Jesús Sanz Abad. Cuando ya han pasado varias semanas desde el terremoto y tsunami que  asoló Japón quiero hacer algunas reflexiones sobre algunas cuestiones relacionadas con lo ocurrido en torno a la central nuclear de Fukushima que me han llamado la atención y que considero  que han estado menos presentes en las reflexiones que se han hecho durante estas semanas.

Vaya por delante que no soy físico nuclear ni nada por el estilo. Pero como ciudadano, me veo completamente capacitado para opinar sobre este tema por las razones que expondré más abajo.

En primer lugar, me ha llamado la atención el papel de los expertos que más han salido en los medios de comunicación durante todo este tiempo. En la mayor parte de los casos sus intervenciones han buscado minimizar el accidente a la vez que se iba reconociendo únicamente a posteriori y ante los hechos consumados, la gravedad del mismo, y siempre dosificando la información sobre el mismo a la opinión pública. Sirva como ejemplo, el hecho de que se ha pasado de calificar el accidente de un nivel 4 a 7 (el máximo en la escala de accidentes nucleares) en un plazo de cuatro semanas. Es posible que en muchos casos estas intervenciones hayan sido por falta de información real sobre lo que ocurría y está ocurriendo en Fukushima pero tanto en la energía nuclear, como en otras industrias que pueden tener graves riesgos sobre el medio ambiente, existen múltiples ejemplos de confluencias e intereses cruzados de estos expertos que, cuando menos, cuestionan su objetividad.

En segundo lugar, quizás sea una percepción mía pero en bastantes momentos de estos días he detectado un “apagón informativo” o, cuando menos, una dosificación de la información y una minimización de la gravedad de la situación. Por ejemplo, el hallazgo de dos trabajadores muertos que trabajaban en las labores de estabilización de la central se retrasó durante 72 horas, y ello por no hablar de la información que se daba sobre los niveles de radiación o del estado real de cada reactor y de la información que se daba sobre la  posible fusión de sus núcleos. Tal vez, esta dosificación de la información esté relacionado con el peso y poder que tiene el lobby nuclear.

Por último, en tercer lugar he echado mucho en falta estos días un debate que apenas ha aparecido en los medios de comunicación: el hecho de que sea una empresa privada la que esté gestionando el accidente y las consecuencias que esto tiene. En mi opinión, este  debate  aunque tiene algunos vínculos con el debate entre partidarios y detractores de la energía nuclear, no es exactamente el mismo y va más allá de éste.

Me explico: creo que en el tema de la energía nuclear como en el de otros temas donde los riesgos potenciales sobre el medio ambiente son muy altos, convergen dos debates: el debate técnico o científico y el debate social o político.

En el debate científico se puede discutir sobre las ventajas e inconvenientes que tiene cada tipo de energía y qué posibilidades de desarrollo y potencialidad tiene en el futuro cada una de ellas, un debate que afecta principalmente a los expertos y científicos.

En cambio, creo que el segundo debate nos afecta a todos y como tal, todos tenemos derecho a opinar y a ser consultados sobre el mismo. Este debate debe poner en el centro de la cuestión quién se beneficia mayormente de la energía nuclear y quién asume y sufre los riesgos que se pueden derivar de un accidente.

Si, como en el caso japonés, la mayor parte de los beneficios recaen sobre la empresa privada que explota y gestiona la central y las graves consecuencias que se pueden derivar de un accidente recaen sobre la población en conjunto, cabe pensar que quizás  no es la mejor de las opciones dejar en manos privadas algo tan vital como la energía nuclear, dado que la misma lógica del sistema hace que la prioridad de ésta esté en la cuenta de resultados y la búsqueda de beneficio. En este sentido, Fukushima nos muestra cómo la empresa gestora perdió unas horas vitales tras el accidente porque creía que era capaz de salvar los reactores, algo ya imposible a día de hoy.

Por tanto, en torno a la energía en general, y más en particular sobre la energía nuclear, creo que deben darse dos debates. Un primer debate está relacionado sobre qué tipo de modelo energético (y donde uno puede manifestarse como partidario o detractor de la energía nuclear). Pero hay un segundo debate al menos tan importante como el primero: el de quién se beneficia y quien asume los riesgos de cada forma de producción de energía, y si es buena opción dejar en manos privadas la producción de un tipo de energía como la nuclear, donde los riesgos potenciales de un accidente son tan graves que puede dejar inutilizado un territorio para varias docenas de años. En este sentido, el sociólogo Ulrich Beck ya nos hablaba hace años de “la sociedad del riesgo”, para caracterizar los riesgos potenciales que existían dentro de nuestro modelo de producción en múltiples ámbitos siendo la energía nuclear uno de ellos.

Este segundo debate es el que he echado de menos durante estos tiempos, y que a menudo se enmascara o se diluye dentro del primer debate que he comentado. Y creo que es una cuestión de justicia y de salud democrática que la ciudadanía sea consultada sobre esta cuestión. Si los riesgos potenciales nos afectan a todos, es justo que todos podamos participar en la toma de decisiones de esta cuestión.

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Amarillo esperanza
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Profesor de Antropología Social en la Universidad Complutense de Madrid.  Sus líneas de investigación están relacionadas con los movimientos sociales, las migraciones, el vínculo entre migración y desarrollo, y el consumo responsable. Es miembro de diferentes organizaciones y movimientos sociales relacionados con el consumo responsable, la soberanía alimentaria y el movimiento ecologista.
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