Mucho se habla en torno a la visita del Papa Francisco a México. Voces encontradas que van desde la preocupación de quién pagará los gastos de tal visita, hasta la superficialidad de los medios más grandes como las televisoras a quienes les interesa más el tequila que pidió el Papa que las denuncias del sistema injusto que mata.

El pontificado del Papa Bergoglio tiene que ver mucho con su nombre: Francisco. Su nombre es pues identitario y programático, más, mucho más que el de cualquier otro Pontífice. Escogió ese nombre por muchas razones. Por ejemplo, por su preocupación por el medio ambiente. Apenas pasados unos días de haber sido electo Papa, el 19 de marzo de 2013, Francisco hizo hincapié en la importancia de “custodiar la naturaleza”. En Evangelii Gaudium, la Carta Apostólica de 2013, Francisco alienta y exhorta al cuidado de los más pobres y de la casa común: “Pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos” (216). Aquí en México hay muchas regiones devastadas por el desmesurado anhelo de tener mucho dinero de algunas personas y empresas que no les importa dañar a veces de modo irreversible a la naturaleza. Por ejemplo la tala de árboles en el sureste para extraer maderas preciosas sin recato ni visión a futuro, la tala de árboles en otras regiones del país donde el narcotráfico arrasa con bosques para obligar a campesinos a sembrar drogas. El Papa viene a este país de aguas contaminadas y donde cada vez más ciudadanos se están organizando para defender el territorio dadas enormes injusticias cometidas por gobiernos, empresarios o miembros del crimen organizado que dañan a la creación.

Francisco de Asís representa el modelo de vida austero, respetuoso con la creación, tan lejano a la actual “cultura del descarte”, culpable de que en unos países se derrochen de forma irresponsable y caprichosa alimentos y recursos naturales; mientras que en otras partes del mundo millones de personas mueren de hambre y tienen nulas posibilidades de desarrollo. Sólo cuidando la naturaleza, advirtió el Papa en aquella ocasión, es posible también “custodiar a la gente, preocuparse por todos, especialmente por los niños, los ancianos, los más frágiles”. El México que visita el Papa ha herido a la hermana tierra; por ejemplo con las minas a cielo abierto que contaminan tierras, aguas y aire y que beneficia económicamente con mucho dinero a empresas -principalmente chinas y canadienses- y empobrece a comunidades enteras.

El nombre tiene que ver con la sencillez. Formado en la Teología del Pueblo, cuando apareció por primera vez en la Plaza de San Pedro, Francisco se presentó no como el Vicario de Cristo, sino como el obispo de Roma e inclinándose pidió la bendición ahora para él. Sus primeras palabras como Papa fueron: “Hermanos y hermanas, buenas noches. Ustedes saben que el deber del cónclave es darle un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo, pero ¡aquí estamos! (…) Y ahora comenzamos este camino, obispo y pueblo”. Pero el Papa viene a visitar un país muchas veces olvidado por sus pastores y mal formado en la fe. Una fe que se ha identificado con el culto en la mayoría de las veces. Cuando Juan Pablo II visitó nuestro país, se hizo de su presencia un espectáculo cargado de sentimentalismo y así vaciado de contenido. Viene a este país donde la vida de muchos políticos y líderes sindicales nada tiene que ver con el servicio, la austeridad ni la sencillez. Al contrario. En México los políticos viven despilfarrando dinero que en mucho es mal habido. Contrastando con la sencillez del Papa, muchos pastores de este país también viven en el lujo, la opulencia y el despilfarro, alejados de la realidad dramática de millones de pobres.

