Jesús RenauEstos últimos años ha ido creciendo la estadística sobre el número de niños que pasan hambre en nuestro país. Esta es una herida importante de nuestra sociedad, que les afecta a ellos y a mucha más gente: padres, hermanos, familiares y educadores. No les hace ninguna gracia que sus hijos o alumnos pasen hambre. Es un dolor escondido a medias, un sufrimiento de mucha gente y un gran escándalo social.

Sí, es un notable escándalo social; aún más: una vergüenza que debería afectar a todos los ciudadanos, porque por otro lado constatamos que vivimos en medio de un notable lujo, que tenemos tiendas entre las mejores de Europa y los costes del nivel de vida de una parte importante de los ciudadanos van subiendo. Aumenta de forma escandalosa la distancia entre los más ricos y los más pobres. Cada vez se hace más abismal.

No vale el recurso a las obras e instituciones de caridad, comedores populares, ayudas de todo tipo, bancos de alimentos. Todas estas instituciones y servicios, muchos de ellos de iniciativa social y otros administrativa, son como unos bomberos que acuden a apagar el fuego. Su misión es loable y son necesarios en los momentos que vivimos. Pero lo que importa no es apagar el fuego, sino que no haya fuego.

Comer bien es un derecho humano. Que un niño coma bien es un doble derecho humano, el derecho de la persona y el derecho que tiene por ser niño o niña. Cuando pasan hambre es un flagrante delito de toda la sociedad, y en especial de los responsables sociales y políticos.

Este hambre infantil y todo lo que supone para los familiares y educadores muestra el fracaso de nuestro sistema liberal capitalista. También el de los gobiernos y responsables del sistema fiscal y de la administración social. Como ha dicho el Papa Francisco, hasta ahora no se ha demostrado en la práctica que el sistema liberal capitalista sea capaz, con la creación de riqueza mediante los estímulos subjetivistas y el afán del dinero, de solucionar los grandes problemas básicos de la humanidad. Es cierto. Parece mentira que haya dinero para armamento, para viajes planetarios, para fiestas nacionales, para inyectar créditos en la gran banca, y todavía más dinero escondido en los paraísos fiscales, otro dinero fruto de la corrupción etc., y no lo haya para alimentar a todos los niños.

Sencillamente, el problema es que no se quiere solucionar el problema. Se encienden los fuegos, y que las entidades caritativas acudan a apagarlos. Mientras tanto, las grandes fortunas van aumentando sus ganancias y a los más pequeños e indefensos les falta un plato caliente en su mesa.

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Imagen extraída de: eldiario.es

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Jesuita. Profesor de Teología Espiritual en el ISCREB. Director Espiritual del seminario interdiocesano. Miembro de Cristianisme i Justícia y del equipo de pastoral del Casal Loiola de Barcelona. Autor de artículos y publicaciones sobre la dimensión social de la espiritualidad y temas educativos.
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