Reconciliar. Qué palabra tan bonita. La primera acepción del diccionario de la RAE la define así: “Volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos”. La cuarta añade: “Bendecir un lugar sagrado, por haber sido violado”. Y, ciertamente, en los tiempos que corren el “lugar sagrado” del encuentro y el diálogo se ha profanado hasta dejarlo hecho añicos.

Son muchos los campos de trabajo y los retos que se presentan ante nuestros ojos en este sentido y que no se centran únicamente, como suele pensarse, en conflictos armados o en el ejercicio de la violencia física directa. Así, por ejemplo, en nuestro día a día, podemos encontrar ámbitos concretos donde intervenir y donde otros tipos de violencias (simbólica, verbal, psicológica, económica…) campan a sus anchas como las redes sociales, el trabajo, la familia o la escuela.

Vicent Martínez Guzmán, director honorífico de la Cátedra UNESCO de Filosofía para la paz de la Universitat Jaume I de Castellón, amigo y maestro, me ha enseñado mucho en los últimos años sobre su filosofía y cultura para “hacer las paces”. Hace 10 años, invitado a Sevilla por la Red Andaluza “Escuela: Espacio de Paz”, explicaba así esta perspectiva: “desde el punto de vista interpersonal, tratarnos con cariño y ternura; desde el punto de vista institucional, promover formas de gobernanza basadas en la justicia, la promoción de la democracia y la búsqueda de nuevas formas de gobernabilidad local y global”.

En la reflexión sobre qué significa reconciliar es necesario recuperar la vinculación entre reconciliación y justicia global y que esta reconciliación sea realmente liberadora. Así lo expresa de forma excelente Elías López Pérez en su artículo “La liberación desde la reconciliación”: “La reconciliación como restablecimiento de las relaciones justas se compromete en los cambios estructurales, y va a la raíz de la violencia y de las causas de la injusticia, como condición absolutamente necesaria en los procesos de reconciliación”.

Escribo sobre estas ideas como catalana y desde Barcelona, desde mis conocimientos situados, -como diría Donna Haraway-, mirando con más sospecha que esperanza al gobierno del Estado y al de la Generalitat, en un momento de mi vida en el que estoy reflexionando intensamente sobre la necesidad de acuerparnos y de poner la ética del cuidado en el centro de nuestras prácticas diarias, también de la práctica política.

Estoy convencida de que solo así, desde el reconocimiento del otro y de la otra, desde el afecto y la ternura, lograremos promover cambios sociales sustanciales, porque como decía nuestro añorado Eduardo Galeano, necesitamos “gente sentipensante, que no separa la razón del corazón, que siente y piensa a la vez, sin divorciar la cabeza del cuerpo, ni la emoción de la razón”. Solo desde ahí se pueden abordar los conflictos. Solo sentipensando podremos empezar a construir sociedades habitables y vidas dignas de ser vividas.

[Este artículo se publicó originalmente en El Periódico/Imagen extraída de Pixabay]

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Amarillo esperanza
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Investigadora, docente y crítica audiovisual. Doctora en Comunicación Audiovisual y Publicidad. Responsable del Área Social y editora del blog de Cristianisme i Justícia. Está especializada en educomunicación, periodismo de paz y estudios feministas y es miembro de varias organizaciones y asociaciones defensoras de Derechos Humanos vinculadas al feminismo, los medios de comunicación y la cultura de paz. En (de)construcción permanente. Madre.
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