Jaime Tatay. [Ecojesuit] No es casualidad que el Papa Francisco esté en África mientras los líderes mundiales se reúnen en París para la COP21. De hecho la coincidencia de fechas es parte de una elaborada estrategia vaticana para acelerar las transformaciones que la lucha contra el cambio climático requiere – y en la que la encíclica Laudato si’ (LS) ha jugado un papel clave. En la antesala de la Cumbre del Clima, Francisco ha querido ofrecer una visión desde el Sur, donde las consecuencias del calentamiento global y otros muchos problemas sociales y ambientales ya están afectando las vidas de millones de personas.

Dicho de otro modo, el Obispo de Roma quiere poner en el centro del debate medioambiental, como siempre ha hecho la Iglesia, la cuestión de la justicia social. Pero, ¿escucharán su mensaje los jefes de estado reunidos en París?

La miopía y los intereses nacionales que condujeron al estrepitoso fracaso de la Conferencia de Cambio Climático de Copenhagen (COP15)  en 2009 es algo que no podemos permitirnos. “Sería triste y me atrevo a decir, hasta catastrófico, que los intereses particulares prevalezcan sobre el bien común y lleven a manipular la información para proteger sus proyectos,” dijo Francisco hace pocos días en la sede de las Naciones Unidas en Nairobi.

La estrecha relación entre la protección de la naturaleza y la construcción de un orden social justo es algo que Francisco ha subrayado desde el inicio de su pontificado: “El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad” (LS 25). Nuestra respuesta a este reto “necesita incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados” (LS 93) y evitar también “el abuso y destrucción del medio ambiente, que van acompañados por un imparable proceso de exclusión.” (Discurso del Santo Padre a la organización de las Naciones Unidas, 25 de septiembre de 2015).

Si bien es cierto que las conexiones entre los problemas sociales y medioambientales son globales, hay algunas cuestiones que son especialmente acuciantes en contextos locales – por ejemplo la caza furtiva, los refugiados ambientales o la acelerada urbanización. Estos tres retos –denunciados por Francisco en Nairobi– son complejos problemas socio-ambientales especialmente acuciantes para los africanos.

Respecto al primero, afirmó: “El comercio ilegal de diamantes y piedras preciosas, de metales raros o de alto valor estratégico, de maderas y material biológico, y de productos animales, como el caso del tráfico de marfil y la consecuente matanza de elefantes, alimenta la inestabilidad política, el crimen organizado y el terrorismo.”

El otro fenómeno que afecta a la mayoría de naciones africanas es el desplazamiento de poblaciones debido al acaparamiento de tierras, la desertificación y el conflicto armado: “Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna” (LS 25).

El tercer problema observado en África –y en la mayor parte del Sur Global– es el rápido, y a menudo caótico, proceso de urbanización. Un fenómeno “desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres para vivir” (LS 44). Una insalubridad de la que fue testigo como Obispo de Buenos Aires y en la que es habitual “el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, la pérdida de identidad” (LS 46).

Ante la gran complejidad de estos retos, Francisco se dirige a los reunidos en la COP21 y les interpela diciendo: “Esta situación es un grito que viene de la humanidad y de la Tierra misma, uno que tiene que ser escuchado por la comunidad internacional.”

¿Escucharán sus palabras los líderes políticos reunidos en París? ¿Escucharan el grito de la Tierra y el grito de los pobres que se alza desde el Sur?

El texto completo del discurso del Papa Francisco en la sede de la ONU en Nairobi, Kenia, el 26 de noviembre de 2015, puede ser descargado aquí.

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Imagen extraída de: Ecojesuit

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Jaime Tatay
Jesuita. Ingeniero de Montes y doctor en Teología. Es profesor en la Universidad Pontificia Comillas (2017) donde enseña Ecología, Ética y Doctrina Social de la Iglesia. Es también director de la revista Razón y Fe y miembro del equipo Ecojesuit. Colabora en el equipo de Cristianisme i Justícia, participando en el grupo de Ética y sostenibilidad.
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1 COMENTARIO

  1. En un comentario precedente a propósito de un artículo de CiJ sobre la Laudato Si expuse, a modo de resumen, un texto de Edward O. Wilson, donde se invitaba a los líderes religiosos a aportar su fuerza moral en la batalla contra el calentamiento global. En ese marco situaba yo la encíclica. Una encíclica cuya apelación a una ecología integral debe haber dejado avergonzados a los biólogos expertos en ecología porque la implicación del hombre en los ecosistemas y en la biodiversidad es reconocida desde la fundación de la disciplina, sin apelar a calificativos innecesarios, y, mucho menos, como si fuera una idea genial. Suele caerse en el ridículo cuando se enfatiza lo normal.

    Ahora se crea artificiosamente una contraposición entre la conferencia de París y el viaje a Africa. Se omite que el Papa ha enviado a su secretario de Estado –a decir obviades generales, seamos francos–, incluso ha dejados sus zapatos a modo de solidaridad con los más sensibilizados. Pero el quid doctrinal no viene del Vaticano, entre otras razones porque no le toca al Pontífice hablar con especial autoridad de asuntos científico-técnicos. De hecho la plantilla de la reunión de París la ha escrito Nicholas Stern y su equipo.

    ¿Por qué entregarse a una papalatría? Me parece que se hace un bien a la Iglesia aclarando las cosas y no desenfocándolas con hipérboles y énfasis sesgados e incorrectos.

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