José EizaguirreLa cita del miércoles de la VI Semana de Pascua es del discurso de Pablo en el areópago de Atenas, unas palabras preparadísimas para captar la benevolencia de un auditorio exigente:

«Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: “Atenienses, veo que sois casi nimios en lo que toca a religión. Porque, paseándome por ahí y fijándome en vuestros monumentos sagrados, me encontré un altar con esta inscripción: ‘Al Dios desconocido’. Pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo. El Dios que hizo el mundo y lo que contiene, él es Señor de cielo y tierra y no habita en templos construidos por hombres, ni lo sirven manos humanas; como si necesitara de alguien, él que a todos da la vida y el aliento, y todo. De un solo hombre sacó todo el género humano para que habitara la tierra entera, determinando las épocas de su historia y las fronteras de sus territorios. Quería que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos; así lo dicen incluso algunos de vuestros poetas: ‘Somos estirpe suya’. Por tanto, si somos estirpe de Dios, no podemos pensar que la divinidad se parezca a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre. Dios pasa por alto esos tiempos de la ignorancia, pero ahora anuncia a todos los hombres y en todas partes que se conviertan”» (Hch 17, 22-30).

Sé que es sacar de contexto la frase, pero me parece sugerente hacerlo. Venimos de tiempos de ignorancia. ¿Qué es lo que ignorábamos? Entre otras cosas, no sabíamos que detrás de los productos que consumimos hubiera tanto dolor. No éramos conscientes de que con la ropa que vestimos, los productos de limpieza y aseo que utilizamos, la comida con la que nos alimentamos… estamos contribuyendo al sufrimiento de muchas personas, de otras criaturas y de nuestra hermana madre tierra.

Es así. El sistema de producción y consumo en el que estamos inmersos está basado en un principio que parece ser el único criterio: el máximo beneficio económico, tanto para las empresas productoras y comercializadoras como para los consumidores. Y ya sabemos que eso supone recortar al máximo los costes monetarios de producción. Y eso está causando enormes sufrimientos, incluso muertes, en personas y en el medio ambiente. Vayan algunos ejemplos rápidos:

–   Detrás de la ropa de algodón que vestimos, normalmente hay un taller, por ejemplo en Bangladesh, China o Camboya, donde se trabaja mucho en condiciones muy duras e inseguras, por muy poco dinero. Un algodón cultivado con muchísima agua, pesticidas y fertilizantes químicos, que contribuyen a la degradación de los suelos y a la desertificación.

–   Detrás de la carne que comemos, si es de producción industrial, encontramos animales hacinados, sin apenas poderse mover en toda su vida, en condiciones muy lejanas a lo que debería ser su vida natural, inflados de antibióticos y hormonas de crecimiento, alimentados con piensos elaborados con una soja transgénica que está causando destrozos sociales y medioambientales en Brasil, Argentina y Paraguay.

–   Detrás de los productos de limpieza y aseo con que limpiamos nuestros cuerpos, ropa y viviendas, casi siempre encontramos decenas de ingredientes desconocidos, que acaban mezclándose en las redes de alcantarillado, ríos, acuíferos y océanos. Y, casi siempre, uno de esos ingredientes tiene que ver con el aceite de palma, responsable de tremendos daños a algunos ecosistemas.

–   Detrás de los medios de transporte que utilizamos, si se mueven con petróleo, frecuentemente encontramos corrupción, guerras, inestabilidad social y degradación medioambiental.

Es así. Nuestro estilo de vida, nuestro bienestar, se apoya sobre mucho dolor ajeno. Ahora ya lo sabemos. No ha sido maldad, no somos malas personas, pero por ignorancia hemos estado contribuyendo hasta ahora al sufrimiento del mundo. No hemos sido conscientes de lo que estábamos provocando. De acuerdo. Dios pasa por alto esos tiempos de ignorancia. Pero ahora que lo sabemos, tenemos dos opciones:

–   Hacer como que no lo sabemos y seguir viviendo igual.

–   O, si de verdad creemos lo que sabemos, entonces se nos pide –a todos y en todas partes– que nos convirtamos.

La disyuntiva es real. Muchas personas prefieren seguir viviendo en la ignorancia. “Si pienso en estas cosas, me deprimo, porque no puedo hacer nada. Por tanto, prefiero no saberlo”. Pero hay otras que no pueden quedarse igual, que buscan confirmar eso que saben, que intentan seguir el rastro de las consecuencias de su estilo de vida, que se hacen preguntas aunque no encuentren respuestas, que se juntan con otras personas con inquietudes parecidas para apoyarse mutuamente, que identifican ámbitos posibles de cambio y se proponen metas. En definitiva, que se ponen en actitud de conversión en este terreno de los estilos de vida. “Conversión integral” y “conversión ecológica” en palabras del papa Francisco. Aunque no podamos hacer gran cosa (y podemos hacer más de lo que creemos), el hecho de adentrarse en este camino ya es una contribución importante, como mínimo, para intentar vivir en coherencia con nuestros propios valores. Aunque otros todavía no den muestras de conversión y, como a Pablo en el areópago, se nos ignore y despida con fingida cortesía: “de esto te oiremos hablar otro día”.

V&A_-_Raphael,_St_Paul_Preaching_in_Athens_(1515)

Imagen extraída de: Wikipedia

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Amarillo esperanza
Anuario 2023

Después de la muy buena acogida del año anterior, vuelve el anuario de Cristianisme i Justícia.

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Es autor de libros, artículos, conferencias y cursos sobre ecología, consumo, espiritualidad y estilos de vida alternativos. Autor del del cuaderno Al que tiene se le dará; al que no tiene se le quitará (Colección virtual CJ nº 3). Participa en la iniciativa “Biotropía. Estilos de vida en conversión” y en el grupo “Cristianismo y Ecología”. Vive con su mujer en Cañicosa, un pequeño pueblo de Segovia. Juntos animan un centro comunitario de ecología, espiritualidad y acogida con el nombre de Tierra Habitada.
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