Juan Pablo Espinosa ArceLos hijos de la Iglesia chilena estamos atravesando por una crisis. Las graves situaciones de abuso de poder y sexual de algunos ministros y laicos sobre otros creyentes es una herida que está muy presente en medio nuestro. En estas semanas, el papa Francisco ha enviado una carta a las comunidades cristianas de Chile en donde reconoce con dolor las situaciones que han estado ocurriendo y, frente a ellas, ha tomado dos opciones concretas: la primera, reunirse en Roma con las víctimas del sacerdote Fernando Karadima, Juan Carlos Cruz, James Hamilton y Juan Andrés Murillo. Y la segunda será un encuentro del Obispo de Roma con todos los obispos chilenos. Este encuentro ha causado interés tanto dentro como fuera de la Iglesia. Es a partir de esta crisis –cambio, decisión, oportunidad de cambio/eso es crisis (krineo)– que queremos pensar algunas reflexiones.

El título de nuestra propuesta lo hemos tomado prestado del teólogo suizo Hans Urs Von Balthasar, uno de los teólogos más importantes de la segunda mitad del siglo XX[1]. En medio de la esperanza de purificación a la que estamos llamados como comunidad creyente, una comunidad adulta en su fe –y que no se deja infantilizar– considero que algunas de las pistas de Balthasar sobre este despojo de la Iglesia nos pueden iluminar en la reflexión. Asumo, por lo tanto, que la reflexión y formación en torno a temas teológicos, eclesiales y pastorales, pero ante todo humanos, constituye un deber para las mismas comunidades. Si queremos seguir el consejo del apóstol Pedro de “dar razón de la esperanza que hay en nosotros” (1 Pe 3,15), es bueno volver sobre estos maestros que, leyendo la Palabra de Dios y sintiéndose parte de una gran tradición eclesial, fueron capaces de dar razón de la fe en sus contextos particulares. Hoy, nos corresponde a nosotros animar nuestra vida cristiana a la luz de la Palabra y de la tradición de la Iglesia, del Magisterio y de la vida pastoral cotidiana. Sólo desde estas experiencias podremos seguir asumiendo nuestro protagonismo, corresponsabilidad y sentido comunitario que, siendo inherente al cristianismo, hemos de repensar y reformular continuamente.

No es que la Iglesia sea Dios: kénosis en sentido impropio

Cuando hablamos de kénosis, vinculamos este concepto a la realidad cristológica por la cual el Verbo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, el Hijo, no codiciando su ser Dios se hizo verdadero hombre, esclavo y siervo, servicio manifestado en la muerte de cruz (Cf. Filipenses 2,6-11). Kénosis es una palabra griega que significa “despojo”, “vaciamiento”, “abajamiento”. Sólo el Hijo de Dios, por ser Dios y por ser preexistente puede pasar por la kénosis. Por ello Balthasar argumenta que “el paso de la kénosis propiamente dicha le corresponde sólo a Cristo como Hijo de Dios” (p.108), y por ello es que hablará de una kénosis en el sentido impropio.

Pero ¿de qué kénosis eclesial hablamos? ¿es posible que la Iglesia se kenotice? Para Balthasar la kénosis en un sentido impropio, que en este caso es la kénosis eclesial acontece cuando la Iglesia es capaz –de manera libre, pero sostenida por la gracia de Dios que da sentido a esa opción libre– presentarse como esclava, servidora, donadora. El despojo de la Iglesia, su vaciamiento –podríamos nosotros aventurar su condición de Iglesia en salida, peregrina, vulnerable, humana, pecadora como tantas veces lo ha recordado el Magisterio reciente y el papa Francisco– debe realizarse desde la lógica de la kénosis de quien es su Cabeza y Esposo. Esto, para Balthasar, es ante todo un camino de imitación y obediencia. La palabra obediencia está vinculada con “escucha”. La Iglesia, por lo tanto, debe aprender a escuchar, pero a escuchar de verdad. No podemos seguir presentándonos como una Iglesia con “sordera crónica” ni con “miopía”. Hemos de aprender a ver y a escuchar como los discípulos a los que el Señor mañana tras mañana despierta para poner atención (Cf. Is 50,4). Por ahí pasa la kénosis: por hacer silencio y escuchar. Por despojarme de ideas y asumir las otras ideas y relatos de vida de los que conforman nuestras comunidades eclesiales. Esto es, en definitiva, el sentido más auténtico de la Iglesia como Pueblo de Dios, con carismas y expresiones distintas en las que se narra creativamente la acción del Dios que en Jesús se hace parte del género humano, desde abajo y desde adentro.

