales. De cero a cien en tres días. Insoportable, ¿la foto? Insoportable el cinismo”, escribía la periodista Montse Santolino en La Directa el 7 de septiembre de 2015.

“Estamos solo ante el primer capítulo del drama de los refugiados en Europa. Hubo otros capítulos anteriores en Líbano, en Jordania, en Turquía, pero importaron bien poco a nuestros Gobiernos, porque los refugiados seguían estando lejos”, contaba Olga Rodríguez en eldiario.es pocos días después. La dura crítica de la periodista a la pasividad de la Unión Europea y sus Estados en la gestión de la crisis de las personas refugiadas, bien podría aplicarse al tratamiento periodístico del tema.

El “llega tarde” es uno de los reproches más repetidos, por parte tanto de analistas como de ONG, a la cobertura de la crisis de las personas refugiadas por parte de los medios de comunicación. “Durante casi cinco años de guerra, ha costado ver que los grandes diarios o informativos de radio o televisión abrieran con tanto tiempo y protagonismo como lo han hecho con los refugiados y las refugiadas de Siria que pisaban Europa o morían en nuestras costas”, denunciaba David del Campo en el reportaje “Otro periodismo para las nuevas olas migratorias” de Cuadernos de Periodistas.

Este es uno de los aspectos en los que ahonda el informe “Historias en movimiento” de la Ethical Journalism Network (Red de Periodismo Ético, EJN en sus siglas en inglés) que denuncia algunos de los principales errores que están cometiendo los medios en la cobertura de la crisis de las personas refugiadas: “no alertar al mundo sobre la inminente crisis de refugiados sirios en 2014, difundir ampliamente el discurso contra la inmigración de líderes políticos de Estados Unidos y Europa, no proporcionar datos fiables y precisos sobre la crisis de los refugiados, y dejarse llevar por la exageración y el sensacionalismo”.

El periodismo que necesitamos

Frente al periodismo sin retrovisor, carente de contexto, que fabrica información para difundir en 140 caracteres, es el momento de sacar a la luz el periodismo de análisis que no rehúye la complejidad de las situaciones a las que se enfrenta y las aborda en profundidad, teniendo presente el fondo, sus causas y sus consecuencias.

Observatorios de medios como Media.Cat, redes de periodistas y profesionales de la comunicación para el desarrollo como CatalunyaDevReporter o la propia Agencia Catalana de Cooperación, entre otros, han analizado la cobertura mediática de la crisis de las personas refugiadas y han puesto sobre la mesa algunas de las claves para mejorar el tratamiento periodístico.

Más allá de la atención puntual de los medios de comunicación en los momentos de mayor impacto, hay una necesidad evidente (en este y otros muchos temas) de articular un periodismo de largo recorrido que se acerque, analice y explique los conflictos que provocan el desplazamiento de personas entre territorios y que sea capaz de ir más allá de aquellas situaciones que se suceden a las puertas de Europa.

El periodismo peca también de estrechez de miras. Bien es cierto que el éxodo de personas desde Siria a las islas griegas y las mareas de personas a las puertas de las fronteras balcánicas ocupa ahora portadas y tertulias, pero el relato periodístico, tendente a practicar el efecto imitación, no va más allá. Las páginas de internacional amanecen huérfanas de cientos de conflictos enquistados que siguen provocando el exilio de centeneras de personas cada día. Según datos de ACNUR, en 2014 fueron alrededor de 14 millones las personas desplazadas de manera forzosa. África se desangra desde hace años en las guerras de República Democrática del Congo, Malí, Somalia o Sudán, siendo este continente el origen de más de 4,6 millones de personas que buscan refugio[1]; la situación que se vive en los países asiáticos provoca la huida de más de 8,7 millones de personas; y la población refugiada palestina sigue siendo la mayor a nivel mundial, con más de 5 millones de personas desplazadas.

Mujeres, hombres, niñas y niños que huyen de situaciones de conflicto armado y violencia generalizada, pero también de persecuciones que tienen que ver con su raza, religión, opinión política o, dos grandes olvidadas, cuando hablamos de conflicto: por
razón de género u orientación sexual.

Urge romper el horizonte y abrir la mirada a otros conflictos latentes que provocan desplazamientos forzosos de personas. Como también es necesario que el periodismo aborde un cambio de paradigma en la elección de las fuentes que se usan para elaborar los reportajes. Del periodismo de declaraciones, centrado en su mayoría en dar voz a cargos políticos, conviene avanzar a un relato basado en voces de especialistas en la materia, ya sean profesionales de las ONG que se encuentran en el terreno, analistas de relaciones internacionales, activistas de derechos humanos o las propias personas desplazadas. Y eso, en la mayoría de las ocasiones requiere también reforzar y mejorar las condiciones laborales de los profesionales de la comunicación que trabajan en zonas de conflicto. Buena parte de las y los periodistas que han cubierto y cubren las rutas de las refugiadas en Lesbos, Lampedusa o las fronteras de los países de los Balcanes lo hacen como freelances, sin la cobertura de las estructuras de los grandes medios, y en condiciones precarias en más ocasiones de las deseadas. “Se precarizó el reportaje de conflictos hasta el extremo de que haya medios que digan que no quieren trabajar confreelances por el riesgo que corren. No el riesgo personal de los freelances, sino el riesgo para los medios de que puedan incurrir en algún tipo de responsabilidad legal, si el periodista muere”, lamentaba el periodista Javier Espinosa en declaraciones al diario Praza en el momento de recoger el premio José Couso de Libertad de Prensa, compartido con Ricard García Vilanova y Marc Marginedas, también periodistas, y compañeros de cautiverio en Siria, país en el que fueron secuestrados mientras hacían su trabajo.

Otro de los retos de la cobertura pasa por combinar la reflexión con la denuncia para la transformación social, evidenciando que el conflicto que provoca el éxodo de las personas refugiadas no nace de la nada sino que implica toda una serie de dimensiones que tienen que ver con los ámbitos político, económico, etc. La denuncia debe poner el foco en frenar la denominada “retórica del odio”, aquella que fomenta, generalmente desde las esferas de poder, actitudes xenófobas o racistas y que no hace sino generar miedos infundados en la ciudadanía, dificultando el normal desarrollo de las políticas de acogida.

El abordar la crisis de las personas refugiadas requiere de una mirada que vaya más allá de la inmediatez y de una apuesta por el periodismo en profundidad que permita articular unos medios de comunicación capaces de ayudar a las personas a comprender el mundo en que habitan.

***

  1. www.acnur.org/t3/recursos/estadisticas/

[Artículo publicado originalmente en Revista Pueblos/Imagen extraída de la misma publicación]

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Licenciado en Comunicación Audiovisual y postgrado en gestión de la Comunicación (UAB) y en gestión de políticas públicas (UOC). Durante más de una década trabajó en diferentes medios de comunicación (televisión, prensa escrita y radio) así como en departamentos de comunicación de empresas e instituciones. Desde 2015 se dedica a la gestión e implementación de políticas públicas en el ámbito local vinculadas a las transformaciones urbanas y actualmente forma parte del equipo del Pla de Barris de l'Ajuntament de Barcelona. Ha colaborado con diferentes publicaciones con artículos sobre políticas públicas, periodismo, comunicación crítica etc.
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