El Papa, también desde el inicio de su pontificado, marcó la ruta de su trabajo pastoral para conducir a la mayor Iglesia cristiana del Mundo. Los pobres y todas las periferias las ha llevado al centro de la atención pastoral. Tal vez esto hace su discurso con una carga de profundidad que nadie puede evadir. Porque cuando el Papa dice que quiere una Iglesia pobre y para los pobres, lo dice como un pobre. Viene precisamente a un país con pobreza y desigualdad tan dolorosa como injusta y descarada. En México hay 63.8 millones de personas con un ingreso insuficiente para cubrir sus necesidades básicas. Es poco más de la mitad de la población (53.3%). Son 3 millones de personas más en pobreza que hace dos años. Entre ellas, hay 24.6 millones de personas, uno de cada cinco mexicanos (20.6%), sin ingreso suficiente para comer. Son 1 millón de personas en pobreza extrema por ingresos más que en 2012. Con ello, la desigualdad entre los que tienen mucho, que son pocos, y los muchos que tienen poco es abismal. Todo esto está aderezado con la corrupción e impunidad que no sólo daña a la sociedad y a muchas personas, sino que van afianzando estructuras de pecado cada vez más consolidadas.

Su nueva narrativa se teje con gestos: usa muceta blanca y no roja, zapatos normales y hasta desgastados, los mismos que caminaron por los barrios de Buenos Aires y su subterráneo; vive en un apartamento pequeño, en Santa Marta, y no en los palacios pontificios; celebra Misa con los trabajadores más sencillos del Vaticano y reza conmovido por la cocinera que ha fallecido; abraza y besa a niños y enfermos; detiene su auto en la carretera para saludar a personas con discapacidad o meterse en la lluvia con la gente en Filipinas; es el que hace lío con los jóvenes y conmueve hasta las lágrimas y la renuncia al Presidente del Congreso de los Estados Unidos. Esta narrativa logra reconciliaciones: el Papa Bergoglio es artífice, sin lugar a dudas, de la caída del “muro del Caribe”. Precisamente viene a un país donde se discrimina en muchos sectores de la sociedad. Se discrimina al pobre, al indígena, a la mujer, a los homosexuales, a los que tiene diferentes creencias respecto de las mayorías. Se discrimina también por condición racial. Pero Bergoglio apuesta por el diálogo, en eso tendremos mucho que aprender. Por ejemplo para incluir el Papa ha hecho cosas muy significativas. Asumiendo que el verdadero poder es el servicio, en el lavatorio del Jueves Santo del año 2013, cuando lavó los pies de jóvenes reclusos entre los que estaba una chica y algunos musulmanes. Recientemente ha establecido la inclusión de mujeres en el lavatorio de pies.

El Papa estará en México en los próximos días. Dijo recientemente desde Roma: “Voy a buscar a México, no como un rey mago cargado de cosas (…)  voy como un peregrino, voy a buscar en el pueblo mexicano que me den algo”. Pero viene a una casa dividida. Este México bárbaro, donde miles de hermanas y hermanos nuestros han desparecido o han sido asesinados sistemáticamente. Este México no puede ser maquillado, no por lo menos para el Papa que como buen jesuita sabe que entender el contexto le facilitará su labor pastoral. Va a poner todas las periferias al centro.

Francisco viene y se irá. La responsabilidad de mejorar la vida es nuestra.

[Imagen extraída de: Raíces al Aire]

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Amarillo esperanza
Anuario 2023

Después de la muy buena acogida del año anterior, vuelve el anuario de Cristianisme i Justícia.

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Especialista en Doctrina Social de la Iglesia, es Académico investigador de IMDOSOC, coordina la Maestría en Pensamiento Social Cristiano de la Universidad Católica Lumen Gentium, profesor en la UIC y en la UCLG; ha sido invitado en la Universidad Antonianum de Roma en su curso anual sobre cuidado de la casa común y migración. Participa en los grupos de investigación sobre Fratelli Tutti de la división de Ciencias religiosas de la UIA de la Ciudad de México y en el equipo de investigación “Futuro del trabajo y cuidado de la casa común” de CLACSO; su más reciente publicación es la obra colaborativa En camino con los migrantes y refugiados, editado por PPC en 2020. Participa como miembro asesor en la RED CLAMOR de CELAM sobre migración, refugio y trata de personas.
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