Una kénosis impropia en sintonía al Espíritu

Un segundo aspecto a rescatar de la propuesta de Balthasar es la consideración que el teólogo suizo tiene cuando reconoce que la kénosis pasa necesariamente por la acción del Espíritu. Nos dice: “en todos los aspectos particulares debe estar moldeada por las inspiraciones del Espíritu Santo. Éstas, sin embargo, no le han de llegar del exterior, sino que han de salir de su propia libertad e imaginación, del mismo modo que la inspiración viene precisamente al mismo tiempo de arriba y del interior” (Balthasar, ¿Kénosis de la Iglesia?, p.110).

¡Cuánta carga pneumatológica se esconde en las palabras del teólogo! ¡Cuanta invitación a dar más espacio al Espíritu en la misión de la Iglesia! Sólo desde el Espíritu del Resucitado que le dice a la novia-Iglesia “VEN” (Cf. Ap 22,17) podremos cruzar el tiempo de la tormenta y reconocer cómo la voz del Kyrios nos grita: “NO TENGAN MIEDO. SOY YO” (Mt 14,27). Creo que la crisis en la que estamos inmersos y de la cual confiamos podremos salir purificados, es una crisis donde el Espíritu ha sido desoído. Falta que como Iglesia asumamos una espiritualidad de la kénosis, una forma de seguimiento –eso es espiritualidad– del Cristo que no hizo alarde de la divinidad y quiso compartir nuestro suelo. Si como Iglesia queremos ser realmente Esposa de Cristo, hemos de seguir los pasos del Señor que se hizo hermano nuestro por la Encarnación. Como nos invita Francisco en Evangelii Gaudium es necesario vivir una misión que se encarne en los márgenes culturales y humanos (Cf. EG 40). En palabras de Francisco: “Nunca se encierra (la Iglesia), nunca se repliega en sus seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva. Sabe que él mismo tiene que crecer (el creyente, los creyentes) en la comprensión del Evangelio y en el discernimiento de los senderos del Espíritu y entonces no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino” (EG 45).

A nuestro entender, estas palabras de Francisco son las que definen “plásticamente” la kénosis como experiencia de libertad: primero, no se encierra. Cristo no codició su ser Dios. La Iglesia, que no es Dios, tampoco debe encerrarse en sus “palacios de invierno”. Debe ser Iglesia en salida peregrina y misionera. De aquí aparece consecuentemente el no hacerse rígida sino ser Madre de corazón abierto donde todos los hijos tienen sitio. Y porque ha asumido su maternidad debe aprender a comprender el Evangelio y debe discernir la voz del Espíritu, por ejemplo, en los signos de los tiempos. Y, por todo la Iglesia, que se kenotiza en el sentido impropio, ha de mancharse con el barro. Solo conociendo verdaderamente el barro de la historia, la Iglesia podrá conocer la purificación. No se purifica al limpio. El sano no necesita médico. Sólo el enfermo, el que conscientemente sabe que está “embarrado” y que la ha “embarrado”[2] requiere la purificación. A ella anhelamos y por ella pedimos.

Sólo desde la búsqueda de la verdad, la reconciliación, la reparación y la libertad, podremos asumir la kénosis y el despojo originario del Verbo. Finalmente, y como sostiene Balthasar, “es únicamente el Hijo anonadado de Dios el que quiere, inspirado por el Espíritu del Padre, que su Iglesia se asemeje a sí mismo de esta manera, de forma que su acto kenótico individual y libre se perpetúe en la forma institucional de la Iglesia” (p.112).

***

[1] Hans Urs Von Balthasar, “¿Kénosis de la Iglesia?”, en Ensayos teológicos IV (Cristiandad-Encuentro, Madrid 2008), 103-113.

[2] “Chilenismo”: haberse equivocado.

Kénosis

Imagen extraída de: Pixabay

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Juan Pablo Espinosa Arce
Chileno. Laico. Profesor de Religión y Filosofía. Magíster en Teología Fundamental. Diplomado en Docencia Universitaria. Académico Instructor Adjunto en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Académico de la Universidad Alberto Hurtado (perteneciente a la Compañía de Jesús). Imparte cátedras de Teología Fundamental, Antropología Teológica e Introducción a la lectura de la Biblia. Sus áreas de interés y trabajo investigativo y divulgativo son: la Antropología Teológica, el lugar de la mística en la vida humana y la teología de la Resurrección.
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