Cristianisme i Justícia. El próximo lunes 13 de octubre tendrá lugar la inauguración del curso de Cristianisme i Justícia con la conferencia ofrecida por Andrés Torres Queiruga: «La autonomía del mundo: ¿Cómo seguir creyendo desde un cultura que no necesita a Dios?». Por este motivo hemos querido recuperar uno de sus muchos artículos condensados por la revista Selecciones de Teología. En «La imagen de Dios en la nueva situación cultural» presenta el autor las condiciones que en nuestra condición cultural hacen creíble cualquier lenguaje sobre Dios. Se trata de un buen resumen de las posturas que Torres Queiruga ha venido defendiendo en los actuales foros teológicos.

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Andrés Torres Queiruga. “¿Cómo puede usted repetir ‘Dios’ una y otra vez? ¿Cómo puede esperar que sus lectores tomarán la palabra en el sentido que usted quiere que sea tomada? Lo que usted quiere decir con el nombre de Dios es algo por encima de todo alcance y comprensión humanas, pero hablar de él le hizo a usted descender al plano de la conceptualización humana. ¡Qué otra palabra del habla humana ha sufrido tantos abusos, ha sido tan corrompida, tan profanada! ¡Cuánta sangre inocente derramada por ella a despecho de todo su esplendor! ¡Cuánta injusticia cubierta con ella borrando sus trazos santos! Cuando oigo llamar ‘Dios’ a lo más elevado, me parece casi una blasfemia”.

Con estas palabras que responden a una conversación real en 1932, explicaba de algún modo el filósofo judío Martin Buber “el eclipse de Dios” en nuestro tiempo. Proceso que no hizo más que afirmarse en los últimos años. De ahí la importancia, la urgencia de revisar nuestros conceptos, nuestro lenguaje para aludir a ese Misterio siempre presente en sí mismo, pero siempre cambiante en el discurrir de la historia humana, irremediablemente expuesto a eclipses, deformaciones, manipulaciones, perversiones… Las ideas que expongo, para muchos lectores ya de sobras conocidas, quieren ser una síntesis mínimamente purificadora e iluminadora que ayude a repensar y a reformular viejos tópicos, y, sobre todo, a aprovechar un poco más la luz y el calor que nos llegan incansables desde el abismo de amor de esta presencia.

Buber, después de reconocer que, efectivamente, esa palabra “es la más sobrecargada de todas las palabras humanas” y que “ninguna ha sido tan envilecida, tan mutilada”, manifiesta: “Precisamente por esa razón no puedo abandonarla”. Y concluye su impresionante alegación: “No podemos limpiar la palabra Dios y no podemos devolverle su integridad; sin embargo, profanada y mutilada como está, podemos levantarla del polvo y sacarla de una hora de gran desánimo”

La tarea no es fácil y la ambigüedad se adhiere a esa palabra como una lapa, suscitando inquietud y discusión, adhesión y recelo; promoviendo las iniciativas más generosas y siendo utilizada para los crímenes más abyectos. Desde la entrada de la modernidad, las pruebas con que se intenta fundar intelectualmente la existencia de Aquel a quien remiten fueron cuestionadas y los conceptos con los que se busca expresar la profundidad de su misterio resultan muchas veces obsoletos. Con el proceso secularizador se llegó a hablar desde el interior de la teología y de las iglesias de la “muerte de Dios”, recogiendo así una expresión a su vez ambigua, de origen profundamente cristiano en Lutero, con ambigua profundidad conceptual en Hegel y con furia anticristiana en Nietzsche.

En estas circunstancias, de la discusión teórica cabe esperar poco, y tal vez sea preciso esperar a que las aguas de la historia cultural se vayan reposando, para empezar a establecer un diálogo verdaderamente sereno y esclarecedor. En él deberá entrar la visión de Dios en las distintas religiones y también participar la historia y la fenomenología de la religión, así como la larga lista de las tradiciones filosóficas que, con los nombres de “Teología Natural”, “Filosofía Teológica”, “Filosofía de la Religión”, se enfrentaron y enfrentan con este formidable problema.

Es mejor centrarse en la visión cristiana de Dios, presente en nuestra cultura y configurando nuestra arte y nuestro paisaje. Frente a esta visión se toman distintas opciones y se adoptan diferentes posturas. Intentar una revisión crítica que, manteniéndose fiel a la tradición originaria, no esquive ni las objeciones reales ni las irrenunciables preguntas de nuestro tiempo, puede constituir un buen servicio, tanto para el creyente como para el no creyente. Para el primero, porque puede calibrar mejor el sentido y la trascendencia de su apuesta. Para el segundo, porque tiene ocasión de medirse no con tópicos obsoletos de un fantasma (pre)medieval, sino con la visión actual de sus contemporáneos, que, unidos en una idéntica búsqueda de una mejor interpretación de lo humano, creen hallarla por un camino distinto.

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Puedes leer el artículo entero en el número 170 de selecciones de teología aquí.

 

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Andrés Torres Queiruga

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