Comunidad de Las Rosas. Atravesamos una situación de crisis que genera dolor, pobreza y sufrimiento, y que nos lleva a muchos a protestar por las injusticias, excesos y corruptelas que se han ido cometiendo a lo largo de los años, y a exigir una salida más humana para la situación actual. Pero también es cierto que vamos viendo las dificultades y la resistencia al cambio que se opone a esa salida. Mientras tanto, más y más personas continúan viéndose afectadas por el cataclismo económico que vivimos. Y uno no puede seguir esperando a que la solución venga de lejos, sino que ha de preguntarse qué puede poner de su parte.

Así, con el acicate de ver a uno de nuestros amigos, con el que compartimos vida creyente en la parroquia de Las Rosas, de Madrid, en situación de paro, algunas familias nos pusimos a pensar de qué forma podríamos ayudarlo. Sí, era uno más entre tantos que hoy comparten esa situación, pero era alguien cercano y parte de nuestras vidas… Lo más fácil sería poder compartir nuestro trabajo, pero la cosa no era nada fácil en una sociedad que lo que hace es incrementar la jornada laboral hasta hacerla insostenible; ¿por qué, entonces, no buscar creativamente un ámbito desde el que compartir de forma efectiva?

Después de reflexionar  un poco sobre ello, y de pensar qué necesidades nuestras podían convertirse en oportunidad de trabajo (y pensamos varias, como la compra y la preparación de cenas en días laborables), decidimos plantearnos la posibilidad de crear una cooperativa de consumo. Ya hacía tiempo que nos preocupaba la calidad de nuestra alimentación, y casualmente uno de nosotros disponía de algunas parcelas de tierra abandonadas en la provincia de Guadalajara. En ello coincidía, además, el pequeño sueño compartido, como buenos urbanitas que somos, de poder disfrutar en el futuro de la vida rural.

Y así el proyecto echó a andar. Planteamientos similares a los que se utilizan en el comercio justo nos hacían pensar que sería más adecuado ofrecer unos ingresos mantenidos a lo largo del año que concentrarlos sólo en la época de mayor producción, o hacerlos depender de ésta. De ahí que se pensara en una contribución fija mensual, de 100€ por familia, que pudiera servir de apoyo a nuestro nuevo agricultor para intentar una nueva orientación laboral que ampliara sus oportunidades de trabajo digno en el futuro. De consolidar la experiencia, daríamos los pasos necesarios hacia la regularización de la situación, pero de momento seguimos en la fase experimental inicial.

Las tareas estarían claramente distribuidas, y la responsabilidad del cuidado y laboreo de la tierra, con criterios ecológicos, recaería sobre nuestro nuevo agricultor. El resto de familias participantes, además de la cuota fija mensual, nos comprometeríamos a apoyar en los momentos de más tarea y en el proceso de planificación del huerto. Y así fuimos realizando las primeras tareas de limpieza y preparación del terreno, apertura de accesos y primeras labores en el mismo, a la vez que íbamos aprendiendo con la práctica. Como primer signo de esperanza, las tierras que llevaban treinta años sin ser cultivadas empezaron a ofrecernos granadas, uvas y ciruelas. Frutos que hasta ahora nadie había cuidado.

Y como el proceso de dar nunca es unidireccional, resulta que somos todas las familias participantes las que nos beneficiamos de la marcha del proyecto. El contacto con la naturaleza, las jornadas de familias trabajando en equipo, la posibilidad de que nuestros hijos, criados entre hormigón, descubran que la comida sale de la tierra y que ellos pueden ayudar a preparar esa tierra para que sea fértil, la ilusión que ha generado este proyecto en la mayoría de las familias involucradas… Vamos descubriendo que con tesón, y pese a las voces que nos decían que no era posible y a los contratiempos, la voluntad puede transformarse en acción. Estamos mostrando a nuestros hijos (y a nosotros mismos) que frente a los problemas no hay que acobardarse, y que se pueden ir resolviendo, poco a poco, a veces pidiendo ayuda, otras simplemente trabajando… Y ahí tenemos nuestra tierra, lista y esperando dar frutos.

En realidad, el proyecto se va presentando como algo más complejo, que puede servir para algo más. Volver a vincularnos con la tierra, que es la que produce el alimento que comemos, tiene una dimensión que va más allá del mero consumo de las hortalizas que se produzcan. Y acudir en grupo a trabajar el huerto es una catequesis en sí misma, que además es exportable y de la que se pueden beneficiar no sólo las familias que nos hemos involucrado en esta idea, sino que en un futuro puede estar abierta, no sabemos aun de qué manera, a otras familias, grupos de nuestra parroquia, jóvenes, etc.

Como medio de comunicación, además del contacto directo y personal, y del correo electrónico, mantenemos un blog (http://huertofamiliarysolidario.16mb.com/) que, en su área privada, actualiza las sucesivas labores que se van produciendo, así como la evolución que se va percibiendo. Tiene una pequeña zona abierta, de forma que los no socios pueden conocer algún detalle de la situación del proyecto.

En este momento, y mientras vemos crecer las primeras plantas de prueba (coles, lechugas, ajos…), estamos planificando los trabajos de esta primavera, con el objetivo de abastecer todas las necesidades de productos de huerta de las familias comprometidas con el proyecto (en este momento siete, contando con la de nuestro amigo en paro). Aún en medio de las incertidumbres que plantea el futuro, entendemos que debemos proseguir la aventura y ver hasta dónde llega esta iniciativa que, a buen seguro, ha surgido de la acción del Espíritu en nuestra vida, Espíritu que suavemente nos da a entender la necesidad de comprometernos positivamente con la vida en todo momento.

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Anuario 2023

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